Por Pável Granados
Agustín Lara toma un cigarro y se enciende nuevamente el mito que hace brotar su inspiración de la marihuana. Se dice que un reportero le preguntó si efectivamente era su musa. Lara entonces tomó un cigarro de marihuana, lo encendió, se lo extendió a su interlocutor y le dijo, una vez que éste había fumado: “Ahora componga algo”. No sé la fuente de esta anécdota, y tampoco reconozco al Agustín tan abierto a hablar de este tema –secreto desde su juventud. Sus amigos, los periodistas experimentados no necesitaban preguntarle nada acerca de sus fuentes de inspiración. Y suena extraño que sin rodeos, el pianista terminara de pronto el mito que tanto tiempo le costó formar. Ninguna de sus esposas se enteraron de esta afición, y sus amigos han sido discretos al respecto; ni Renato Leduc, tan pronto a develar secretos de sus contemporáneos, hace hincapié en esta faceta de Lara.
Si fumó marihuana toda la vida, no lo sé de cierto. Algo se puede adivinar en los vestigios arqueológicos de las farras diarias del Músico Poeta, pues nadie vive de sus años de juventud, cuando –antes de ser un pianista medianamente conocido– vagaba por las calles del Centro de la ciudad; por la calle de Héroes, en la colonia Guerrero, en donde estaban las mejores casas de citas de la ciudad; o por Cuauhtemotzín (hoy Eje Fray Servando) en donde había prostíbulos menos lujosos, a veces regenteados por travestis o viudas de revolucionarios que habían perdido la vida en alguna batalla. A Agustín le tocó ver un general que volvió a su casa para encontrar a su antigua esposa convertida en la dueña de una de esas casas –homicidio incluido.
Uno de los trabajos con más futuro para los músicos sin futuro era trabajar en esas casas. Lara tomaba hasta perder el conocimiento y tocaba danzones, foxtróts y tangos. Los pianistas de entonces, alma de las casas de citas, eran contratados por noche. A veces, tenían problemas con sus patrones por lo que se quedaban sin trabajo; ese problema se resolvía gracias a un pacto entre los músicos: el pianista desempleado iba a buscar a uno de sus amigos para intercambiar su empleo. Uno de esos pianistas era Manuel Sereijo, pero el músico más importante para la vida de Agustín fue Rodolfo Rangel el Garbanzo. “Ése me enseñó a andar en la vida”, le confesó el Flaco de Oro a Ricardo Garibay. El mítico maestro de Lara, que lo enseñó a tocar el piano con su estilo inconfundible y le mostró la manera de tratar a las prostitutas. Entre 1918 y 1928, Lara fue puliendo su estilo. Repentinamente, ese mundo se desvaneció a causa de la prohibición de los burdeles decretada por Plutarco Elías Calles.
Durante años, la marihuana fue la droga de la pobreza, típica de los soldados y los indigentes. Seguramente, Lara conoció la canción “La marihuana”, que cantaban las integrantes del Trío Garnica Ascencio, quienes fueran sus primeras intérpretes. Esta letra proveniente de mediados del siglo XIX dice: Marihuana, ya no puedo ni levantar la cabeza, con los ojos rete colorados y la boca reseca, reseca. Tal vez escuchó (aunque es menos probable) un danzón cubano de 1931 cuyo estribillo decía: “Que vivan los chamacos, fumando marihuana”; o “La cocaína”, que cantaba la cupletista cubana Pilar Arcos: Busqué el placer en el licor, buscó calor mi cruel dolor, y entre locura ansiaba al hombre que tanto amaba, cuando el placer yo vi marchar, cuando el amor yo vi alejar, fue la cocaína un consuelo para mi anhelo mejor calmar.
El Che Bohr, el conocido compositor y director chileno, estuvo varios años en México; aquí dirigió la cinta Marihuana, el monstruo verde (1936), dedicada “al activo y eficacísimo cuerpo de policía de México”.
