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Por Danner González

@dannerglez

La más reciente novela de Javier Cercas ganó el año pasado el prestigioso Premio Planeta, que año con año ofrece 600 mil euros al ganador. Hace un par de años, en una presentación de El monarca de las sombras le dije a Javier que a menudo reseñaba sus novelas, y él –tocado un poco por los influjos de copiosos mezcales con los que se había bajado un mole madre en Pujol–, se sobresaltó y solo atinó a decir: ¡Qué miedo! Aquí vamos de nuevo, querido Javier.

La historia transcurre en la Terra Alta, una pequeña comarca catalana, en donde los policías se mueren de aburrimiento, persiguen delincuentes menores, hasta que ocurre un crimen atroz. Los crímenes atroces se nos están haciendo cotidianos en un siglo carente de bondad y plagado de miseria. Antes he usado el término “miseria humana”, pero bien pensado, la miseria es exclusivamente humana. Solo puede haber miseria en la facultad volitiva, por irracional que sea. Mientras escribo esto, en México estamos estremecidos por el asesinato de una pequeña de siete años sin ninguna malevolencia contra el mundo. ¿Qué resortes tendrían que impulsar a alguien a cometer una salvajada de esa naturaleza? A nuestro alrededor hay violencia, maldad, impunidad todos los días. Nos rodea la agnosia. Somos ya incapaces de reconocer los territorios en los que jugamos de niños, donde fuimos felices.

La primera parte de la novela es a todas luces una novela policíaca, en la que parece que Cercas se ha olvidado por fin de sus grandes obsesiones: la teoría de la novela y la Guerra Civil. Se dedica a narrar, sin grandilocuencia, pero apenas han pasado sesenta páginas cuando Cercas introduce en Melchor, joven protagonista de la historia, la obsesión por Los miserables, novela que resultará fundamentar para él al punto que su hija se llama Cosette, como la hija de Jean Valjean. Al final del día los escritores solo sabemos hablar de la única cosa que conocemos bien: la literatura. Y así, vuelve de pronto esa maldita tentación de escribir en cada novela, una maldita teoría de la novela. La vida de Melchor será a partir de allí una vida de literatura, él es un héroe de literatura, encerrado en la literatura.

De modo paralelo al misterioso crimen central, Cercas comienza a urdir otras historias: la propia historia de Melchor Marín, la historia de su madre y de su esposa. Las mujeres dan sentido a su historia, incluso podría decirse que toda su andadura es una exploración en torno a las mujeres de su vida.

En la segunda parte de la novela, Cercas retoma su segunda gran obsesión: la guerra civil –queda claro que aún tiene cuentas pendientes con la Batalla del Ebro–, a la que asume esta vez como una válvula que la gente además utilizó “para aliviar los odios, las rencillas y los rencores acumulados durante años”. Al volver al tema que mejor conoce, la narración se hace más fluida, poética, copiosa de palabras como de costumbre.

Sin ánimo de abundar en detalles que merecerían un estudio serio, me parece que el autor bosqueja en la relación de Olga y Melchor, un canon de la novela. Olga, bibliotecaria, al conocer a su futuro esposo dice de Los miserables que es sentimental, melodramática, moralista. “O sea, es todo lo que detesto. Pero no he podido parar de leerla. Ahí está lo raro. En que, más que a las novelas que me gustan, se parece a la realidad, que no me gusta”. Apunto el canon señalado: Los miserables, El doctor Zhivago, El gatopardo, El extranjero, El tambor de hojalata y La vida. Instrucciones de uso, del entrañable Georges Perec.

Llegado este punto, parece que la primera parte solo sienta las bases de la novela, pero la novela real, la que Cercas ha querido escribir está en la segunda parte, en su vuelta a la teoría de los héroes, a la ética de la lealtad y a la ética de la traición. De paso, ha oteado la realidad mexicana reciente, de sicarios desalmados y políticos corruptos. Hace decir a uno de sus personajes: “Peña Nieto es un pendejo, pero, cuando estaba en el poder, no paraba de pedirme favores, y yo era incapaz de negárselos”.

Terra Alta construye con paciencia una tesis a lo largo de trescientas setenta y cuatro páginas: Las heridas de verdad son “las que nadie ve. Las que la gente lleva en secreto. Ésas son las que lo explican todo.” ¿Extingue la justicia al odio? Se pregunta el narrador en esta historia que vale la pena leer, y que ha reivindicado este año al Premio Planeta.

Hay ocasiones en que los premios dan prestigio a los autores. Este 2019, el Premio Planeta se redimensiona al premiar a un grande como Javier Cercas. Salud, pues, maestro, con un mezcal karwinskii de Oaxaca, con regocijo y sin miedo.

 

 

 

Danner González

Especialista en comunicación y marketing político. Ha realizado estudios de Derecho en la Universidad Veracruzana; de Literatura en la UNAM; de Historia Económica de México con el Banco de México y el ITAM, y de Estrategia y Comunicación Político-Electoral con la Universidad de Georgetown, The Government Affairs Institute. Máster en Comunicación y Marketing Político con la Universidad de Alcalá y el Centro de Estudios en Comunicación Política de Madrid, España, además del Diplomado en Seguridad y Defensa Nacional con el Colegio de Defensa de la SEDENA y el Senado de la República. Ha sido Diputado Federal a la LXII Legislatura del Congreso de la Unión, Vicecoordinador de su Grupo Parlamentario y Consejero del Poder Legislativo ante el Consejo General del Instituto Nacional Electoral. Entre 2009 y 2010 fue becario de la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores en Córdoba, España. Sus ensayos, artículos y relatos, han sido publicados en revistas y periódicos nacionales e internacionales. Es Presidente fundador de Tempo, Política Constante.