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Danner González

@dannerglez

 

La nuestra es una época de agitación y desconsuelo. Vivimos irritados, preocupados. Un día se caen las bolsas de valores, al siguiente los bancos suben las tasas de referencia e intereses, y todos los días los gobernantes parecen haber perdido la brújula; la inseguridad y la pobreza campean por todas partes. Nos rodea el horror. No son tiempos de placidez y calma chicha. Nadie nos dijo al zarpar que estaríamos siempre en mitad de la tormenta.

 

Por si fuera poco, los mercadólogos han reducido a los seres humanos a meros consumidores. Todos los días nos roban nuestros datos personales. Basta que consultemos las propiedades de un antihistamínico en Google para que horas más tarde Facebook nos recomiende otorrinolaringólogos. O viajes. O candidatos. De nada sirven los avisos de privacidad de las aplicaciones a las que accedemos. Si no estamos de acuerdo, simplemente no podemos acceder a ellas. Somos millenials, consumimos. O al menos eso piensan quienes nos venden un smartphone, un auto o una computadora. ¿Han visto publicidad de funerarias para millenials? Quizá se deba a que los mercádologos aún no encuentran la manera de vender la muerte a quienes viven el presente, sin preocuparse por el mañana, quizá porque saben que el mañana llegará con tambores de pesimismo nunca antes escuchados. Quizá a eso se deba también que las campañas electorales no muestren ideas sino sensaciones, productos milagro.

 

Así las cosas, de lo que se trata es de vender hipotecas en forma de sueños. Da lo mismo si se trata de inmobiliarias o de candidatos con ukelele en mano. La cosa es conectar con los millenials porque los millenials son los que compran, los que inclinarán la balanza económica o política. Quienes nacimos entre 1982 y 2004 seremos más del 70% laboral para 2025. Eso se sabe. Pero, ¿qué futuro podemos esperar si desde ahora se nos llama ya “el colectivo de los sueños rotos”?

 

En la época de la frivolización y la banalidad, nos poseen los bienes materiales y la angustia por la información, la tentación de saberlo todo, de estar comunicados todo el tiempo; los likes y los retuits nos obsesionan al grado de la angustia. Si una publicación nuestra no consigue levantar los ánimos siempre encendidos del respetable nos sentimos fútiles, huecos, más solos que un eremita en mitad del desierto. Las redes sociales han venido a instalar puntos de comparación antes inimaginables, son el imperio de las antípodas. Para muestra un botón: Barack Obama, al final de su presidencia, tenía 87 millones de seguidores en Twitter mientras que por esas mismas fechas Kylie Jenner contabilizaba ya 86 millones de seguidores en Instagram. No es nuestra la culpa, solo cargamos, como dice Coetzee en Diario de un mal año: “la vergüenza de vivir en estos tiempos”.

 

¿Qué futuro le espera a nuestra generación, a nuestro mundo? ¿Cómo haremos para volver a enfocar la percepción de los sentidos hacia la trascendencia? Tendríamos que estar trabajando ya en una inteligencia más activa, menos artificial, más humana, o como mínimo en un algoritmo de big data que en lugar de adivinar lo que queremos comprar, sea capaz de paliar nuestras sensaciones más intempestivas, o de calmar nuestros miedos más profundos. Hasta aquí mi sarcasmo. Corrijo. Lograr la regeneración intelectual y la transformación social de nuestro mundo pasa necesariamente por volver a los orígenes, regresar al punto de partida para divisar desde allí el objetivo de la larga marcha de la humanidad, de la que poco parecemos saber por estas fechas.

 

Edóuard Schuré alertó en Los grandes iniciados hace ya más de un siglo sobre los síntomas de la vida moderna: “[…] Luego nos damos cuenta de que esta debilidad es lo que el cansancio del marino presto a soltar el remo en medio de la borrasca. Alguien ha dicho: el hombre ha nacido en un hueco de onda y no sabe nada del vasto océano que se extiende ante él y a sus espaldas. Eso es verdad; pero la mística trascendente empuja nuestra barca hacia la cresta de la ola y allí, siempre azotados por la furia de la tempestad, percibimos su ritmo grandioso; y la mirada, midiendo la bóveda del cielo, reposa en la calma del firmamento azul”.

 

¿Verdad que no estaría mal volver a preguntarnos como nuestros mayores, quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos?

Danner González

Especialista en comunicación y marketing político. Ha realizado estudios de Derecho en la Universidad Veracruzana; de Literatura en la UNAM; de Historia Económica de México con el Banco de México y el ITAM, y de Estrategia y Comunicación Político-Electoral con la Universidad de Georgetown, The Government Affairs Institute. Máster en Comunicación y Marketing Político con la Universidad de Alcalá y el Centro de Estudios en Comunicación Política de Madrid, España, además del Diplomado en Seguridad y Defensa Nacional con el Colegio de Defensa de la SEDENA y el Senado de la República. Ha sido Diputado Federal a la LXII Legislatura del Congreso de la Unión, Vicecoordinador de su Grupo Parlamentario y Consejero del Poder Legislativo ante el Consejo General del Instituto Nacional Electoral. Entre 2009 y 2010 fue becario de la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores en Córdoba, España. Sus ensayos, artículos y relatos, han sido publicados en revistas y periódicos nacionales e internacionales. Es Presidente fundador de Tempo, Política Constante.