1994
Por Danner González
@dannerglez
En 1994 yo tenía, parafraseando a Ángeles Mastretta, once años “y muchas ganas de que me pasaran cosas. Ese año había ingresado a la escuela secundaria y comenzado a participar en concursos de oratoria, por lo que había debido interesarme en los acontecimientos de la política nacional. Recuerdo que leí con especial atención los comunicados del Subcomandante Marcos, que eran literatura pura y dura, y que seguí con azoro el asesinato del candidato priísta Luis Donaldo Colosio.
He estudiado con detenimiento el discurso del 6 de marzo que Colosio pronunció en el monumento a la Revolución y al que muchos han visto como su sentencia de muerte. Colosio era para entonces un candidato cuya campaña no prendía –así lo han confesado en múltiples textos tirios y troyanos– e iba a ser a partir de entonces, un candidato incómodo.
1994 es la equis en la frente de Carlos Salinas de Gortari. De pronto, el teatro construido durante todo el sexenio se vino abajo. A la presunción de modernidad y justicia social, de solidaridad y desarrollo económico, sobrevinieron la guerrilla chiapaneca y los asesinatos políticos –Colosio y Ruiz Massieu–. De pronto, al régimen, que había osado asomarse al espejo, el país le devolvía una mirada cruenta, esperpéntica.
Por eso, es fundamental la revisión histórica de lo que ocurrió aquel año. Por eso me pareció necesaria la investigación periodística que Diego Enrique Osorno realizó sobre ese año y que Netflix estrenó hace apenas un par de semanas. Dada la solidez del trabajo periodístico de Osorno, pensé, tendremos una visión más aguda de lo que aconteció entonces, con la frialdad que otorga el paso de los años. Nada más alejado de la realidad. La miniserie, técnicamente realizada a la perfección es una sosa repetición de lo que se nos ha dicho hasta el cansancio: Colosio era el candidato que iba a cambiar el sistema y por eso lo mataron. EL EZLN tenía una “alta capacidad de fuego”, dice Salinas, quien instalado en la biblioteca de su casa cuenta con amplitud su verdad de la historia. En el reverso de la medalla, un Marcos desencantado, obeso y sin pila no es ni la sombra de lo que fue en el momento más álgido de la lucha.
Osorno no cuestiona, no busca voces críticas, no se escucha a otros periodistas, ni a los líderes de oposición –salvo un tímido comentario del ingeniero Cárdenas–, se pone en la picota a Manuel Camacho cuando ya no puede defenderse, se abre el micrófono no a uno, sino a dos Salinas de Gortari, Carlos y Raúl, los dueños de aquel circo que, puestos a la distancia, parecen encantadores seres humanos que jamás cometieron excesos, y ya no digamos delitos. Osorno no sumariza, no editorializa, se limita a escuchar a los colosistas decir que Donaldo iba a cambiarlo todo. La miniserie olvida que Colosio era el candidato del PRI, que venía de sus entrañas, que era el delfín del salinato, que la historia no se cambia con declaraciones.
Da tristeza y pena saber que pudiendo haber hecho un periodismo de investigación, Osorno se limite a colocar a cuadro a los Salinas para que intenten reescribir la historia como lo hacen los vencedores, negando toda posibilidad de ruptura, de diálogo, refrendando la grandeza de sus triunfos, pintándose como madrecitas de la caridad. En suma: una pérdida de tiempo. Frente a ello, 1994 sigue siendo un callejón sin salida, un laberinto. Va siendo tiempo de que dejemos de pensar en 1994 como el año en que pudieron cambiar las cosas y comencemos a verlo como el año en que –cuando la propaganda oficial nos contaba cuentos de hadas– el país enseñó su verdadero rostro: uno de marginación y olvido, de violencia, miseria y perversidad política.