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Ricardo Anaya logró ser candidato dejando cadáveres políticos en el camino y montándose en una plataforma ciudadana que predicó desde hace varios años postulados como “fuera el fuero”, “no a las pensiones de los expresidentes”, “fiscalía autónoma” y “3 de 3”.

 

La construcción de un Frente con partidos ideológicamente opuestos como el PAN, el PRD y Movimiento Ciudadano fue posible mediante la elaboración de líneas discursivas que incluyeron un gobierno de coalición y el llamado a romper el pacto de impunidad construido por años entre los partidos y el gobierno.

 

            Hace unos días el Estado mexicano decidió romper el pacto de impunidad antes de que Anaya, como había prometido, lo hiciera. La exhibición de un video de las cámaras de seguridad de la PGR significa la ruptura de un pacto del que él fue parte. No es secreto que Anaya actuó como cabildero de las reformas de Peña Nieto desde la Presidencia de la Cámara de Diputados en la LXII Legislatura.

 

La guerra política desatada en su contra, con acusaciones de las que por cierto no ha sabido deslindarse, no es otra cosa sino el ensañamiento del aparato en el poder contra quien violó el pacto de impunidad. Un insider rebelde se expone siempre a ser atacado brutalmente por la cosa nostra a la que perteneció. Lo difícil no es entrar, sino salir, han dicho siempre los mafiosos.

 

Es reprobable a todas luces que la Procuraduría General de la República actúe como garrote faccioso de la Presidencia, al servicio del Partido Revolucionario Institucional, pero no debemos pasar por alto el hecho de que el aparato de estado ha funcionado siempre así. Habría sido ingenuo creer, por parte de quienes integran el Frente, que el Estado no actuaría sabiéndose señalado todos los días.

 

Quizá la pregunta importante aquí es, ¿a quién beneficia esta ruptura del pacto de impunidad? ¿Al candidato colero José Antonio Meade, que como dirían en buen veracruzano, no levanta ni con caldo’e chéjere? ¿Al puntero que ve pasar acusaciones entre los dos rivales restantes, sin despeinarse? ¿Al propio Anaya, que podría capitalizar el discurso de víctima y de perseguido del Estado?

 

Es probable que al finalizar esta elección Ricardo Anaya entienda que el Estado no permite los ascensos rápidos de quienes reniegan de él, que no hay Macrones a la mexicana, y es muy probable también que, en medio del estercolero mediático desatado por la Presidencia, los avezados políticos que hoy navegan con Anaya entiendan que el que con niños se acuesta… mojado amanece. 

Tempo

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