Tres escenografías
Antonio Riestra
*
Ninguna cajita musical con bailarina,
con espejo, donde puedas imaginar dulces diciembres, historias
que te cuente el paño que enmarca tu cara.
Ningún balcón
que sirva de huida, de bromas y júbilo mañana martes
en la escuela,
bajo los árboles, cuyo nombre
recuerdas
cada que llegan seis abriles juntos:
la infancia, hijo,
extrañísimos cuadros, tintes del Renacimiento
(técnica: grabado),
lugar que imagina un mono.
*
Isla de Capri,
a treintaiséis minutos de canciones, sin embargo,
de Xalapa.
Una cabaña estival (alumbrado el pórtico,
los barqueros señalan desde sus fogatas esta –grande en pequeño–
alma:)
hicimos libromancia bajo aquel farol,
colgamos, sin saberlo, una estrella invisible en el dintel
–ahora vuelta a colgar.
Primeros movimientos panza adentro, intuiciones sonoras.
Bastantes casitas alrededor cumplen, con ella,
un solo apaisado paisaje.
El marco que la enmarca se llama (y llama) tu vida.
*
When the music is over
The Doors
La vida, amor mío, lo mismo que nuestras cortinas: barracudas, barracudas azules, dientonas, pero chéveres, nuestras cortinas –y la playa que eres cuando juegas y revisas los álbumes (un Volkswagen, ¡cabum!: la memoria de mi padre, 30 años después, ahora mismo). Y tus pies, cangrejitos perfectos ocultándose en la buena suerte. ¿Vino o mezcal? Se escuchan mariposas cuando apagas la música. Somos esa novela de Helen Emily Woods en la que comenzaba a llamarse Anna (¿me dejas, querida, contarte más?), lo mismo que, ahora, nuestras cortinas.