Skip to main content

Escrito por: Salvador López Santiago

El 1º de julio de 2018, vivimos una jornada electoral histórica en México. En la elección presidencial, la coalición Juntos Haremos Historia, obtuvo más de 30 millones de votos, lo que equivale al 53.1 por ciento del total de sufragios emitidos en las urnas. Así, por primera vez nuestro país es dirigido por un gobierno de izquierda. La decisión expresada en las urnas obedeció a múltiples factores, destacando, por un lado, el hartazgo social ante la ineficacia de los gobiernos del PRI y el PAN; y, por otro lado, el liderazgo, imagen y comunicación que trasmitieron los candidatos a ocupar la titularidad del Poder Ejecutivo Federal.

Es en este último aspecto donde se encuentra el objetivo del presente artículo. En principio, cabe ser enfático que mientras los candidatos del PRI y PAN, estaban asociados a la corrupción, impunidad y ausencia de resultados en favor de los grupos poblacionales más vulnerables, el candidato de Morena y actual Presidente de la República, era relacionado con la esperanza de un cambio verdadero en México y lo sigue siendo para muchos (según distintos sondeos hechos por El Financiero’, ‘Reforma’, Mitofsky, GCE y De las Heras Demotecnia, el 76 por ciento de los encuestados aprueba el trabajo de Andrés Manuel López Obrador durante su primer mes y medio). También es visto como un personaje de lucha social, congruente, honesto y cercano a la gente.

En otras palabras, AMLO fue quien logró transmitir un mejor liderazgo, imagen y comunicación política durante el proceso electoral, por lo que no es extraño que haya ganado de manera contundente. Su impacto fue de tal magnitud, que su carisma y liderazgo alcanzaron para obtener la mayoría en ambas Cámaras del Congreso de la Unión. En la integración de la Cámara de Diputados, el 51.2 por ciento son legisladores de Morena y en el Senado de la República, la cifra asciende al 46.09 por ciento, esto sin contar los miles cargos de elección popular a nivel local y municipal que ganaron candidatos de la coalición, en gran medida, gracias al efecto generado por la figura del actual titular del Ejecutivo Federal.

Aunque breve, este recuento permite poner en relieve lo expresado por el historiador Antonio Laguna Platero, quien ha señalado que: “La necesidad política del liderazgo parece incuestionable. Desde la perspectiva de la ciencia política, y más concretamente desde la teoría democrática de las elites, el liderazgo se ha considerado una pieza básica del sistema representativo democrático por los variados e importantes papeles que desempeña: desde nexo de unión de los militantes, pasando por ser la voz y el rostro del partido en sus aspiraciones, hasta devenir icono del electorado”. Sin ese liderazgo, imagen y comunicación, los resultados electorales habrían sido totalmente distintos.

 

En mi opinión, actualmente, el liderazgo, imagen y comunicación política son indispensables en la vida pública (cuando menos en lo referente a los cargos de elección popular). En este sentido, adquieren gran relevancia cuestiones como la personalidad -simpatía, competencia, credibilidad, honradez, responsabilidad, por mencionar algunos-; así como elementos externos -presencia, gestualidad, vestuarios, etcétera-. Incluso, son determinantes características sociodemográficas como: sexo, edad, procedencia geográfica, convicciones religiosas, extracción social, así como aspectos relacionados con su biografía y su vida privada -formación académica, antecedentes profesionales y situación familiar-.

Insisto, hoy no solo son comunes -hasta cierto grado-, sino que además son necesarios, en especial si tenemos en cuenta la velocidad con la que se genera y fluye la información a través de los medios convencionales como televisión, prensa impresa y radio, y por supuesto, por las redes sociales, las cuales han tenido una gran evolución en los últimos años (según la Asociación de Internet, 9 de cada 10 internautas mexicanos accede a redes sociales).

Este contexto hace avanzar hacia lo expresado por Habermas, en el sentido de que
“el espacio del libre juego de la opinión pública es el motor de la política democrática en un sentido real empírico y en un sentido normativo” . Un ejemplo claro es lo acontecido el 1º de julio en México. En una lectura muy general, podemos decir que los resultados registrados derivaron de la manera en que AMLO conectó con la mayoría del electorado, ya sea con frases simples (pero basadas en un descontento social) como “acabar con la corrupción -como se barren las escaleras-; es decir, de arriba para abajo”, o “no puede haber gobierno rico con pueblo pobre”; o bien mediante una imagen de austeridad al movilizarse en un Jetta blanco y sin mayor seguridad (dejando atrás las camionetas ostentosas y alto número de escoltas).

Podemos estar o no de acuerdo con la conducción y la forma en la que AMLO llegó a la Presidencia de la República (al tercer intento), pero me parece que nadie (o muy pocos), puede negar que una de sus principales fortalezas descansa en tres grandes pilares: liderazgo, imagen y comunicación política.

Salvador López Santiago

Es Licenciado en Derecho por la UNAM, Maestro en Ciencia Política por la UPAEP, Maestro en Derecho Electoral por la EJE del TEPJF y cuenta con estudios de posgrado en Derecho Parlamentario en la UAEMéx. Fue Consejero Electoral Distrital en el Instituto Federal Electoral (IFE) y en el Instituto Nacional Electoral (INE) durante los Procesos Electorales Federales 2011-2012 y 2014-2015, respectivamente. Asimismo, se ha desempeñado como asesor legislativo en el Senado de la República de noviembre de 2012 a la fecha, en la LXII, LXIII, la LXIV y la LXV Legislatura. Desde enero de 2020 es director editorial en Tempo, Política Constante.