Por Antonio Riestra
I
Solemos confundir el arte de la palabra con la parlanchinería. Rulfo vino a decirnos que el arte de la palabra es el arte del silencio. Rulfo sabía hablar y no hablaba poco, pero prefirió escribir poco. Por una sola razón: para que no nos perdiéramos en la palabrería. Sabido es que Rulfo hablaba mucho, pero en corto. ¿Y de qué hablaba? De autos y, algo menos sabido, de perfumes. Era su manera de no hablar. De distraer al escucha con información que ni a él le interesaba. “Si quieres hago como que platico y tú haces como que me escuchas, o me escuchas realmente, pero yo estoy guardando silencio”. Regresemos: el arte de escribir es el arte de callar.
II
Ni Rimbaud tuvo tal conciencia de silencio como la tuvo Rulfo. Quizá eso lo aprendió de los músicos. La música, se dice, es el arte de combinar sonidos y silencios. No: es el arte de guardar silencio. No: es el arte de ausentarse para que los sonidos aparezcan. Es el arte de no estar para que lo que está sea. Rulfo no escribía, desescribía. Tuvo pocos alumnos, pero ninguno aprendió eso.
III
En alguna conferencia, que la verdad no fue conferencia sino charla, Rulfo entre que presumió y se disculpó: “Yo soy un hombre elemental, no esperen que diga cosas importantes”. Y, cierto, nunca dijo cosas importantes: sólo esenciales.
IV
El arte de Rulfo es el arte de ausentarse de la propia obra. No lo digo yo: él mismo se lo dijo a una mala entrevistadora. El mejor novelista, según mi pensamiento, es aquel que pasa por su obra como si no pasara nada. Es aquel que recorre la realidad por él mismo creada como si esa realidad le diera realidad. Es aquel que se asombra de no tener realidad ante la realidad que lo especula. Rulfo no sólo supo ausentarse ante su propia creación. Nos ausentó de ella. Pedro Páramo no es un cacique, es una ausencia. Primero, de sí mismo. Segundo, de la realidad. Tercero, y ahora hablo de la novela no del personaje, del lenguaje. El problema del personaje Pedro Páramo es que no tiene lenguaje, tiene poder, y por eso se le va el mundo de las manos. La novela Pedro Páramo lo único que nos dice es: “¿No sientes cómo el mundo se te está yendo de las manos?”
V
“¿La ilusión? Eso cuesta caro.” Juan Rulfo, pienso yo, es maestro en el arte de desilusionarnos. Las palabras son una ilusión de la realidad. O tal vez, la realidad sea sólo una ilusión. Entre más busquemos el significado de nuestras vidas, más con el sinsentido de la vida damos. Callar la búsqueda del sentido acaso consiga, no lo sabemos, dar con el sentido. Desilusionarnos.
VI
Se trata de borrar, no de trazar. Se trata de ausentarse. Si acaso hay un legado de Juan Rulfo, ese legado consiste en decirnos: “Conseguiste hablar con un fantasma. ¿Ahora te das cuenta de que tú también lo eres?”
VII
Me ausento de mis propias palabras. De esa manera es que hablo contigo. Soy el fantasma de una realidad fantasmal. Nunca viví, nunca he sido Juan Rulfo, soy una ilusión tuya, y la ilusión, eso cuesta caro.