Por Javier Santiago Castillo
@jsc_santiago
La palabra calamidad viene del latín calamitas, calamitatis, que se utilizaba para describir la destrucción de las cosechas de trigo por los vientos que soplaban hacia el norte provenientes del mediterráneo, cuando se mezclaban los calamus (cañas del trigo) inservibles con el trigo ya trillado. Con el decurso del tiempo la palabra calamidad adquirió el sentido de un “azote” o una “tragedia”, pues el fenómeno descrito por la palabra traía hambre a la población.
Desde la perspectiva religiosa judeocristiana las calamidades son un castigo de Dios sobre los hombres por sus pecados bajo el cobijo de Satán. La calamidad es un “golpe” (“agá”, golpear) colectivo que manifiesta hasta qué punto el pecado está en acción en la historia humana. La amplia clasificación religiosa de las calamidades ha estado vigente durante siglos: la guerra, el hambre las enfermedades, los sismos, los huracanes, etcétera.
A lo largo de la historia la humanidad ha sufrido el azote de epidemias y pandemias que causaron estragos incalculables. Desde la plaga de Atenas (de 430-429 a.C.) que costó la vida a un tercio de la población. Pasando por la peste bubónica, que cobró millones de víctimas, la viruela, el sarampión, la polio, la tuberculosis, la sífilis, etc.
Lo que ha hecho la evolución humana es intentar comprender y conocer las causas de las calamidades. Es así como el pensamiento mágico se ha replegado ante el avance de la ciencia al conocer el origen de los fenómenos sociales y naturales que afectan a la humanidad. El descubrimiento de las vacunas y su aplicación masiva ha contenido y, prácticamente, erradicado muchas de esas enfermedades endémicas, pero han aparecido otras.
La pandemia más grave del siglo XX fue la gripe española de 1918, a ciencia cierta no se conoce el número de fallecidos, pero se calcula de 20 a 40 o 50 millones de personas en el mundo. El sida, detectada a partir de 1981, alcanza alrededor de 30 millones de muertes. En el siglo XXI son los virus como el SARS, que es un tipo de coronavirus, que para 2003 se calcula, ocasionó 765 muertes. Para la pandemia de 2009-2010 de H1N1, se estiman entre 100 mil y 400 mil; lo positivo, en este caso, es que aproximadamente en un año se contó con una vacuna.
El caso del Coronavirus o COVID-19 es diferente por ser una mutación novedosa y además de rápido contagio exponencial. Según las últimas declaraciones del presidente de la Organización Mundial de la Salud (OMS) afecta no sólo a las personas de edad avanzada, sino también a los jóvenes, de los cuales han fallecido un número importante.
Hay una consecuencia que las pandemias anteriores no habían presentado tan drásticamente. La primera es la afectación de la economía global, la cual resistirá la caída, pero la repercusión en las economías más débiles todavía es incuantificable. Tenemos la certeza de una recesión mundial, ignoramos su magnitud. En el caso de México ya se vaticina una disminución de más del 4% del Producto Interno Bruto. Si bien es cierto existen reservas financieras importantes y líneas de crédito disponibles para México, estos recursos son finitos frente a las necesidades sanitarias, económicas y sociales que se vaticinan.
La segunda son las consecuencias políticas, que se desenvolverán de diversas maneras, según las características de cada sistema político para resistir las tempestades y encausar las tensiones. Para Maquiavelo en la acción política confluyen la prudencia, que era la virtud más preciada que poseyeran los príncipes, consistente en la capacidad de entender la realidad y prepararse, hasta donde las condiciones lo permitían, para los cambios. A esos cambios los llama fortuna, que en términos modernos sería la realidad siempre cambiante, siempre en mutación.
Será esencial la valoración que haga cada una de las sociedades sobre la prudencia con que actuaron cada uno de sus gobiernos, la cual ha sido diferenciada. En un extremo tenemos a China, cuyas autoridades lo primero que hicieron fue intentar ocultar la existencia del brote infeccioso, pero la fortuna los rebasó y las obligó a actuar decididamente y con medidas draconianas que han contenido la enfermedad en su territorio.
En Europa, que se ha convertido en el centro propagador de la pandemia, los gobiernos han reconocido sus acciones tardías, pero también algunos han reaccionado estableciendo cercos sanitarios, acompañadas de medidas de un estado de sitio. Hasta el momento, en el viejo continente, no se ha logrado contener la pandemia.
Los casos de Estados Unidos y México tienen similitudes y diferencias. Compartimos riesgos graves de la expansión de la pandemia, derivados de la extensa frontera y del intenso tráfico de mercancías y personas y, la instrumentación de medidas preventivas tardías. Las ventajas de Estados Unidos que nos diferencian es su enorme capacidad financiera, que le permitirá hacer una derrama en los servicios de salud, en apoyo a las empresas y a su población, que México no puede hacer. Sin embargo, hay propuestas empresariales sensatas, por ejemplo, que los gobiernos federal y estatales paguen las deudas atrasada a las empresas y se realice la devolución justificada del IVA.
Además, el presidente Trump, después de un traspiés inicial, está dominando el escenario mediático, ha comprendido la mutación de la fortuna y la está utilizando para fortalecer su campaña camino de la reelección. En cambio, en México el discurso presidencial ha transitado de la frivolidad al intento, en esta semana, de la construcción de un mensaje responsable, pero, con poca información precisa que proporcione transparencia a la acción gubernamental. Aunque tardíamente, es importante la instalación el jueves del Consejo de Salubridad General. La prudencia no fue suficiente para comprender la fortuna, que cambió radicalmente con la presencia del coronavirus, y tomar decisiones consecuentes. La fortuna modificó la agenda política del país y ha dañado la legitimidad obtenida en las elecciones de año pasado y opacado las políticas públicas implementadas por el nuevo gobierno.
Ante esta situación hay voces de grupos de interés que pregonan el caos propalando información falsa. Eso no sucederá. Sin ninguna pretensión de minimizar el riesgo de la pandemia del coronavirus, no tiene la gravedad de otras padecidas por el mundo. No hay duda, la Nación, así con mayúscula, saldrá adelante y superará la adversidad. Ante las carencias de los servicios de salud, seremos, nuevamente, testigos, de la madurez y de la inagotable solidaridad de los trabajadores de la salud y de la sociedad. Las dudas son la magnitud de la afectación a la economía y el crecimiento de la pobreza y desigualdad y si, la dura lección de la fortuna permitirá que se desarrolle la prudencia suficiente para gobernar en el bien de todos.