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Efren Calleja Macedo

@lem_mexico

 

El periodista Alberto Arce inicia Honduras a ras de suelo. Crónicas desde el país más violento del mundo (Ariel, 2015) con una clase de historia: “En los últimos cincuenta años, los centroamericanos han vivido 12 golpes de Estado, una revolución triunfante y dos fracasadas, cuatro guerras declaradas, un genocidio, una invasión estadounidense, 18 huracanes y ocho terremotos. A los 320 mil muertos de las guerras de los ochenta se les suman 180 mil homicidios. La mayor parte en Honduras, donde han muerto más de 55 mil personas asesinadas en la última década”. Una vez delimitado el contexto, el cronista guía al lector por 18 círculos del infierno hondureño.

Entre principios de 2012 y mediados de 2014 —época en que Honduras estuvo catalogado como el país con mayor número de homicidios per cápita del mundo— Arce fue el único corresponsal extranjero en Honduras. En Tegucigalpa, la capital hondureña, aprendió “que lo vivido en Gaza o en Libia era irrelevante [en] América Central. […] Aquí no hay francotiradores ni llueven morteros pero la sensación de primera línea de combate y de emboscada inminente no desaparece”. Porque “Teguz” o “Tegucicráter” es una ciudad “donde nunca respondes a una discusión en la calle. Mucho menos a las pick-ups de doble cabina sin placas”. Donde matan a los vigilantes de camiones “para robarles las escopetas que valen menos que un salario mínimo”. Por su parte, San Pedro Sula, el corazón industrial del país, es una ciudad con “más muertes violentas que en Bagdad o en Kabul”.

Pero tras cada muerte “la noticia durará lo que la sangre en secarse. Los detalles se dirimen con rapidez. Qué, cuándo, cómo y quién se convierten en un fin en sí mismo. Cuatro preguntas básicas del periodismo que se comen a la quinta. La repetición consigue que nadie pregunte por el por qué.”

Para confirmarlo, Arce muestra cómo las estructuras delincuenciales y gubernamentales tejen el calvario ciudadano. Por ejemplo, tras desarrollar una investigación propia, un padre de familia confirma que un grupo de soldados mató a su hijo y, después del crimen, un coronel les ordenó mentir en su reporte; otro cambió las armas y manipuló la prueba de balística, y un tercero negó estar enterado. Pero “en Honduras los expedientes mueren sobre una mesa”.

Mientras sobre los muros, la propaganda electoral dice “Voy a hacer lo que tenga que hacer para recuperar la ciudad”, un quinceañero le da tres balazos a un taxista. ¿Por qué? Porque quienes extorsionan semanalmente al sitio de taxis con 5,500 lempiras (unos 260 dólares) habían solicitado un “aguinaldo de Navidad” de 20 mil lempiras. El asesinato fortalece la certeza gremial: “Soluciones sólo hay dos: pagar el impuesto de guerra o emigrar a los Estados Unidos”.

Hay otros tributos, como la complicidad mediática y la inmovilidad legal: los periodistas que reciben fotografías de personas torturadas por la policía y las publican sin hacer preguntas, investigar los hechos o perder el tiempo en “pedagogías sobre los protocolos de detención que marca la ley”; el fiscal que “no tiene asistente ni carro, ni motocicleta para salir a investigar. Ni nadie que lo proteja cuando encare a los supuestos asesinos que visten uniforme de policía. Que también no lo duda, podrían hacerle una visita no deseada”.

Además, la autogestión carcelaria es un mal necesario porque, como concluye el administrado del penal de San Pedro Sula, con el dinero que da el Estado por preso-día, los reos se morirían de hambre. Así que la cárcel se convierte en una pequeña ciudad donde cada servicio, droga o alimento cuesta. Esto incluye “29 empleados de los presos que ingresan desde el exterior cada día para trabajar”.

¿Por qué pasa esto en Honduras? Porque a este “pequeño país […] le ha caído encima la maldición de la geografía, la desafortunada carga de ser el lugar de paso para la droga que llega a Estados Unidos, un país mula, […] un territorio aniquilado por el placer de otro”. No debe olvidarse que “más que limitarse a ser un tipo de violencia, el narcotráfico es la dinamo que alimenta todas las violencias del país. Actúa como una multinacional que crea empleos mediante subcontrataciones locales. Una multinacional tan poderosa que termina por penetrar y corromper todas las estructuras del Estado”. También destroza la vida a ras de suelo y produce conclusiones tan duales como la de un ingeniero en sistemas: “La criminalidad es sólo la mejor optimización de los recursos disponibles del país. Es imposible que tanta gente sea mala por placer”.

En LEM creemos que la lectura de Honduras a ras de suelo visibiliza la tragedia de quienes huyen y dimensiona la necesidad de una mínima empatía. Sin olvidar que hay muchos reflejos mexicanos en esa realidad hondureña.

 

  • artículo originalmente publicado en el Periódico “El Popular” (que puede consultarse en el siguiente enlace: https://www.elpopular.mx/2018/10/29/opinion/honduras-las-historias-de-los-que-huyen-192502)
Efrén Calleja Macedo

Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Veracruzana (UV), Maestro en Gestión Cultural por el Instituto Universitario Ortega y Gasset campus México y Maestro en Diseño y Producción Editorial por la Universidad Autónoma Metropolitana campus Xochimilco (UAM-X), durante poco más de dos décadas ha acompañado, conceptualizado, desarrollado y materializado propuestas de contenido para editoriales, instituciones gubernamentales, organismos descentralizados, festivales, ferias del libro, universidades, autores independientes, museos, organizaciones internacionales, centros de salvaguardia del patrimonio y empresas de muy diversos ámbitos.