Éfren Calleja Macedo
@lem_mexico
Alguna vez existió algo llamado Nuevo periodismo. En aquel tiempo el mundo se llenó de perfiles, crónicas y reportajes protagonizados por personajes extraordinarios. Cada texto trataba de ser la línea más luminosa entre la profundidad de lo real y el asombro inagotable del lector. Aunque cueste trabajo creerlo, los escritos eran largos, incluso seriados, se dictaban crónicas por teléfono y nadie creía que los textos deben ser cortos, insulsos y coyunturales. Digamos que en esa época la palabra se pulía por partida doble, en la escritura y en la lectura.
Durante dicho Big Bang periodístico, Guy Talese brilló como pocos. No, no recuerde ahora al Guy Talese del escándalo por El motel del voyeur, tampoco al de la serie de Netlix con el mismo nombre. Eso fue apenas ayer, en 2016. Piense en el reportero que en la década de los sesenta del siglo pasado decidió averiguar quiénes son “esas personas que caminan sobre el alambre provistas de botas y cascos de seguridad, que se ganan el pan jugándose la vida en lugares donde una caída puede ser fatal y donde los familiares y compañeros de los fallecidos consideran los puentes y los rascacielos”.
Para ello, Talese escribió El puente (Alfaguara, 2018) un libro sobre la construcción del puente colgante más largo de Estados Unidos, el Verrazano-Narrows que unió los barrios de Brooklyn y Staten Island, en Nueva York. Los trabajaron iniciaron el 14 de agosto de 1959 y el puente se abrió a la circulación el 21 de noviembre de 1964. Aquel día, el paso fue inaugurado por “una caravana de vehículos encabezada por las cincuenta y dos limusinas negras que transportaban a los políticos y grandes ejecutivos”. En este grupo, por supuesto, no se encontraban los hombres que levantaron el puente, “quienes no fueron invitados a dicha ceremonia”.
Esos hombres, los boomers eran los portavoces del progreso, el escándalo, la movilidad, la eficiencia y el boom inmobiliario; “parte artistas circenses, parte gitanos, gráciles en el aire, inquietos en el suelo; uno diría que las carreteras que se despliegan a sus pies son incapaces de señalarles el camino como si lo hacen las vigas de 20 centímetros que perforan el cielo, a 180 metros por encima del nivel del mar”.
A su paso, los boomers construían, edificaban, transformaban. También expulsaban. Los agentes inmobiliarios eran el heraldo de la tragedia: “Abandonen sus hogares, tenemos un puente que construir”. Porque un espacio no puede ser ocupado por dos cuerpos al mismo tiempo, las casas y las calles tenían que desaparecer para que el puente ocupara su lugar.
Los boomers no se detenían. Entre los disgustos y las incertidumbres, avanzaban con su catálogo de ausentes y sus nostalgias de andamios y remaches: “Llegan a la ciudad en coches enormes, viven en habitaciones amuebladas, beben whisky acompañado de chupitos de cerveza y persiguen a mujeres que no tardarán en olvidar. Se quedan poco tiempo, no más del que necesitan para construir el puente”.
Para mantener el paso urbanizador, los boomers se apegan a las reglas. “Construir un puente es como ir a la guerra; el idioma es el propio de los barracones militares y los hombres se dividen de acuerdo con un sistema de rangos”. Están los aprendices, los calentadores, los receptores, los ensartadores, los remachadores, los presionadores, los jefes andantes y los capataces, entre otros. Cada uno debe exigir a los demás y tratar de impresionar a su superior inmediato para abrirse brecha y ascender.
A lo largo de diez capítulos, GuyTalese les pone nombre, voz, personalidad, memoria y aspiraciones a los boomers para trazar una geografía laboral en la que prevalece lo humano y se hace visible el espíritu nómada de los trabajadores de la construcción: “Nos lo vamos a pasar en grande en Portugal —les estaba contando Anderson a los otros trabajadores del hierro en su último día de trabajo en el puente Verrazano-Narrows—. El país es una preciosidad, iremos a París algunos fines de semana…, tenéis que venir conmigo, tíos”. De inmediato, las respuestas son del tipo: “Claro, Bob, seguro que me apunto. Para mí el trabajo aquí ya se ha terminado y tengo que largarme pitando”.
En LEM sabemos que las ciudades son capas de la memoria y que los cronistas como Guy Talese refulgen en todas las épocas, incluso en aquellas en las que a los lectores se les identifica como alérgicos a los textos largos.
- artículo originalmente publicado en el Periódico “El Popular” (que puede consultarse en el siguiente enlace: https://www.elpopular.mx/2018/08/27/opinion/la-vida-es-un-puente-188338)