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De no ser por México

 

Por Danner González

@dannerglez

 

Al cumplirse 80 años de la llegada a México de los primeros barcos de refugiados españoles, el historiador José María Murià ha escrito un apasionado alegato de la aportación de nuestro país en los años de la guerra.

A México y a España nos unen heridas comunes y cicatrices compartidas. A la larga las heridas cierran, pero toda cicatriz se duele cada vez que aprieta el frío. Nosotros nos dolemos de la guerra sucia de los años setenta y de una fallida guerra contra el narco que entre 2006 y 2012, produjo al menos cuarenta mil muertos y más de doscientos mil desaparecidos.

España sigue sin encontrar a García Lorca y Lorca duele porque es un símbolo de todos aquellos que enterraron en los camellones, en los páramos infecundos. En las sumas y restas de la ficción histórica, dos temas me obsesionan: ¿Qué habría sido de García Lorca si hubiera tomado un barco a México? ¿Qué habría pasado con Walter Benjamin, si hubiera aguantado un día más en Portbou, consiguiendo la visa que le permitiera llegar a Nueva York, como pretendía hacerlo?

Respecto a la guerra civil española se ha escrito mucho. Javier Cercas dice que un español es aquel que tiene una teoría sobre la guerra civil. Sobre el exilio republicano en cambio se ha escrito poco y sesgadamente. Se ha hablado de las aportaciones de los grandes maestros: Gaos, Manuel Pedroso, Recaséns Siches, Xirau, Cernuda, Sánchez Vázquez, Remedios Varo, María Zambrano, Díez Canedo, y de cuánto ellos, ellas y muchos otros, vinieron a enriquecer la cultura, la filosofía, la política, las artes y otras disciplinas de nuestro país.

La publicación del libro De no ser por México (Miguel Ángel Porrúa, 2019), es un hito en la relectura del exilio español, pues se detiene en temas en los que nadie había reparado: la andadura del presidente Azaña por el Pirineo francés; los vehículos contratados por la Secretaría de Relaciones Exteriores mexicana y puestos a disposición de vascos y catalanes, según obra en el archivo de la cancillería; las gestiones de Adalberto Tejeda –embajador de México en Francia en 1936– quien antes de que el bloqueo se consolidara en julio de ese año, convenció al gobierno galo de vender a México aviones que se entregaron a la causa republicana, y compró, bajo el mismo procedimiento, un pequeño barco que la historia apenas registra, el Berbère, que luego de cambiar su nombre por el de Jalisco, realizó viajes a Alicante, repleto de armas para los republicanos.

Tampoco se había dicho, con la contundencia de este libro, que no se habrían expedido 80 mil certificados “en tránsito hacia México” que funcionaron como salvoconductos para víctimas de la guerra en Europa –de los cuales cerca de cincuenta mil refugiados habrían de recalar en México– de no ser por dos figuras centrales: el Cónsul General de México en Francia, Gilberto Bosques y el embajador Luis I. Rodríguez.

Murià, –quien es además un excelente conversador– ha escrito una narración apasionante de momentos en que México fue factor decisivo. Sabíamos del Sinaia, del Ipanema y del Mexique. De no ser por México nos habla también del Flandre, De Grasse, Nyassa, Marechal, Lyautey, Guinea, Quanca –antes Ipiranga–, Serpa Pinto, Syboney, Santo Tomé.

Consigna Murià que en el mismo barco en que viajaron “Los niños de Morelia”, desembarcado en Veracruz el 7 de junio de 1937, venían, en primera clase, los jugadores del Barcelona, que gracias a ello reunieron trece mil dólares en la “gira salvadora” que les permitió subsistir como club de fútbol años después de la guerra. México también salvó a los blaugranas. ¡Visca Barça!

Muerto Azaña en un hotel resguardado por la legación mexicana, y en consecuencia, en territorio mexicano, el prefecto francés de Montbaun trató de disolver la procesión de dolientes y pidió que no se exhibiera sobre el ataúd la bandera republicana. “Piense usted en la pobre Francia” apeló el prefecto a Luis I. Rodríguez. Murià consigna la lapidaria respuesta del embajador mexicano: “Lo cubrirá con orgullo la bandera de México; para nosotros será un privilegio, para los republicanos una esperanza y para ustedes, una dolorosa lección.”

La bandera republicana de Azaña reposa en la tumba de Luis I. Rodríguez mientras que la bandera mexicana fue depositada sobre el pecho del presidente español en el momento mismo de su entierro, nos dice Murià, hijo de exiliados españoles y heredero de José Gaos, de quien podría decirse que literalmente le pasó los bártulos al morir el 10 de junio de 1969 en el examen doctoral del alumno, ante la mirada atónita de Miguel León Portilla.

Finalmente, apunto una querencia especial del autor referido. Escribe Murià que el 20 de noviembre de 1975 en México se conjugaron, libados con tequila, dos gritos: ¡Muera Franco! ¡Viva México! Si apela al tequila debe ser cierto, pues además de ser un fan irredento –a quien he visto alguna vez sacar un caballito de la bolsa de su saco, en el preciso momento de un brindis–, es un estudioso puntual de tan sagrado elíxir. Para muestra su espléndido estudio, El famoso tequila, también editado por Miguel Ángel Porrúa, en 2015.

En suma, De no ser por México es un delicioso registro de minucias y una magnífica revisión al exilio español, de esencial lectura en este 80 aniversario.

Danner González

Especialista en comunicación y marketing político. Ha realizado estudios de Derecho en la Universidad Veracruzana; de Literatura en la UNAM; de Historia Económica de México con el Banco de México y el ITAM, y de Estrategia y Comunicación Político-Electoral con la Universidad de Georgetown, The Government Affairs Institute. Máster en Comunicación y Marketing Político con la Universidad de Alcalá y el Centro de Estudios en Comunicación Política de Madrid, España, además del Diplomado en Seguridad y Defensa Nacional con el Colegio de Defensa de la SEDENA y el Senado de la República. Ha sido Diputado Federal a la LXII Legislatura del Congreso de la Unión, Vicecoordinador de su Grupo Parlamentario y Consejero del Poder Legislativo ante el Consejo General del Instituto Nacional Electoral. Entre 2009 y 2010 fue becario de la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores en Córdoba, España. Sus ensayos, artículos y relatos, han sido publicados en revistas y periódicos nacionales e internacionales. Es Presidente fundador de Tempo, Política Constante.