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De la infancia a la ciudadanía se llega cruzando el puente formativo. En ese recorrido se adquieren procesos educativos, fortalecimiento de empatía, herramientas de socialización, gradaciones de respeto, capacidad expresiva, diálogo con las otredades y visualización de horizontes de mejora.

¿Qué pasa cuándo ese puente ha sido dinamitado por la propia sociedad y un alto porcentaje de los niños sólo puede arribar a la adultez mediante las escarpadas y sinuosas veredas de la violencia cotidiana, alfabetizados por el desprecio y marcados por la prisión? A esa interrogante dan respuesta el reportero Humberto Padgett y el fotógrafo Eduardo Loza en Los muchachos perdidos. Retratos e historias de una generación entregada al crimen (Debate, 2012), libro que reúne entrevistas con jóvenes presos en correccionales.

Desde las primera páginas emerge el brutal desapego por la vida propia y la ajena que marca el tono de la obra. No puede ser de otra manera: es el simple reflejo de lo que los pobres han recibido de su país. También es la consecuencia del desperdicio y el derroche. Como explican los autores: los demógrafos anunciaron que la década de 2010 México tendría un bono poblacional de jóvenes que “lanzarían al país hacia el primer mundo”. Ni El Banda, ni El Pequeño, ni El Eso, ni El Farías, ni algún otro de los personajes de este libro supieron nunca que ellos y otros millones como ellos estaban enlistados en las narrativas triunfalistas de la fuerza laboral”. Las suyas eran otras historias.

“¡Eres El Banda!, me dijo. No respondí. La subí a la camioneta y nos la llevamos a la casa de seguridad. La tuvimos tres días y nos dieron 800 mil pesos por ella. La matamos porque me reconoció. Después seguimos nuestra vida como si nada”, cuenta El Banda, sentado en una banca de la vieja correccional de San Fernando, en la Ciudad de México, para explicar los motivos de su detención, en 2007, a los 16 años de edad, acusado por “cinco secuestros nueve asesinatos, 20 asaltos de casas, 50 robos de autos…”. No es una anécdota, es un estilo de vida: después de pagar el rescate, el padre de otra joven secuestrada por el grupo de El Banda recibió por teléfono las instrucciones para encontrar a su hija. La última indicación fue: “¡Apúrate! Llega antes de que se la coman los perros”.

Quienes recuerdan su corta y sangrante vida en Los muchachos perdidos forman parte de estadísticas fallidas. Como acotan los autores: “Las proyecciones se cumplieron. El país tiene 35 millones de personas entre 12 y 29 años de edad”, pero, “ocho millones no trabajan ni estudian” —los despiadadamente apodados ninis—, muchos otros están en la economía informal —caldo de cultivo para la delincuencia—, se ha incrementado la detención de adolescentes por narcotráfico y “en las cárceles mexicanas más de 60 por ciento de la población tiene menos de 30 años”.

Al final de la década prometida, la actualización de los datos sólo oscurece más el panorama. Ya en julio de 2016 la doctora Silvia Giorguli, presidenta de El Colegio de México, en entrevista con la Agencia Informativa Conacyt, expresó que “en México, el bono demográfico no se capitalizó porque no es automático, es decir, no basta con tener una gran cantidad de población en edades laborales, hay que prepararla y darle las condiciones adecuadas”.

Como opción, a decir de la académica, quedaba entonces el bono de género, porque “ahí todavía hay un margen de crecimiento muy importante, todavía hay mucho potencial para que más mujeres se puedan incorporar al campo de trabajo”.

Pero el declive de esa opción también tiene presencia en Los muchachos perdidos. Está, por ejemplo, La Nena —16 años de edad; diez meses en prisión—, quien resume así su historia laboral: El “negocio duró casi un año. En un día vendí hasta 30 mil pesos, unas tres pelotas [de crack]. Ganaba muy bien. Tenía 3 mil 800 pesos semanales más el residuo del picado de la pelota. Eso lo juntaba y vendía como mío y ganaba dos mil pesos diarios”. Eso es el progreso tangible en los ámbitos en los que el Estado se diluye o sólo es un espectro asistencialista.

En LEM estamos convencidos de que los millones de nombres que están detrás de Los muchachos perdidos envuelven historias que debe recuperarse para comprender quiénes somos como país y qué hemos hecho de nosotros como nación.

 

 

artículo originalmente publicado en el Periódico “El Popular” (que puede consultarse en el siguiente enlace: https://www.elpopular.mx/2019/01/28/opinion/el-bono-nacional-de-los-muchachos-perdidos-197764)

 

Efrén Calleja Macedo

Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Veracruzana (UV), Maestro en Gestión Cultural por el Instituto Universitario Ortega y Gasset campus México y Maestro en Diseño y Producción Editorial por la Universidad Autónoma Metropolitana campus Xochimilco (UAM-X), durante poco más de dos décadas ha acompañado, conceptualizado, desarrollado y materializado propuestas de contenido para editoriales, instituciones gubernamentales, organismos descentralizados, festivales, ferias del libro, universidades, autores independientes, museos, organizaciones internacionales, centros de salvaguardia del patrimonio y empresas de muy diversos ámbitos.