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Por Salvador López Santiago

@sls1103

 

Al escuchar la palabra globalización, generalmente asociamos ese concepto con temas de mercado, de medio ambiente, de acuerdos internacionales, en fin, cuestiones que implican la participación de Estados, gobiernos y actores políticos del más alto nivel. Sin embargo, los efectos de la globalización también se registran en nuestro contexto inmediato, es decir en nuestras comunidades y por extensión, en ocasiones en nuestra individualidad.

 

Sobre el particular, el sociólogo Zygmunt Bauman expresa pesimismo respecto del devenir de las sociedades humanas, en el sentido de mostrarse incapaces de cambiar el rumbo trazado por las fuerzas desatadas de la globalización. Esto no es capricho o mera ocurrencia, por el contrario, expone que, con la modernidad, la naturaleza humana, antes considerada como estable y permanente, dada, indisoluble, segura, pasó a ser una tarea obligada, una construcción en ejercicio; cada vez más sin sujeciones a los referentes colectivos que brindaban un guion de actuación.

 

Es decir, la globalización tiene un impacto tal en nosotros y nuestras comunidades que impone patrones de conducta entre los grupos sociales. Algunos ejemplos cotidianos son el tipo de ropa que se usa, la dependencia cada vez mayor de las tecnologías de la comunicación, los lugares que visitamos, los contenidos cinematográficos, bibliográficos o musicales que consumimos.

El propio Bauman habla sobre la predestinación del destino humano, tan inmanente a la cosmovisión de las sociedades premodernas, fue reemplazada por el proyecto de vida que deja en un segundo plano a la vocación y se preocupa por alcanzar una identidad que muchas veces ya no se tiene, cuando antes era preconcebida. Para cerrar la idea, el propio autor explica que la modernidad reemplaza, pues, la predeterminación de una posición social por una autodeterminación compulsiva y obligatoria.

 

Dentro de esta predeterminación, también existe un ethos sociocultural saturado de comportamientos y actitudes que está en despedida, asociado a aquella experiencia comunitaria. Derivado de ello, es pertinente resaltar la interesante evidencia que Bauman asoma para contraponer a dos tipos de comunidades: comunidad estética/comunidad ética. Al respecto, precisa que las comunidades estéticas están generadas por preocupaciones identitarias cuya demanda constituye el terreno favorito de la industria del entretenimiento. Las comunidades que se forman alrededor de ellos (los ídolos).

 

En este tenor, el grave riesgo que corremos como sociedad radica en perder nuestra identidad, lo que a su vez deriva en una pérdida de pertenencia a lugares, tradiciones, costumbres, normas de convivencia y hasta de valores concebidos como correctos que podrían ser sustituidos por conductas alejadas de principios como la moral y la ética, pero acordes a las tendencias globales.

 

Bajo esta tesitura, me aventuro a concluir que, a cada uno de nosotros, desde lo individual pero también como parte de una comunidad, nos corresponde mantener nuestra identidad y si es el caso, recuperarla o crearla con base a los valores y formación que recibimos desde el hogar y después en las escuelas. El gran desafío es que la globalización sea sinónimo de beneficios para la colectividad y no un medio para dejar sin individualidad a la población. En otras palabras, conservar las raíces particulares de nuestra identidad y, al mismo tiempo, estar abierto y enriquecerse de los beneficios e innovaciones que ofrece la globalización.

 

Salvador López Santiago

Es Licenciado en Derecho por la UNAM, Maestro en Ciencia Política por la UPAEP, Maestro en Derecho Electoral por la EJE del TEPJF y cuenta con estudios de posgrado en Derecho Parlamentario en la UAEMéx. Fue Consejero Electoral Distrital en el Instituto Federal Electoral (IFE) y en el Instituto Nacional Electoral (INE) durante los Procesos Electorales Federales 2011-2012 y 2014-2015, respectivamente. Asimismo, se ha desempeñado como asesor legislativo en el Senado de la República en la LXII, LXIII, la LXIV y la LXV Legislatura. Desde enero de 2020 es director editorial en Tempo, Política Constante.