Sergio Pitol, entrañable xalapeño, ha partido el día de ayer. Recuperamos a manera de homenaje este texto escrito por Danner González hace 13 años con motivo del Premio Cervantes de Literatura en 2005. Descanse en paz, quien nos enseñó el arte de la fuga.
“Borges declaró una vez que el Premio Nobel servía para dar fama a los autores que nadie leía. Siempre pensé que el aserto conllevaba un cierto resquemor del autor argentino, eterno candidato. En días pasados, el Gobierno de España anunció el acertado fallo del jurado que decidió otorgar el Premio Cervantes 2005 al maestro Sergio Pitol, en un acto de justicia literaria para una obra congruentemente sostenida desde Tiempo cercado (después titulado Infierno de todos) hasta El mago de Viena, de reciente manufactura. Y sólo entonces, luego del júbilo y la inmensa alegría compartidos con el maestro por jóvenes y viejos, doctos y diletantes, logro comprender la trascendente declaración de Borges, también Premio Cervantes (1979), porque a Sergio Pitol, como a Borges en vida, muy pocos le han leído con la avidez suficiente y aún menos se le ha otorgado su justo valor entre los lectores de a pie e inclusive dentro de los iniciáticos círculos literarios.
La sentencia de Borges viene a cuento porque, deambulando por el centro de Xalapa, pude percatarme de que las librerías, ni tardas ni perezosas, han sacado ya de sus bodegas Juegos florales, El tañido de una flauta, El desfile del amor, Domar a la divina garza, El arte de la fuga, El viaje, El mago de Viena y las Obras Completas editadas por el Fondo de Cultura Económica, las cuales como por algún extraño sortilegio han aparecido ipso facto en sus mesas y vitrinas centrales. ¡Es lo que hay que leer! me indica ufano un excelente vendedor de libros, entrenado quizás en la escuela de Maese Miguel Ángel Cornejo. Y entonces entiendo la frase de Borges: no es que los premios sean concedidos y le den publicidad a malos autores, antes bien, por lo general, sólo después de títulos cuasitotémicos, faraónicos y otorgados por alguna deidad del Olimpo literario, la industria de los libreros y por ende los lectores, voltean a ver al creador genial que fue Borges y que es desde hace tiempo Sergio Pitol, pues haber leído un título de quien posee semejante distinción, otorga consecuentemente etiqueta y estatus. Ejemplifico: ¿quién en este país había leído a Elfriede Jellinek o a Imre Kertezs antes de recibir el Premio Nobel?, o ¿quién se había tomado la molestia de voltear hacia el Oriente para examinar las páginas de un tal Yasunari Kawabata, antes de que García Márquez lo presentase en sociedad mediante el arrollador epígrafe de Memoria de mis putas tristes, tomado de La casa de las bellas dormidas?Hace poco, Carlos Monsiváis, al dictar una conferencia sobre el futuro de los estudios culturales, comentaba divertido que Carlos Cuauhtémoc Sánchez había vendido un millón de libros, y con la jocosa sonrisa que le caracteriza, socarrón remataba: o sea, un millón más que yo. Así de injusto es el gusto libresco, así de ilógicos y misteriosos resultan los fashion files de la literatura.
Resulta paradójico que Sergio Pitol, mexicano globalizado, por sustitución de universal (Monsiváis dixit), sea más leído hacia el extranjero que en el país que lo vio nacer en los tiempos de la malaria. Ha sido, no obstante, profeta en su tierra, no sólo por haber ganado todos los premios literarios de este país, sino en cuanto asume la ciudadanía mundial; su patria es México pero también Varsovia, Praga y Barcelona, Córdoba y Moscú, Nueva York y Potrero. Fugitivo de las suspicacias de los códigos y las leyes en los tiempos de San Ildefonso, donde los muros, como en el poema de Octavio Paz, eran negros y respiraban, Pitol es un vagabundo consumado. Él mismo confiesa en Vindicación de la hipnosis (Soñar la realidad, 1998): “todo en mi vida no había sido sino una perpetua fuga”. Sin duda las constantes fugas –inmortales en Bach- han sido una pieza central en su narrativa, en los personajes apareciendo y desapareciendo a lo largo de sus novelas, perpetuándose en lo fugitivo y con ello afianzándose en la permanencia.
Más imbuido en Chéjov, Tolstoi y Dostoievski, que en Bajtin o Greimas, se reconoce hecho al modo de Stevenson, como un mono mimético, “más afin a la actividad del detective que al placer del esteta”. Pitol es un escritor incómodo, difícil de clasificar, pues no ejerce “el ejercicio hedónico de la escritura” como un canónico; es más bien un heresiarca cuya paideia ha logrado incorporar y fundir varios géneros literarios delineando el suyo propio: novela y ensayo autobiográfico a la vez, donde la fuga constante de su vida la reflejan sus viajes, sus lecturas omnívoras como una forma más de viaje y de fuga -Faulkner, Mann, Conrad, Joyce, Borges, Sterne, Gogol, Stendhal, Puschnik, Alfonso Reyes, de Cervantes a Pirandello, pasando por Ágatha Christie-; sus gustos artísticos –cómo olvidar aquellos Peces rojos de Matisse, las obras de Goya, Rivera, Zurbarán, Caravaggio–; lo excéntrico, lo paródico rayando en la locura cinematográfica de Eisenstein y Fellini; su convivencia con Antonio Tabucchi y María Zambrano; aquellas lecturas infantiles cuando cerca del Ingenio en Potrero, se llamaba “Iván, niño ruso”; sus prolongadas caminatas en compañía de Sacho, o solitario, con ese caminar sigiloso, alado e impaciente por nuestra Atenas, a un tiempo citadina y provincial; sus constantes inmersiones hasta el tuétano en las invaluables obras que ha traducido al español, acercándonos las letras de Gombrowickz, Joseph Conrad, Henry James, Andrzejewski, entre otros. Todo lo anterior le ha permitido forjar a paso firme un corpus de pensamiento y una estilística única para abordar temas diversos y complejos, con soberana naturalidad.
La prosa de Pitol es contemporánea, no en el tiempo y en el espacio, sino en la erudición y la alquimia estética de Jorge Luis Borges y Julio Cortázar, pues ante la fantasía extasiante del surrealismo latinoamericano, divergen, proponen fijando nuevas reglas para soñar, ideas circulares, absurdas en apariencia hasta que logran bifurcarse, abordando como nadie el continuo dilema entre la realidad y el sueño. Pitol, como Borges y Cortázar, se pregunta: ¿Es el onirismo una fase de la vida real o es nuestra realidad la obra maestra de la más sutil fantasía onírica?
Los textos de Pitol gozan de solidez, cohesión y coherencia y no obstante no han logrado aún ser comprendidos en su justa dimensión. Acaso el Premio Cervantes sirva no sólo para que el maestro sea homenajeado con pleitesía que en poco ayuda, sino para emprender la lectura voraz y propiciar el estudio y el análisis puntual de un legado cultural, intrínsecamente ligado a su vida misma. Por eso hoy encuentro afortunada la sentencia de Borges. Porque abrigo la esperanza de que Sergio Pitol sea un escritor más leído en México, pues aún nos falta mucho por descubrir y aprender de esa inteligencia en llamas a quien la Universidad Veracruzana y quienes intentamos ser hombres y mujeres de letras, tanto debemos.
Sea por lo tanto ésta, una urgente incitación a la lectura del inmenso escritor veracruzano y de paso un homenaje al peregrino en Xalapa, su entrañable patria.”