Monstruo verde, anecdotario de la pobreza, estigma social: esto más o menos era la marihuana por los años en que Agustín comenzó a probarla. Si su vida permaneció oculta durante largos años, es natural que sus aficiones y sus anécdotas sean sumamente escasas. A principios de 1937, Agustín fue invitado por la compañía Paramount a Estados Unidos para musicalizar la cinta Tropic Holiday, protagonizada por Dorothy Lamour y Tito Guízar. Para esta película rodada en la época en que Hollywood tenía especial interés en el público latino, viajaron a California varios artistas mexicanos: Elvira Ríos, el Panzón Soto, los hermanos Domínguez y su marimba y el trío Ascencio del Río.
Desde hacía varios años, Agustín tenía un contrato de exclusividad con Emilio Azcárraga, el dueño de la XEW y representante de la Victor en México. Agustín comenzó a transmitir su famoso programa “La hora íntima” a partir de 1933 y, dos años más tarde, se convirtió en artista exclusivo de la Victor. Cuando Lara llegó a Hollywood, los abogados de la Paramount se alarmaron, pues descubrieron que el contrato de exclusividad que Lara tenía con Azcárraga lo imposibilitaba a componer música para Tropic Holiday. Así que el dueño de la W tuvo que trasladarse a Los Angeles para renegociar las condiciones con la Paramount. Así que durante meses, Lara se paseó por California, se aficionó al beisbol, se hizo amigo de Marlene Dietrich y de Greta Garbo, asistió a fiestas con el Gordo y el Flaco, paseó por los sets cinematográficos, siempre queriendo ser una especie de George Gershwin o un Irving Berlin. Las negociaciones con Azcárraga se fueron complicando, porque luego de un tiempo, los empresarios de la Paramount descubrieron que Lara no tenía siquiera un acta de nacimiento. Así es que Agustín mandó pedir una copia certificada a Tlacotalpan, en donde afirmaba que había nacido. El registro civil le respondió que no existía ninguna acta del niño Ángel Agustín Lara Aguirre, así que se buscaron a algunos testigos que afirmaran que Lara había nacido en esa ciudad el 30 de octubre de 1900. Como se sabe, cuando Agustín estaba agonizando en el Hospital Inglés, Jacobo Zabludowsky mostró en televisión su acta original que demostraba que el pianista había nacido en la Ciudad de México el 30 de octubre de 1897.
Pero mientras tanto, los empresarios estadounidenses lo presionaban para que entregara las canciones convenidas para la cinta, aun cuando todavía no se solucionaran todos los problemas del contrato. Agustín mandaba canciones pero ninguna convencía a la Paramount… hasta que un día, Tito Guízar fue a visitar a Lara a su camerino: –Agustín, los productores de la cinta están preocupadísimos porque ninguna de tus canciones les ha gustado. Me piden que te pregunte por qué en México sí puedes escribir canciones de calidad y aquí no… Lara le respondió:
–Eso se debe a que aquí no he podido conseguir marihuana y por eso no he podido inspirarme. Ayúdame a conseguir y te aseguro que voy a poder componer las canciones que quieren. Esta anécdota se la escuché a Tito Guízar; durante una comida en casa de Iván Restrepo, en la que estaban Carlos Monsiváis, Frida Hartz, Raquel Peguero y Armando Pous. Tito nos contó que la marihuana era una droga que no se usaba en los Estados Unidos, por más que preguntó y preguntó en los estudios hollywoodenses, nadie le pudo dar un poco de marihuana. Después de mucho investigar, Tito volvió con Lara:
–Mira, Agustín, aquí nadie fuma marihuana, pero todos me dijeron que lo que se acostumbra es la cocaína. Te traje un poco para que la pruebes… Aunque sí probó la cocaína, debe decirse que no lo inspiró, ya que Lara entregó para Tropic Holiday sólo viejas canciones suyas, aun cuando el contrato decía que todas deberían de ser inéditas. Paz y Esperanza, las hermanas Águila, dos de sus mejores intérpretes, tenían el camerino contiguo en sus actuaciones. “A veces llegaba Agustín”, me contó Paz, “a ponernos inciensos en nuestro camerino. Es para que se relajen, muchachas, nos decía. Entonces me decía mi hermana: Ya va a empezar Agustín a fumar sus cosas”. Pero eso ocurrió en 1935, antes de que se fuera a Hollywood. A su regreso, relataba Paz, ocurrió algo distinto, pues Lara acostumbraba tomar cognac (tomaba una botella diaria) con Pedro Vargas. “Entonces, entraban al baño y salían como si nada. ¿Qué pasó? Fueron por un reconstituyente”, me contó Paz Águila.
