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Por Elsa Maile Gutiérrez Landa

 

Y un día las personas comenzaron a desaparecer, la gente salía de sus casas rumbo al trabajo, la escuela, a comprar y nunca regresaban. Al principio las familias se volvían locas y con ellas el resto de la sociedad. Se interponían denuncias, se lanzaban boletines en el radio y la televisión, se pegaban fotos por las calles y se hacía pública la descripción física de los desaparecidos; pero la situación no cambiaba, las personas nunca eran encontradas, se hacían entrevistas a los familiares y los procesos burocráticos de años no hacían más que que terminar en archivos imposibles de cargar y casos que se iban  acumulando, mientras la atención de la policía y la sociedad estaba enfocada en encontrar a una persona que habían desaparecido, así como a otras 8, 10, 20 personas y la lista continuaba creciendo. Otro comercial se convertía en boletín de búsqueda, una cara más se agregaba a los árboles y postes, una publicación más sobre la inseguridad y nada sobre los resultados de las búsquedas, si es que seguían buscando.

La situación escaló hasta que las fotos ya no cabían, se encimaban unas con otras en los postes y todos los espacios públicos se convirtieron en un álbum que reflejaba el dolor de las personas que no perdían la esperanza de que alguien tuviera información, reflejaban las noches sin dormir de madres esperando junto al teléfono y mirando la puerta en la espera de ver llegar a sus hijos, de hermanos que no volvieron a ser los mismos sin sus compañeros de vida, de hijos que se criaron sin padres, viviendo de recuerdos y teniendo de compañía las fotos que los miraban fijamente.

Las calles se vaciaban, las personas evitaban salir debido al miedo de no regresar a casa, algunos intentaban mantenerse en contacto con sus familias durante el trayecto de regreso a casa, otros optaron por chips con gps que mandaban señales continuas a agencias particulares de seguridad; incluso hubo personas que crearon brigadas, se reunían en grupos grandes para transportarse de un lugar a otro, no salían nunca solos.

La situación era crítica, la economía se estaba viendo afectada, las tiendas cerraban por falta de clientes y de empleados, los parques se encontraban vacíos porque a los niños no les gustaba jugar en medio de las fotos de desaparecidos. Algo se tenía que hacer.

Encontrar a las personas no era una opción, requería una cantidad importante de recursos y tiempo, los casos se habían acumulado en bodegas que ya nadie se atrevía a abrir, los nombres eran tantos que se confundían unos con otros en un laberinto de colores de ojos y facciones en el que cualquiera perdía la cordura. Fue el jefe de la policía quien encontró la solución de manera accidental. Un día ante la necesidad de espacio para almacenar equipo de cómputo tomó la decisión de desechar los expedientes de los primeros casos de desaparición, unos meses después la siguiente ola de expedientes fue quemada ante la necesidad de una oficina para un nuevo delegado, finalmente los expedientes más recientes se escanearon y guardaron en una pequeña memoria, dando oportunidad a los policías de contar con un nuevo comedor de empleados.

Al notar que el simple de hecho de no tener los expedientes a la vista parecía haber aminorado el peso de su escuadrón se tomó la decisión de hacer lo mismo en las calles, en una noche las fotos fueron reemplazadas por paredes pintadas y nueva publicidad de cosméticos y líneas de belleza, la televisión volvió a su programación usual y en menos de 12 horas la huella de quienes no estaban había desaparecido. Las personas tardaron días en notar el cambio, algunas familias preguntaron por las fotos que habían pegado pero la mayoría estaba tan cansada de hacer preguntas que no tenían respuesta que simplemente continuaron con sus vidas y poco a poco todo volvió a la normalidad, una normalidad en la que la gente sale de sus casas para no regresar, pero ya no hay carteles, ni expedientes, ahora cuando alguien no regresa debió tomar más precauciones porque así es ese lugar.

Elsa Maile Gutiérrez Landa

Es Licenciada en Ciencia Política y Relaciones Internacionales por la Universidad de las Américas Puebla (UDLAP) y actualmente estudia la especialización en Medios y Política en el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO). Además, ha colaborado en diversos medios digitales en redacción de cuentos y artículos de opinión.