Editorial
@tempomxcom
Los encuestadores son como esos gitanos de barbas montaraces en Cien Años de Soledad, que aparecían todos los años por el mes de marzo. Cada año electoral, estos expertos en demoscopia intentan hacer de las suyas, y en muchos casos lo logran. El modus operandi es el siguiente:
Los encuestadores se presentan como Moisés con las tablas de la ley, decidores del Verbo Supremo, es decir, de la voluntad del pueblo, que para efectos electorales, es la voz de dios. Basta que usted entre a una reunión de cualquier campaña para reconocerles fácilmente: son esos charlatanes que basan hasta el más nimio de sus comentarios en la frase “está perfectamente medido que…” o quienes, después de decir una ocurrencia, sostienen que la campaña no tiene lugar para ocurrencias y que lo afirmado por ellos es “es el resultado de un análisis del cual se desprende que…” complete usted con cualquier pendejada posible.
Los candidatos embaucados por este sistema “infalible” son legión. A menudo los encuestadores les muestran “sondeos” –sin especificar la metodología utilizada– en donde el cliente va arriba por muchos puntos, y ese es un cañonazo al que resulta muy difícil resistirse. La máxima en este caso es que el que paga, gana la encuesta.
Una encuesta es, se ha dicho hasta el cansancio, la fotografía de un instante. Pero para la guerra de las percepciones lo anterior no importa. Allí está como ejemplo la elección de 2006, en que una encuesta presentó a Felipe Calderón en empate técnico con AMLO, generando la percepción de que sí se le podía ganar al indestructible. Por eso todos los días, una nueva encuesta –aunque no la veamos, ni sepamos cómo se hizo– sirve para legitimar un discurso, una plataforma, una campaña de comunicación, y para subir o bajar candidatos del proceso electoral.
El sondeo que presenta hoy Reforma (17 de abril) ha servido para que los antilopezobradoristas, y especialmente los del Frente digan que Andrés Manuel ya no va arriba en las encuestas. El estudio titulado “Un vistazo al voto universitario” presenta a Ricardo Anaya con el 41% de las preferencias de jóvenes que cursan estudios superiores, muy por encima del 21% que apoya a López Obrador.
El truco utilizado es simple. El estudio demoscópico fue realizado –dice en letras chiquitas Reforma–, entre 1500 estudiantes de 15 universidades públicas y privadas. Dicha selección, casi expurgación, explica que Andrés Manuel ni siquiera le gane a Anaya en la Ciudad de México, pues en la ciudad fueron seleccionados 100 alumnos de la UNAM, 100 del TEC, 100 del IPN, 100 de la Anáhuac y 100 de la UVM.
Lejos están ya los tiempos en que Reforma tenía un encuestador serio como Alejandro Moreno. En la guerra de las percepciones, pareciera que Reforma se preguntó: ¿Cómo le hacemos para que Ricardo Anaya gane una encuesta? Pues muy simple, elegimos tres ciudades, dos de ellas en donde claramente AMLO no gane: Guadalajara y Monterrey y una tercera en donde solo aparezcan dos universidades públicas, que es donde está el mayor segmento de votantes jóvenes de López Obrador.
Lo anterior no hace más que confirmar lo arriba expuesto. Las encuestas son como el traje nuevo del emperador del cuento. Se confeccionan a medida, son a menudo engañabobos y acaban por mostrarnos a quienes creen en la solidez de estas expuestos en su más aterida desnudez y desamparo. ¿Usted les cree? Nosotros tampoco.