La cocaína y la marihuana han sido dos de los ingredientes de la leyenda de Lara. Se trata de dos componentes necesarios; por un lado, la marihuana, símbolo de la vida marginal de los años 20; y por el otro, la cocaína, entonces con un aura de elegancia y distinción (se vendía un perfume: Cocaína en flor). Desafortunadamente, no hay guiños en la obra de Lara, ninguna referencia a la Cannabis. Porfirio Barba Jacob, el poeta colombiano que vivió en México, llamó a la marihuana “la dama de los cabellos encendidos” en sus poemas. No hay ningún caso parecido en Lara. Hay, eso sí, ciertas imágenes que sugieren cierto exotismo oriental, y algunas cuantas imágenes basadas en el humo y en la densidad atmosférica, imágenes contemplativas: “cuando vuelvas arderán los pebeteros…”, “si queda alguna flama de nuestra orgía…”, “yo sólo sé que nos ha consumido el fuego azul de la melancolía…”, “yo tuve las violetas de tu primer desmayo…” y “el hastío es pavorreal que se aburre de luz en la tarde…”. Sin duda, este aspecto de su vida despertó sospechas entre todos sus contemporáneos. María Félix hurgó entre las cosas de Lara mientras estuvieron casados y afirmaba que había dado con una bolsa de polvo blanco que resultó ser talco. En ocasiones, Lara estaba ausente y pasaba sin reconocerla, por lo que María pensaba que estaba bajo los efectos de la marihuana. Estas anécdotas, más alimentadas por los prejuicios de quienes contemplaban desde fuera la vida mucho más libre de Agustín Lara.
Lara se inspiraba en las mujeres, o por lo menos escribía para conquistarlas, para descifrar el enigma que representaban en su vida. Generalmente las mujeres eran: una cara bonita y un alma marchita. Con un asomo de tristeza, por lo regular. Es que esas mujeres –las de sus canciones– creían en el destino. Así que hay algo de resignación y cierto mérito en saberse menos fuerte que la fatalidad. Con esa fuerza se enfrentan a la vida, o mejor: dejan que la vida pase por ellas. Las primeras canciones de Agustín son una especie de mitología creada alrededor de la mujer, y una serie de frases que la envuelven como en una telaraña: nacida para amar; yo fui la emperatriz radiante y soñadora que en tus redes de amor quedó cautiva; has llegado, mujer, a envenenarme de tal modo que si me besas te mueres. Porque Lara descubre que en el centro del alma femenina está la contradicción, después de conocer a la mujer sabe que la contradicción es su esencia. La mujer es buena y mala, nueva y antigua, sabia e inconsciente, inocente y pecadora… Las escenografías que Lara creó para ellas provienen de los poemas modernistas, de La Biblia y de las novelas románticas, pero toman la forma más o menos de ciertos burdeles que vio en su juventud.
Agustín Lara, frente a un reportero, con una cigarro encendido, retándolo a componer bajo los efectos de la marihuana… Si fue cierta, parece una anécdota de Lara para exhibir su genio, y un intento por mantener en la sombra uno de los aspectos más acabados de la leyenda personal que tanto se esforzó por construir.