Por Javier Santiago Castillo
@jsc_santiago
A un año de la gestión gubernamental, el sentido de la oportunidad aconsejaría realizar un balance global del quehacer público. No obstante, en esta ocasión, recibimos una bofetada de la cruda realidad. Este año he escrito varios artículos sobre los problemas de inseguridad y las limitaciones estratégicas de las políticas públicas del actual gobierno. Sin embargo, una historia de un incidente de la vida diaria de dos personas, puede servir para presentarnos una faceta de las debilidades institucionales en materia de seguridad y realizar un balance parcial.
Jesús y María Magdalena son dos mexicanos que han vivido un periplo en la vida común a millones de compatriotas. Ambos andan en los cincuenta y tantos años. Él nacido en una comunidad oaxaqueña, muy joven, se vio obligado a emigrar a los Estados Unidos. Ahí, se forjó en oficios varios y el destino lo llevó a trabajar en los aserraderos en Alaska; narró cómo tenía que prácticamente descongelarse las manos para continuar la jornada y, terminó siendo minero. A lo largo de treinta años de duro trabajo logró la nacionalidad estadunidense y ahorrar algunos recursos. Dejó de trabajar por incapacidad debido al daño físico sufrido.
Ella estudió la secundaria, recientemente concluyó el bachillerato. A lo largo de su vida ha desempeñado múltiples faenas, trabajadora doméstica, vendedora ambulante, policía, vendedora de comida, feriera, masajista, etc. El infortunio la empujó a irse de mojada. Estuvo en California y otros estados, hasta que la vida la llevó a Alaska. Ahí trabajo en una empacadora de salmón y creó una pequeña empresa de limpieza, tan pequeña, que ella era todo el personal y ocasionalmente se contrataba a una empleada; también elaboró comida tradicional, aprovechando la existencia de una importante comunidad de trabajadores mexicanos.
Jesús y María Magdalena se encontraron en ese helado paisaje del norte del continente y decidieron empalmar sus vidas. Compartieron el “sueño americano” con la esperanza de volver al terruño con un patrimonio y tener una vida mejor. Para eso, no sólo había que fusionar las ilusiones, sino el arduo trabajo en un clima inhóspito. Ahorraron y planearon, sucedió lo no deseado, pero siempre presente: la “migra” detuvo a María Magdalena. Fue a dar a prisión alrededor de cuatro meses y luego fue deportada.
Afrontaron el desasosiego con la fortaleza que proporciona el gozo cotidiano. La adversidad no desanudó lo que las ilusiones y el amor habían unido. Los planes continuaron. Ella se trasladó al exuberante trópico y en un pequeño puerto adquirió algunas propiedades con el fin de alquilarlas a turistas que huyen del clima gélido y añoran el cálido sol. En tanto, laboró en los oficios varios que la vida le enseñó. Jesús retornó a México hace unos meses. De inmediato contrató algunos albañiles, entrándole a la faena a pesar de sus lesiones, para realizar las adecuaciones a un inmueble y convertirlo en varios departamentos pequeños para rentarlos. Urgía tener algún ingreso. No hay ahorro que dure la vida.
Entonces, vino el encontronazo con la realidad. Una mañana, mientras Jesús y María Magdalena fueron a comprar materiales para la obra, un operativo de la Fiscalía del estado, apoyado por el Ejército, según diversos testimonios: alrededor de treinta soldados y dos helicópteros llegó a catear el inmueble en remodelación buscando drogas y armas. A los albañiles los tendieron boca abajo con el pie sobre su espalda y los encañonaron. La tropa revisó, no encontró nada, porque no había nada. En honor a la verdad no hubo maltratos mayores, no se llevaron nada, tampoco “plantaron” droga como ocasionalmente sucede. Pero el susto no fue para menos.
