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Ciudadanos anónimos

Por Danner González

@dannerglez

¿Se acuerdan de los furbies? Siempre me pareció que tenían algo de diabólico en sus ojos, en el modo de pestañear. Sus colores estrambóticos me siguen pareciendo repulsivos, como sacados de un viaje de alguna droga sintética, y esa manera suya de balbucir, francamente enervante.

Imaginen, pues, que un furby es encendido en su casa para que un extraño en la otra punta del mundo, pueda ver a través de sus ojos en una Tablet, cada una de sus actividades, sin que ustedes sepan nada de ese hombre o mujer, niño o anciana que les mira despertarse, comer, bañarse, hacer el amor. El otro está allí cerca, dentro de su casa mirándoles con atención.

Con el tiempo, ustedes comienzan a encariñarse, se preocupan por su mascota. No hay que darle de comer ni bañarlo o sacarlo a pasear. En tiempos del úsese y tírese, del nulo compromiso, qué mejor compañía sino alguien desconocido que no supone atención alguna, que por no requerir no requiere siquiera ponerlo a cargar, pues quien está del otro lado de la pantalla sabe que si quiere seguir observando impune, debe conectarse a un cargador, conectarse o morir para siempre.

Los Kentukis, –ese es el nombre que da a sus personajes Samanta Schweblin en la novela del mismo nombre– solo gozan de una conexión en su vida y en la vida de sus “amos”. No hablan, solo están allí, voyeristas impávidos, a la espera de miguitas de ternura, de interés, de sexo, o de cualesquier tipo de desviaciones que sus amos puedan manifestar hacia ellos. “Historias minuciosamente íntimas, mezquinas y predecibles”, escribe Schweblin. “Historias desesperadamente humanas”.

Somos ciudadanos anónimos. Ateridos en la red, la vida se ha vuelto la suma de nuestras perezas, el recuento de nuestras procrastinaciones acumuladas. Somos los segundos que pasamos absortos en el celular cuando el semáforo ya se ha puesto en verde, preludio inevitable de la mentada de madre cortesía del claxon que precede a nuestro auto.

Ciudadanos anónimos. Aletargados en la red, somos ese adolescente a punto de ser atropellado en el cruce de dos calles porque ni siquiera advierte cuán cerca ha estado de morir mientras dos vehículos colisionan apenas a unos pasos de su cuerpo. En sus oídos, los auriculares le recetan un reggaetón salvaje y tierno, o quizá un reggaetón lento de esos que no se bailan hace tiempo.

El mundo que imagina en Kentukis, Samanta Schweblin es aterrador porque está a la vuelta de la esquina. El ritmo de la narración es frenético. La novela, de párrafos cortos parece sugerirnos: léeme de un tirón y a otra cosa, no hay tiempo qué perder. Su atmósfera es oscura, casi toda la novela ocurre en interiores, allá afuera siempre reina el caos, la incertidumbre. De pronto, uno se siente sofocado, debe hacer una pausa en la lectura, pues la respiración se entrecorta. ¿Esos otros somos también nosotros? ¿Qué sigue después de haber convertido a Facebook en el escaparate de las presunciones mutuas y a Twitter en un campo de batalla a donde vamos a exponer nuestras miserias? ¿A quiénes dejamos entrar a casa cada vez que encendemos el teléfono, el televisor inteligente, el juego en línea?

Una vez más: somos ciudadanos anónimos intentando liberarse, ofuscados, enardecidos, en busca de asideros adonde aferrarnos, náufragos virtuales, dispuestos a abrirle la puerta al primero que ofrezca acallar el hartazgo interior, “para matalotaje del alma” habría dicho el Garcilaso. Si en Pájaros en la boca, la narradora argentina Samanta Schweblin había dado muestra de un talento prometedor, en Kentukis se confirma como una de las grandes contadoras de historias de nuestro tiempo. Corran a leerla, no se van a arrepentir.

Danner González

Especialista en comunicación y marketing político. Ha realizado estudios de Derecho en la Universidad Veracruzana; de Literatura en la UNAM; de Historia Económica de México con el Banco de México y el ITAM, y de Estrategia y Comunicación Político-Electoral con la Universidad de Georgetown, The Government Affairs Institute. Máster en Comunicación y Marketing Político con la Universidad de Alcalá y el Centro de Estudios en Comunicación Política de Madrid, España, además del Diplomado en Seguridad y Defensa Nacional con el Colegio de Defensa de la SEDENA y el Senado de la República. Ha sido Diputado Federal a la LXII Legislatura del Congreso de la Unión, Vicecoordinador de su Grupo Parlamentario y Consejero del Poder Legislativo ante el Consejo General del Instituto Nacional Electoral. Entre 2009 y 2010 fue becario de la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores en Córdoba, España. Sus ensayos, artículos y relatos, han sido publicados en revistas y periódicos nacionales e internacionales. Es Presidente fundador de Tempo, Política Constante.