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El hombre se venga porque cree que su venganza es justicia.

-Fiodor M. Dostoievski. Memorias del subsuelo.

Ver pasar la vida, saberla consumirse día con día sin que dé una segunda oportunidad, escuchar el tictac del reloj inclemente, construir peldaño a peldaño un castillo de sueños, para luego verlo caer como torre de jenga. Mediada cierta edad, todos sabemos que los sueños terminan en alguna parte, que al final del arcoíris no habrá una hucha llena de monedas de oro, sino desencanto o aceptación en el mejor de los casos. A estas alturas de nuestra generación, ya no creemos en cándidos sueños, nos conformamos con que no se conviertan en crueles pesadillas.

Bong Joong-ho lo sabe. El mundo de esta segunda década del siglo vive justo allí donde se truncan los sueños. Si en Okja (2017) retrató la banalidad de las sociedades de consumo, con una crítica corrosiva y agridulce, en Parasite, o Gisaengchung según su título original (2019) sale al encuentro de la verdad de la literatura, esa que, según Javier Cercas, busca fijar lo que nos pasa a todos los hombres en cualquier momento y lugar.

¿Qué hace grande a una obra literaria? La capacidad de diseñar tipos universales de seres humanos. “Una obra es eterna –escribe Roland Barthes–, no porque impone un sentido único a hombres diferentes sino porque sugiere sentidos diferentes a un hombre único”. ¿Qué hace singular a la gente de nuestro tiempo? Propongo algunas respuestas: La frivolidad, la miseria, el desasosiego.

No es casual que las películas más comentadas de 2019 (Joker, Parasite), traten el dolor de seres humanos que no encuentran su lugar en ciudades frenéticas, ruines, pues las obras de arte son el retrato fiel de un momento específico de la historia. Tampoco es menos significativo que un director de cine surcoreano ponga su lente sobre el capitalismo en un momento floreciente de su país. BTS, grupo juvenil de k-pop (hoy un género en sí mismo), causa tanto furor como desconsuelo todos los días entre millones de adolescentes que suspiran por asistir a sus conciertos o por comprar a precios estratosféricos artículos publicitarios de sus ídolos, aunque lograrlo esté al alcance de muy pocos. Google nos abofetea con tristes historias de jovencitos que no alcanzaron un lugar en la inauguración de exclusivas tiendas del grupo a nivel mundial, modernos parnasos del k-pop.

El tema del subsuelo no es nuevo. Ningún tema lo es, por cierto. Lo que cambia es el enfoque desde el cual se trata. Ya Dostoievski había abordado la condición de miseria en sus Memorias del subsuelo (1864), también editadas alguna vez como Recuerdos de un sótano obscuro. Su hombre del subsuelo y los hombres y mujeres que pueblan Parasite mientras viven en sótanos degradantes provienen de una misma estirpe miserable y deben ser leídos en clave paródica. Ni Dostoievski ni el cineasta coreano plantean el tratamiento de su tema como historias literales sino como metáfora de condiciones de vida oprobiosas, lo mismo en la Rusia del siglo XIX que en la Corea del siglo XXI.

Primero como comedia, después como tragedia, porque la vida es así, Bong Joong-ho despliega en Parasite un catálogo de conductas humanas universales. No basta tener una buena historia, hay que saber contarla. En Un mundo maravilloso (2006) –quizá la menos afortunada de sus películas–, Luis Estrada intentó sin mucho éxito el tema del subsuelo, el terror a la caída en desgracia. Destaco de allí una frase que apuntala el argumento central del filme: “Un día como ricos vale más que toda una vida de pobres”, sentencia el Pinche Pérez, después de asesinar a una familia que le acoge en navidad.

Si los personajes rusos de Tolstoi o Dostoievski tienen una esperanza cristiana, los personajes de Parasite creen en asideros inmediatos: la comida, el wifi, dinero contante y sonante. Viven como millones de seres humanos, un día a la vez. El padre de familia lo sabe: es mejor no tener ningún plan –explica a su hijo–, así no te decepcionas si el plan no resulta. Sintetiza el pensamiento resignado de tantas personas en el mundo que saben que, aunque trabajen sin descanso en pos de sus sueños, no habrán de alcanzarlos. El hijo lo tiene claro hacia el final de la película, cuando en una carta le cuenta al padre, un plan para comprar la casa en cuyo sótano el padre está confinado. Escribe un plan para su padre, quien le ha enseñado que aún haciendo planes, la vida te lleva por otra parte.

Conserva la conciencia de su degradación demasiado lúcida, escribe sobre el hombre del subsuelo, Dostoievski. Sostiene que el sufrimiento es la única causa de la conciencia. En Parasite, el padre de familia tiene una clara conciencia de su degradación, forjada a base de sufrimientos, pero es incapaz de ser egoísta. Se pregunta si los otros, a quienes su familia y él han desplazado, estarán bien. Me parece que así puede explicarse una escena absurda en apariencia: Cuando el primer hombre del sótano manda desesperados mensajes en clave morse, el padre de familia no trata de impedirlo porque sabe que son hermanos de miseria; mira en el rostro del otro, su propio reflejo.

Esta conciencia despierta cuando escucha a su jefe decir que él tiene un olor peculiar, el olor de las personas que viajan en metro. El olor de la pobreza, del subsuelo, habrá de ser el catalizador final de su venganza. Dostoievski lo dice de este modo: “Por espacio de cuarenta años estará rumiando su injuria en sus más nimios y bochornosos pormenores, añadiéndoles todavía de su cosecha circunstancias particularmente infamantes, enardeciéndose y excitándose a su antojo”.

Si el sótano es vil, en la superficie afloran los monstruos de quienes han vivido una o varias temporadas en el subsuelo. Ahítos de venganza, en la superficie –epidermis pura– los hombres del subsuelo están dispuestos a todo: concitan sus deseos reprimidos, sus temores, toda suerte de rencores acumulados hacia el grupo social que les margina y humilla. La retaliación es para ellos éxtasis, suprema consumación del ser, razón y consuelo.

Danner González

Especialista en comunicación y marketing político. Ha realizado estudios de Derecho en la Universidad Veracruzana; de Literatura en la UNAM; de Historia Económica de México con el Banco de México y el ITAM, y de Estrategia y Comunicación Político-Electoral con la Universidad de Georgetown, The Government Affairs Institute. Máster en Comunicación y Marketing Político con la Universidad de Alcalá y el Centro de Estudios en Comunicación Política de Madrid, España, además del Diplomado en Seguridad y Defensa Nacional con el Colegio de Defensa de la SEDENA y el Senado de la República. Ha sido Diputado Federal a la LXII Legislatura del Congreso de la Unión, Vicecoordinador de su Grupo Parlamentario y Consejero del Poder Legislativo ante el Consejo General del Instituto Nacional Electoral. Entre 2009 y 2010 fue becario de la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores en Córdoba, España. Sus ensayos, artículos y relatos, han sido publicados en revistas y periódicos nacionales e internacionales. Es Presidente fundador de Tempo, Política Constante.