Danner González
@dannerglez
Para regocijo de la humanidad, los primeros hombres inventaron la música. Si la verdad no se hallaba a menudo, más valía solazarse en la belleza, pensarían. Luego hubo quienes supieron encontrar verdad en la belleza y belleza en las verdades eternas. Orfeo pulsa la lira para matalotaje del alma –esta frase es del Garcilaso– y Pitágoras desvela a iniciados y profanos, la música de las esferas.
A finales del año pasado se publicó un libro de muy buena factura aunque discreta aparición –es casi una edición para coleccionistas–, que lleva por título Elucubraciones sonoras. Encuentros y desencuentros en música y literatura (Roto Ediciones, 2017), ópera prima de Axel Juárez, intenso musicófilo, acucioso investigador de la historia y de las formas musicales, además de ensayista gozoso. Quise reseñarlo antes, pero ya se sabe que uno no es lo que quiere sino lo que puede ser.
A lo largo de diez ensayos ágiles, aunque no por ello menos profundos, Axel se mueve con soltura entre el son jarocho y la jam session, nos muestra los vasos comunicantes entre Brassens y Sabina, entre Leonard Cohen y Federico García Lorca. La suya es una revisitación a la poesía de lo cotidiano, a la música de las pequeñas cosas.
Bob Dylan y Shakespeare, por ejemplo, escribe Axel –notarán que no me refiero a él por su apellido, so pena de que se le confunda con el Benemérito, y porque en la amistad de muchos años, me suena raro y es probable que a él le parezca incluso risible–, no pensaban en escribir la gran literatura sino en los aspectos prácticos de su obra. ¿Habrá buen sonido en el concierto? Se preguntaría Dylan antes de convertir al rock en música para pensar. O ¿Dónde voy a conseguir un cráneo humano? Sería una de las preocupaciones de Shakespeare al escribir Hamlet y disponerla para su representación.
Elucubraciones sonoras es también una incitación a la lectura. Lo mismo nos dan ganas de releer el Diván del Tamarit que a Calderón, Lope de Vega, Tirso de Molina, los grandes autores de los siglos de Oro, a quienes tanto debe la prosa musical de Javier Krahe, quien en clara sorna quevedesca nos dijo que todo tiempo pasado fue anterior.
Leer estos ensayos nos impele a escuchar música, mucha música, la gran música. De Stravinsky a Gerswhin, deteniéndose en la pureza sonora de Edgar Varèse, y su apuesta por un conjunto de sonidos organizados, pasando por la décima espinela y el son huasteco, hasta llegar a la jam session literaria como exploración del proceso de creación y al romance idílico entre Cortázar y el jazz. Allí queda como hito en la literatura latinoamericana el memorable cuento El perseguidor, en donde Cortázar no solo rindió homenaje a su ídolo Charlie Parker, sino que demostró que la literatura también puede tener swing.
Ojalá que Elucubraciones sonoras vuelva a reeditarse pronto, para que llegue a las mesas de todas las librerías y a los escritorios de lectores y melómanos irredentos como yo, que siempre encuentran en la música y en la literatura el balance perfecto entre la verdad y la belleza.