Editorial
@tempomxcom
El último año de cualquier administración pública se conoce como El Año de Hidalgo porque chinga a su madre aquel que deje algo. La noticia más reciente al respecto es de la Cámara de Diputados, que para no decepcionar a los ciudadanos sobre su tan bien ganada mala reputación, envió en días pasados a los asesores de los legisladores una circular en la que les avisa que a partir del 31 de mayo quedan rescindidos sus contratos laborales.
La medida no es de austeridad, como pudiera parecer en uno de los poderes que más dinero le cuesta a los mexicanos año con año. Al contrario, dado que la Cámara ha gastado sin ton ni son –véase al respecto el Gran Tintero que con un costo millonario mandaron poner en la explanada de la Cámara los diputados que mandan en San Lázaro, sin importar lo feo que queda en el recinto–, pretende ahora ahorrarse una buena lana despidiendo a quienes hacen el trabajo de los diputados. Y es que son alrededor de 1,500 los asesores que durante casi tres años redactaron iniciativas, puntos de acuerdo, elaboraron dictámenes y hasta resolvieron los asuntos más nimios de los diputados como ir a pagar las colegiaturas de sus hijos, o vaya usted a saber qué trámite personalísimo, los que serán despedidos en mayo, pese a que sus contratos fueron firmados con vigencia hasta el 31 de agosto.
El planteamiento de la Junta de Coordinación Política supone que, al terminar el período ordinario el 30 de abril, ya no necesitan a los que de verdad hacen el trabajo y por lo tanto, más vale despedirlos y ahorrarse una corta feria que en realidad no es corta y que en cambio sí puede servirles para engordar sus ya de por sí chonchos emolumentos.
El sempiterno Secretario General de la Cámara Mauricio Farah, que es conocido como el diputado 501 desde que lo dejó allí don Beltrone, ha dicho que los contratos de los asesores dicen que la Cámara puede prescindir de ellos en cualquier momento. Y sí, así dicen los contratos de marras. Lo que no dice el poderosísimo doctor Farah es que esos contratos leoninos atentan contra los derechos laborales de los trabajadores de la Cámara, que por otra parte no pueden ser contratados a menos que acepten firmar esa cláusula gandalla.
La realidad, hecha la exposición de este asunto, querido lector, es que la Cámara de Diputados ha gastado en esta legislatura como ninguna otra, que los mandones del Poder Legislativo se han llenado los bolsillos sin que nadie les ponga un alto, y que la Auditoría Superior de la Federación poco o nada dice al respecto, porque mire usted, qué cosas, es empleada de la misma Cámara, y pues, no vaya a ser que también los despidan, mejor miran para otro lado.
Ojalá que la próxima legislatura reforme los reglamentos internos de la Cámara, para que en ella reinen la austeridad y el respeto pleno a los derechos laborales de los que sí trabajan y para que de una vez por todas se comience a hacer en San Lázaro la voluntad del pueblo de México, y no la voluntad de unos pillos hijos de mala madre que no son capaces ni siquiera de ser bien agradecidos con quienes les sacan la chamba.