Por Danner González
@dannerglez
Primero se derrumbó la esperanza, esa que parecía invulnerable. Se derrumbó la Esperanza, escultura de Manuel Tolsá en la Catedral Metropolitana el 19 de septiembre de 2017, durante el sismo que nos sacudió hasta las entrañas, que recordó que los mexicanos somos solidarios pero que nuestra solidaridad es finita. Ese mismo día la torre oriente del campanario vio desprenderse de lo alto la cruz que la remataba. Al caer, la cruz derramó sus misterios sobre una imagen de Santa Catalina y horadó la Bóveda del Sagrario. Cayó la Esperanza y quedaron inestables la Fe y la Caridad. Ojalá que fuera solo una figura poética. En noviembre, las esculturas alusivas a la Fe y la Caridad fueron retiradas para que no cayeran del frontispicio de la Catedral.
Si en las alturas nos quedamos descobijados, abajo la esperanza, la fe y la caridad duraron más o menos lo mismo. El programa para la reconstrucción de la Ciudad de México tardó cuatro meses en ser presentado. En enero fue evidente el secuestro de los recursos destinados a la reconstrucción, por tres asambleístas que pretendieron decidir por encima de la Comisión, el destino de los 8 mil 772 millones de pesos destinados para el caso. Antes del plan de reconstrucción, el Gobierno de la Ciudad gastó 2 mil 47 millones en dos delegaciones perredistas: Álvaro Obregón e Iztapalapa. Para febrero habían renunciado los comisionados Ricardo Becerra, Mauricio Merino, Kathia D’Artigues, Fernando Tudela. En marzo renunció Loreta Castro.
En los demás estados afectados, las víctimas no han corrido con mejor suerte. Usadas como artimaña electoral, la Sedatu dice haber repartido más de 160 mil tarjetas a ciudadanos que perdieron parcial o totalmente sus viviendas. El monto de los tarjetazos asciende a 8 mil 234 millones 970 mil pesos. Mientras el gobierno anuncia la reconstrucción de viviendas en Oaxaca, Chiapas, Estado de México, Guerrero, Puebla, Morelos y la Ciudad de México, en el terreno los avances ni se ven ni se reportan. Los funcionarios encargados de las dependencias que debían atender la reconstrucción prefirieron irse a hacer campaña.
Ojalá allí, en las campañas, la cosa fuera mejor. El Instituto Nacional Electoral anunció en fechas recientes que solo dará registro a una candidata independiente que hizo trampa, pero poquita. Del total de firmas recabadas por Margarita Zavala (1,578,774), 327 mil 456 presentan inconsistencias; es decir, el 45% de sus apoyos son firmas no válidas (708,000). Más allá de los métodos cuestionables del INE, los números de Margarita, el Bronco (con 508,453 inconsistencias) y Ríos Piter (cuyo equipo habría simulado 811,969 firmas), indican que el primer proceso de candidatos independientes a la Presidencia de la República será recordado como la ronda de los tramposos.
De resultar ciertas las afirmaciones del órgano electoral, esos tres candidatos tendrían que estar en la cárcel, por la comisión de delitos electorales. Y tendría que estar en la boleta, y no en el olvido, Marichuy, la candidata indígena que no llegó al umbral utópico de firmas requeridas, pero cuya campaña se hizo sin dinero y con la honestidad que da saber que el 95% de sus firmas son de gente real, de carne y hueso, de esos que no aceptan que la Esperanza se haya caído y que la Fe y la Caridad nos hayan sido retiradas y estén en reparación.
El jueves 15 de marzo, durante una tormenta que tuvo a la Ciudad de México a son de agua, un rayo cayó en la misma torre oriente del campanario que perdió la cruz durante el sismo. La descarga eléctrica golpeó derrumbando esta vez un escudo y una guirnalda de la torre. La Catedral parece obstinarse en cumplir la profecía de la novela de Gonzalo Celorio, Y retiemble en sus centros la tierra, en donde el templo metropolitano acaba por derrumbarse, con sus más de cuatro siglos de Virgen definitiva.
El 16 de marzo, Juan Villoro escribió en Reforma que el país entero requiere de atención post traumática. Es cierto. No va a sernos fácil olvidar estos días de dolor y agravios, y es probable que el país requiera pensar ya en una Secretaría del Desencanto, al modo británico que decidió instaurar un Ministerio de la Soledad, porque se dio cuenta de que esta se había convertido en un problema de Estado. Las visiones apocalípticas nos persiguen. Hemos sido golpeados en lo más hondo de nuestro ser, varias veces en muy poco tiempo, pero quizá estas no sean señales que precederán al fin del mundo. Tal vez solo sea que nuestra realidad diaria, de pundonor y resiliencia, es el mejor escenario para las más espléndidas y atroces ficciones.