Por Golondrina Viajera
@nuezgolondrina
Hace apenas unos días tuve que ir a Xalapa y me apeteció volver a Piacevole, un restaurante buenísimo en la calle empedrada de Insurgentes que era de mis favoritos. Invité a cenar a mi pareja y casi sufrí una conmoción al descubrir que Piacevole no existe más. Cambiaron la carta y ahora se llama Macario, aunque sigue siendo de los mismos dueños. Debo admitir que no me gustan los cambios y menos en tiempos revueltos como estos que vivimos; San Agustín decía que en tiempos de adversidad nunca debe uno hacer cambios.
Decidimos quedarnos porque ya hacía hambre, aunque la carta seguía sin convencernos, pues de entrada es la típica carta apendejadora y pretenciosa que describe una palanqueta como crocante de maní. La hipsteriza ataca todos los días y reclama nuevos lugares que sacien sus pretensiones cosmopolitas. Nos aventaron el consabido choro de que el menú presenta solo productos de la región, ya saben, comprados en el mercadito y bla-bla-bla-bla-blá.
A diferencia de Piacevole, Macario no tiene platos fuertes. Prácticamente pasa de las entradas a las pastas y pizzas de cualquier típica trattoria xalapeña. Aquí hago un paréntesis para advertirles que si van a Xalapa y preguntan cuál es la comida típica les dirán que las pizzas y las pastas, algo así como lo que sucede con la comida china en Mexicali, aunque claro, en Xalapa no hubo alta migración de italianos y nadie lo entiende. Por cierto, que la antropóloga Raquel Torres ha dedicado una abundante investigación desde su taller Acuyo, a investigar la cocina xalapeña, porque no solo de pambazos y pizzas de Los Lagos vive el hombre…
Comenzaron a llegar los platillos, porque ya he contado antes que pido de todo. Primero llegó un queso asado con acuyo, muy rico. Las tortillas para acompañarlo venían en una cama de hoja de maíz, divino a la vista, aunque esta vez les voy a quedar a deber las fotos porque perdí mi teléfono. Desde luego, también les voy a quedar a deber esta vez los nombres de los platillos, que anoté puntualmente y que se quedaron en el móvil extraviado. Hecha esta aclaración y dejado constancia de que no quise dejar de reseñarlo, porque Macario logró vencer mis reticencias iniciales, continúo.
Luego vino un roast beef que prometía pero la verdad estaba bastante duro; quizá podría ser más suave si lo dejaran más tiempo. El pambazo con salsa de frijol resultó ser una auténtica delicia. Probamos también un plátano que podría ser mejor. Son plátanos fritos –y unos malos plátanos fritos en Veracruz es un delito, o debería serlo– y podrían ser molotes, con tempura de coliflor insípida. Al final, si pides varios platillos, puedes convertir aquello en un rico menú de degustación y obviar las pizzas y las pastas. Cerramos con una bomba de chocolate horneada, con relleno de chocolate fundido y helado de frutos rojos.
Como siempre nos quedamos mucho rato en la mesa. Todos se fueron. Y concluimos que una de dos: o comemos mucho o los demás comen poco; o comemos muy despacio o los demás comen muy rápido; o nos gusta disfrutarnos y ver la vida pasar, o los demás pasan y pasan y pasan.
En fin, que Macario hizo que la velada valiera. El local sigue siendo acogedor, íntimo, con apenas cinco mesas y una barra de cinco sillas. Mejoró su carta de vinos, pues Piacevole ofrecía tres etiquetas solamente. El mesero que nos atendió, Eduardo, se estaba aprendiendo la carta, y aquel fue su último día de trabajo allí, nos dijo. Logró que nos sintiéramos cómodos y le ponía una singular emoción. Macario abre de lunes a sábado, de 3 a 11 pm, y sus precios son bastante razonables. El costo promedio fue de 800 pesos, con botella de vino incluida. ¡No se lo pierdan!