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Alejandra Cerecedo Constantino

@alejandraconst

 

Este año conocí a una persona que me impresionó por su calidad humana, por su forma de afrontar las cosas, por ser tan ética y congruente, pero también me hizo reflexionar sobre lo que pasa en la mente de un tomador de decisiones cuando se abre un espacio a la duda.

Arrancando 2019 tuve que definir una nueva estructura que iba a impactar a 15 personas de mi área y durante este proceso surgieron dudas para la ocupación de una dirección en particular. La persona propuesta dudaba sobre si tomarla sería la mejor decisión porque… seguramente en esa área alguien estaba esperando ascender a ese puesto,  porque quizás yo podría necesitarlo para mi equipo, porque en los cambios derivados de la alternancia esto era normal y totalmente comprensible. Ella dijo e hizo todo lo políticamente correcto para ayudarme a tomar una decisión difícil.

Cuando fui convocada por el equipo de comunicación de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP), como era de esperarse tenía dudas e incertidumbre. Recuerdo que al comentarlo con mi ex jefe me dijo: tienes que creértelo, te lo mereces, te has preparado para ello. Yo jamás hubiera expresado lo anterior ante el nuevo equipo que estaba por contratarme. Todo lo contrario, nunca revelé tener dudas de que fuera la indicada y de que el proyecto fuera a concretarse.

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La idea de la decisión ocupa un lugar preponderante, la filosofía estoica es una de las más influyentes por su elevado sentido de la ética y la virtud. Pero ¿qué pasa cuando revelamos estas dudas ante quien será el responsable de tomar una decisión respecto de nosotros? Como le preguntó un reportero a Óscar de la Borbolla sobre su libro “El arte de dudar,” ¿Hasta qué punto la duda se convierte en desconfianza?

En el ámbito personal y profesional quiero que tengas algo muy claro, es más fácil decir adiós a una persona que sabe que existe la posibilidad del adiós, que está consciente del hecho y lo asume. Por el contrario, es más difícil hacerlo cuando alguien está convencido de quedarse, de ser merecedor de algo.

Los buenos vendedores actúan como si el producto ya fuera tuyo, te lo dan, no te dejan regresarlo a sus manos. En momentos como esos, tú eres el vendedor de ese producto increíble que no acepta devoluciones.

Y cuando hablo de dudar, me refiero a la revelación de estas dudas.  Algo que va más allá del dilema existencial al que nos enfrentamos, porque como decía Hermann Hesse en Cartas inéditas: “¿qué sería de nosotros y qué sería de la filosofía si la aspiración a la verdad fuera reemplazada por la posesión de la verdad?”.

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En el amor, dudamos constantemente porque nos creemos merecedores de todo, vivimos en un cuestionamiento sobre si estaremos con la persona correcta, o si podríamos encontrar a alguien mejor allá afuera. Cuando abrimos un espacio a la duda y revelamos ese sentir disfrazado, esto influye en las decisiones que el otro tiene derecho a tomar también sobre ti. Y en ocasiones, deseamos volver cuando no encontramos ese algo mejor que creíamos merecer.

No obstante, a pesar de que todos tenemos dudas, debemos ser conscientes de cuándo trasladarlas ámbito de lo público y ante quién o quienes podemos o no revelarlas.

Salomón Chertorisvski comentaba en la clase de finanzas públicas que de acuerdo con la teoría del comportamiento, cometemos errores predecibles y evitables de manera sistemática. De la misma forma, un asesor del senado me hablaba hace unos días sobre la teoría del riesgo previsible y evitable, (haciendo referencia al derecho internacional, en donde el Estado tiene elementos para conocer un hecho con anterioridad.) En este sentido, en el fondo nosotros sabemos cuáles son los antecedentes, cuál nuestro objetivo, cuál es el contexto y cómo deberíamos actuar ante dichas predicciones. Como lo indica Becerra (2008) “de lo imprevisible queda poco en un mundo cobijado y a veces azotado por el caudal continuo de información.”

Pueden ser muchos los efectos y reacciones que se producen en nuestro cerebro para tomar una decisión al respecto de una persona que duda sentirse merecedora de algo.

Después de esta reflexión, creo que todos deberíamos ser éticos, congruentes, sensibles, honestos; pero cuando se trata de lograr conseguir algo que deseas, prefiero aquella frase de Roosevelt: “contesta que sí y ponte enseguida a aprender cómo se hace.” Debes tomar en cuenta y estar consciente de que abrir un espacio a la duda es un riesgo previsible y evitable que te puede hacer perder importantes oportunidades. Mi consejo: no dudes si no estás dispuesto a perder.

 

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Alejandra Cerecedo

Licenciada en Publicidad y Relaciones Públicas por la Universidad Veracruzana (UV), Estudiante de Ciencia Política y Administración Pública en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) Estudiante del Diplomado en Análisis Político Estratégico por el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) Cuenta con un curso en Technology Entrepeneurship por Universidad de Stanford. Ha sido premiada con un Master en Alta Dirección por la Organización Continental de Excelencia Educativa (ORCODEE) Actualmente es columnista en The Mexican Times, Roastbrief y las revistas Campaigns & Elections y Líder Veracruz.