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Es probable que estas sean las peores elecciones en la historia de México por cuanto hace a las alianzas electorales que se construyen día con día. Todos los actores políticos han roto sus códigos, sus principios, sus valores, al menos los que pretendían conservar. Pareciera que hoy todos siguen el principio marxista de la corriente Groucho: “Estos son mis principios, si no le gustan, tengo otros”.

 

Sólo el tiempo podrá decir si ese pragmatismo les hizo ganar o perder. Lo único cierto hoy es que gane quien gane la Presidencia tendrá entre sus haberes aliados de diversos colores que lejos de garantizar el equilibrio democrático harán difícil la construcción de una agenda de gobierno congruente con lo que alguna vez representó cada candidato.

 

¿No es José Antonio Meade el candidato “ciudadano” que buscaba desprenderse de los negativos del PRI el mismo que ayer presentó como sus coordinadores a los dinosaurios Manlio Fabio Beltrones, Beatriz Paredes y Miguel Ángel Osorio Chong? ¿No fue Ricardo Anaya un eficaz cabildero de las reformas estructurales del Presidente Peña Nieto? ¿No fue López Obrador quien en 2006 dijo que una reunión con Elba Esther habrían sido “los cinco minutos más costosos de toda la campaña”? ¿No fue Miguel Ángel Barbosa un fiel cortesano de Peña y un adusto denostador de Andrés Manuel? ¿No era el PRD, el histórico aliado de Andrés Manuel, el impulsor de las libertades, quien hoy se ha aliado con la derecha recalcitrante?

 

¿No fue Movimiento Ciudadano el partido que decía que PAN, PRI y PRD eran lo mismo? ¿No fue el Partido Verde que hoy rompe con el priísmo, un incondicional adláter del partido en el poder? ¿No era Encuentro Social un partido cristiano, de extrema derecha, que aborrece las uniones gays, aliado de la mafia del poder, quien hoy compite como aliado de la extrema izquierda? ¿No es el PT el partido al que rescató el PRI de perder el registro, y que ha sido gobernado siempre por el mismo dirigente? ¿No fue Enrique Alfaro, el alcalde de Guadalajara, quien rechazaba las alianzas porque pensaba que “no se puede aspirar a ganar dejando trozos de dignidad en el camino”? ¿No fue Germán Martínez uno de los principales detractores de Andrés Manuel en 2006, de esos que “le robaron la Presidencia”?

 

¿No fue Miguel Ángel Yunes, aliado de Elba Esther, a su vez aliada de Fox y Calderón? ¿No fue Calderón panista y hoy impulsor de la candidatura independiente de su esposa, Margarita Zavala? ¿No fue el Bronco, priísta? ¿No fue Ríos Piter perredista? ¿No fue Gabriela Cuevas, hoy aspirante a una diputación plurinominal por Morena, quien en 2006 pagó con Döring la fianza de López Obrador para que no lo encarcelaran y no victimizarlo, ante la guerra mediática que perdieron en el asunto de El Encino? ¿No era Javier Lozano, el hoy vocero de Meade, un porro furibundo del PAN? ¿No era Anaya quien decía que Meade era un espléndido funcionario público? ¿No es Napoleón Gómez Urrutia, un impresentable líder charro del más rancio sindicalismo, hoy candidato de la impoluta Morena?

 

En su novela Anatomía de un instante, Javier Cercas se preguntó ¿Qué es un político puro? Vale la pena detenerse para finalizar en su disertación, porque esta es quizá más ilustrativa que cualquier tratado de teoría política al respecto:

 

“¿Qué es un político puro? ¿Es lo mismo un político puro que un gran político, o que un político excepcional? ¿Es lo mismo un político excepcional que un hombre excepcional, o que un hombre éticamente irreprochable, o que un hombre simplemente decente? […] Éste, para Ortega, no es un hombre éticamente irreprochable, ni tiene por qué serlo (Ortega considera insuficiente o mezquino juzgar éticamente al político: hay que juzgarlo políticamente); en su naturaleza conviven algunas cualidades que en abstracto suelen considerarse virtudes con otras que en abstracto suelen considerarse defectos, pero aquéllas no le son menos consustanciales que éstos. […] El político puro es lo contrario de un ideólogo, pero no es sólo un hombre de acción; tampoco es exactamente lo contrario de un intelectual: posee el entusiasmo del intelectual por el conocimiento, pero lo ha invertido por entero en detectar lo muerto en aquello que parece vivir y en afinar el ingrediente esencial y la primera virtud de su oficio: la intuición histórica. Así es como la llamaba Ortega; Isaiah Berlin la hubiera llamado de otra forma: la hubiera llamado sentido de la realidad, un don transitorio que no se aprende en las universidades ni en los libros y que supone una cierta familiaridad con los hechos relevantes que permite a ciertos políticos y en ciertos momentos saber «qué encaja con qué, qué puede hacerse en determinadas circunstancias y qué no, qué métodos van a ser útiles en qué situaciones y en qué medida, sin que eso quiera necesariamente decir que sean capaces de explicar cómo lo saben ni incluso qué saben».

 

¿Asistimos hoy a una elección de mezquino pragmatismo electoral o estamos ante una generación de políticos con un alto sentido de intuición histórica? ¿Usted qué opina?

 

 

Tempo

Somos un colectivo que entiende al espacio político como el lugar idóneo para lograr las grandes transformaciones nacionales. Estamos convencidos de que la política debe hacerse todos los días y responder al movimiento continuo de las sociedades. Buscamos conectar a los actores políticos con sus audiencias, usando métodos de comunicación acordes a nuestro tiempo.