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Maliyel Beverido

 

Si para mi es difícil abordar esta crónica, no puedo imaginar cómo será para los deudos de José Ignacio Cortaza Fernández, asesinado la madrugada del sábado 27 de enero en el bar en el que trabajaba como músico, describir la manifestación que tuvo lugar el siguiente lunes por la mañana. Debo admitir que no lo conocía, tal vez oí tocar a su banda alguna vez, la Orquesta Mayabe, pero a él no lo ubico con certeza. No importa, no necesito ser familiar o amiga cercana para sentir que me concierne, tampoco se trata de que esto ocurriera apenas a dos cuadras de mi casa. Dondequiera que esto ocurra, una balacera está siempre de más.  A la hora que sea. Y cualesquiera que sean las víctimas.

El caso es que dos sujetos armados  entraron en La Bartola y rociaron de balas a los asistentes. Se dice que iban por el cadenero, de nombre José Antonio, que también fue abatido. Hubo otros cuatro heridos, entre ellos una mujer que recibió diez impactos, otro de los vigilantes y dos músicos más. Horas más tarde ya circulaba en redes sociales el video en el que se ve el ataque.

José Ignacio tenía 28 años y estudiaba en la Facultad de Música de la Universidad Veracruzana. Ese lunes en Plaza Lerdo, frente a Palacio, en las escalinatas de la Catedral éramos como cincuenta, con unas cuantas cartulinas, quienes manifestábamos por enésima vez nuestro hartazgo de la violencia y de la falta de respuesta de los tres niveles de gobierno, en una ciudad que ha tenido el mote de Atenas Veracruzana. No es posible que seamos tan pocos, pensé, aquí deberíamos estar todos. Todos somos amigos, conocidos, parientes de alguien que ha sido violentado, todos somos vulnerables.

Encontré a muchos universitarios, como era de esperarse, y sobre todo a músicos. Reconocí varios rostros: Isabel, Carlos, Verónica, oscilando entre la rabia y el abatimiento. Hacía mucho viento. Esperábamos al resto de la orquesta. En la plaza había otro grupo protestando por la privatización del agua. Se nos acercaron.

Fue Isabel la que dijo “vamos a cantar”. ¿Y qué cantamos?, le preguntaban, una que nos sepamos todos, claro… y empezamos cantando Veracruz. Y luego cantamos Cielito Lindo y la Vikina y la Llorona y México lindo y querido… y volvimos a cantar Veracruz. Cantar para no gritar, cantar para que se oiga otra cosa que la desolación del silencio o el coraje de la impotencia. Llegaron los padres de José Ignacio y los reporteros se arremolinaron en torno a ellos. Los fotografiaban, se les acercaban con micrófonos y grabadoras. Hubo alguien de entre los manifestantes que quiso dirigirse a la multitud y se le quebró la voz. Entonces sacó su instrumento y se puso a tocar. Volvimos a cantar. Alguien más proponía que cantáramos el himno nacional. Yo me opuse. Si ustedes quieren, yo me haré a un lado. Lo siento, no puedo, no lo tolero.

De pronto nos interrumpió una marcha del SETSUV, que está en negociaciones por el aumento salarial, como todos los años en esta época. El contingente pasó gritando las consignas de costumbre. Esperábamos su solidaridad, nos ignoraron.

Los integrantes de Mayabe empezaron a instalarse al pie de la escalinata. Ellos, tan profesionales siempre, se habían vuelto torpes de pura tristeza. Se oyó por fin un clarinete, al que se sumaron la trompeta, el saxofón y la melódica, tocando nuevamente Veracruz. Y otra vez Isabel propuso “vamos por la marimba que está en Enríquez, ellos también son músicos, entenderán, y podemos ofrecerles una propina”. Así, mientras los jóvenes tocaban una lánguida versión de Veracruz, llegaron los viejos cargando batería, marimba y guiro y se fueron incorporando a la interpretación. Y no pararon: con apenas una transición, como si se tratara de un popurrí para una boda, los marimberos encadenaron tocando Amor eterno. Nunca en una manifestación había cantado una de Juan Gabriel. Nunca me había parecido tan pertinente y acertada, también tan triste.

Apenas el pasado 13 de enero de  Xalapa registró uno de los días más violentos de la presente administración, esa que supuestamente devolvería la seguridad al estado, con el homicidio de diez personas.

El 14 de enero, el gobernador Miguel Ángel Yunes anunció, durante la reunión número 55 del Grupo de Coordinación Veracruz, el despliegue de un operativo que incluyó vigilancia aérea y terrestre, comandada por elementos del Ejército Mexicano. Hemos podido oír el ruido de los helicópteros sobre nuestras casas, pero no hemos dejado de oír el ruido de las balas.

Los músicos se manifestaron sin arengas ni increpaciones, mostrando el camino, mostrando lo que queremos oír. ¡Música, maestro!

 

Maliyel Beverido Duhalt

Maliyel Beverido nació y creció en las brumas de Xalapa, Veracruz. Es traductora, poeta y promotora cultural. Cursó estudios de lengua y literatura francesa en la Universidad Paris VII Denis Diderot, y la Licenciatura en Educación Artística en la Universidad Veracruzana. En el ámbito de la creación literaria fue becaria del el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes así como del Instituto Veracruzano de la Cultura. Ha publicado cinco libros de poesía. Cientos de veces, figura en la colección Ficción de la UV. Ha traducido a autores como Guillevic, Xavier de Maistre y Jules Renard. Coordinó los Espacios de Exposición Temporal en el Museo de Antropología de Xalapa de 2005 a 2013. Desde finales de 2013 dirige la Casa del Lago de la Universidad Veracruzana