A 91 años del natalicio de Heberto Castillo
Por Salvador López Santiago
@sls1103
Heberto Castillo Martínez nació en Ixhuatlán de Madero, Veracruz, el 23 de agosto de 1928 y falleció el 5 de abril de 1997 en la Ciudad de México. A 91 años de su natalicio, es obligado recordar a uno de los personajes políticos más emblemáticos de la izquierda política en México y en general de la vida pública de nuestro país en la segunda mitad del siglo XX.
En lo político, encauzó una oposición enérgica pero basada en la razón, el diálogo y la construcción de acuerdos en favor de México, en especial de los grupos poblacionales más vulnerables -hasta su último aliento buscó la pacificación de Chiapas-. En todo momento dejó de manifiesto su entereza. Fue un hombre de valores y principios solidos e inquebrantables; siempre lo distinguió la congruencia, la honestidad y el patriotismo. No es casualidad y mucho menos una concesión que después de ser perseguido y atacado en vida, ahora es reconocido y respetado por propios y extraños.
Hablar del Ingeniero Heberto Castillo Martínez, es referirnos a un líder social que dignificó como nadie a la política. Su vocación social lo llevó a dejar la comodidad que le daba tener una brillante carrera como ingeniero civil e incursionar en una batalla casi destinada al fracaso: la democratización del país. Lejos de beneficiarse con la política, en muchas ocasiones, él fue quien entregó sus recursos para impulsar un movimiento que no debe desvirtuarse ahora que ha llegado a su punto más alto.
Es uno de los máximos exponentes de la vida democrática e institucional del México contemporáneo. Es un político excepcional, luchador social incansable, periodista comprometido con la verdad e ingeniero civil destacado que surgió del esfuerzo, la cultura, la ciencia y la academia. Alejado de simulaciones, protagonismos y caprichos personales, el Ingeniero Castillo fue un formidable sembrador de esperanza.
Su compromiso con la justicia, la democracia y la libertad fue auténtico, ni siquiera lo pudo seducir una posible candidatura presidencial, como hombre de Estado y estadista, comprendió que lo realmente importante es un movimiento colectivo y no un proyecto personal o de grupo. El sello de su legado es la defensa de los más pobres, los recursos naturales, la soberanía nacional, el Estado de Derecho y la paz social.
Ni los intentos de asesinato, las fracturas ocasionadas por golpizas y mucho menos permanecer recluido en el Palacio Negro de Lecumberri le hicieron desistir en su lucha, casi utópica, de oponerse a la corrupción y la mentira que violaba los derechos de la población mexicana. En tiempos donde algunas voces confunden a la pluralidad con la confrontación, vale la pena recordar y, al menos intentar, emular al político, científico, periodista, luchador social e ingeniero civil que tuvo una visión de largo aliento y de unidad hacia el futuro.
En palabras de Luis Villoro: “No digamos que Heberto Castillo ha muerto porque en cualquier hombre que dé testimonio de la dignidad frente a la corrupción de los poderosos, estará Heberto Castillo. Y mientras hombres como Heberto estén entre nosotros, este país estará a salvo”. ¡Heberto Castillo, vive!