Por Danner González
@dannerglez
Random House acaba de reeditar Aquí no es Miami, libro de relatos de Fernanda Melchor. ¿Sabe usted lo que es un guachimán, o un cábula? ¿Se acuerda de Nino Canún, o de Loló Navarro? ¿Ha oído a un veracruzano poner apodos ingeniosos, o describir a Jaime Maussan con “su mirada de perro mustio? Fernanda Melchor se ha vuelto la cronista puntual de un infierno llamado Veracruz, al que cada vez nos cuesta más reconocer.
Nos rodea la agnosia, y por eso Melchor se pone a hurgar en sus recuerdos de infancia, en recortes periodísticos o en la memoria de quienes ya estaban aquí antes de que el mundo de la droga modificara nuestros escenarios, nuestras sensaciones, nuestra vida. A veces desciende a los bajos mundos del puerto para encontrar las historias, y al hacerlo, funde con peculiar sentido dos léxicos: el de la alta poesía que encabalga palabras como pleamar, estuario, amartelar, con el lenguaje a ratos ingenioso, a ratos sórdido, pero siempre sonoro que es puro Sotavento.
En su mundo –el nuestro–, de almendros, palmeras y malandros, la violencia confronta y transforma. Una niña confunde avionetas de narcos con avistamientos de ovnis; un penal es desalojado para que Mel Gibson firme una película –no es ficción, sino el mundo de fantasía del Tío Fide–, una reina de belleza mata –o tal vez no– a sus hijos y los entierra en una maceta; un pueblo de sur canicular se hace justicia por propia mano y lincha a un delincuente que reincide.
La veracruzana es, dice Melchor, “una cultura que desdeña lo escrito, que desconoce el archivo y favorece el testimonio, el relato verbal y dramático, el gozoso acto del habla”. En medio de tanta desmemoria, todos somos víctimas colaterales, todos andamos a tientas; se calla para no conjurar a la última letra, para no topárselos. Todos conocemos a una víctima o a alguien que entró en el jale para no salir nunca. Todos también, como en Pedro Páramo, somos hijos del cacique.
Aquí no es Miami está llamado a ser un documento etnohistórico de estos días que perdimos, de sexenios fallidos –así se mide el tiempo en México, por sexenios, decía Monsiváis–. Aquí es Veracruz, aquí nos tocó vivir, en un estado en que la principal causa de muerte es estar vivo.