Al día siguiente se comunicaron con un pariente, considerado letrado, para que los orientara en lo que debían hacer. El pariente no es abogado, pero, como siempre sucede en este México, presto encontró un amigo curtido en las lides de enfrentar al sistema judicial, que tiene como denominador común sus malas artes en perjuicio del ciudadano, una acendrada proclividad a la extorsión y facilidad en la fabricación de culpables.
El amigo abogado sugirió que el pariente fuera a hablar con el agente del Ministerio Público, pero sin la asistencia de Jesús (no fuera ser que lo encarcelaran), con el fin de conocer el estado de la investigación para saber si se le imputaba algún delito y en consecuencia de inmediato recurrir al amparo (ya elaborado por el amigo) y gestionar una audiencia con el cónsul de Estados Unidos, en una ciudad cercana, dada la doble nacionalidad de Jesús. El agente del Ministerio Público requirió la presencia de Jesús para dar acceso al expediente o hasta para sacarle una copia. El amigo abogado aconsejó que no se revisara el expediente, pues podría contener información de la “cual era mejor no enterarse”, y que mejor se le preguntara al Agente el estatus de la investigación. La información proporcionada fue que al no encontrar nada en el inmueble cateado el expediente se iría a reserva, pues no había delito que perseguir.
En la colonia son públicos los lugares donde se distribuye droga. Como de costumbre sólo los ignora la policía y cuando hace rondines ni siquiera pasa por las calles donde se realiza la distribución. La acción del Agente del Ministerio Público y del juez ameritaban quejas ante la Fiscalía, el Consejo de la Judicatura y la Comisión de Derechos Humanos estatales, pues fue evidente que, sin contar siquiera con indicios consistentes, se solicitó y se obsequió la orden de cateo.
Se habían violado disposiciones constitucionales y legales al debido proceso, pues la orden de cateo no estaba debidamente motivada, sólo mencionaba que los indicios presentados por el agente del ministerio público eran suficientes y se causó molestia a ciudadanos inocentes.
El último consejo del amigo abogado fue que mejor no se moviera nada, la desconfianza sobre la honradez de la autoridad siempre presente. A saber, con qué grupo delincuencial, probablemente, estarían relacionadas las autoridades ministeriales y judiciales violatorias de la ley.
No es casualidad que la fuerza pública se equivoque, cuando todo el pueblo conoce los domicilios donde se distribuye droga y el cateo se realiza en un inmueble propiedad de personas honradas poniéndolas en peligro. De procederse en contra de los funcionarios se exponía a Jesús y María Magdalena a represalias. Dada la fragilidad del estado de derecho lo sensato era “dejar la fiesta en paz”.
Se coincide con que, no sólo la violencia del Estado resolverá este complejo problema. Sería frívolo señalar como responsables directos a los gobiernos federal o estatal de un hecho particular. Pero salta a la vista que en el frente de depurar y capacitar a las fiscalías y los poderes judiciales de los estados no hay política pública alguna.
Las declaraciones de la Secretaria y del Subsecretario de Gobernación esta semana son de lamentarse. Una reconoce las deficiencias del sistema de justicia, pero no propone nada. El otro, insiste en que la estrategia contra la delincuencia va bien. Hay acciones contra la delincuencia desde diversos ámbitos gubernamentales, sí. Lo que no existe es una estrategia global y horizontalmente coordinada.
La ausencia de estrategia integral para atacar la inseguridad sí es responsabilidad directa y plena de los gobiernos federal y estatales. Sin estrategia, el combate a la corrupción y a la delincuencia caerá en el vacío del discurso de “vamos bien”. Insisto, “por el bien de todos” es necesario alejarse de la autocomplacencia y realizar un balance de las acciones para combatir la delincuencia y enmendar, lo que haya que enmendar.
En tanto, Jesús y María Magdalena continúan, como millones de mexicanos, trabajando en pos de sus ilusiones. Afortunadamente no hubo consecuencias mayores y esperemos que la ineficacia del Estado no interrumpa sus sueños.
- D. Es obvio: los nombres son falsos, los hechos son verdaderos.