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Por Salvador López Santiago

@sls1103

“Los partidos no los ganan los que mejor juegan, sino los que están más seguros de lo que hacen”.

–Diego Pablo Simeone.

El 2 de mayo de 2016, a falta de dos jornadas por jugar, el muy modesto Leicester City –132 años después de su fundación– se proclamó campeón de la Premier League de Inglaterra, superando a equipos como Arsenal, Tottenham, Manchester City y Manchester United. A cuatro años de presenciar lo impensable, lo poco probable –casi imposible–, esta historia sigue siendo una inspiración que deja de manifiesto que, así como pasa en el fútbol soccer, en la vida nada está escrito y que siempre vale la pena hacer un intento más –incluso cuando todo está en contra–.  

Algunos datos que permiten poner en perspectiva esta hazaña deportiva: al iniciar la temporada 2015-2016, las probabilidades de ganar la liga eran de 1 en 5 mil y la mayoría de las casas de apuestas lo colocaban como el favorito para el descenso, pagando 5 a 1; y por otro lado, ese Leicester tuvo una inversión de 55 millones de Euros, nada que ver con la nómina de casi 900 millones de Euros del Manchester City dirigido por Guardiola que ganó en la temporada 2018-2019. 

La gran transformación para transitar de actores secundarios a protagonistas con todos los reflectores sobre ellos, se construyó partido a partido. Al principio no eran pocas las voces que calificaron el buen paso del equipo como producto de la casualidad, pero conforme avanzó el campeonato, esa lectura fue superada por el buen juego y claro, los resultados que les permitieron llegar a 81 puntos con solo 3 partidos perdidos; un año antes los números habían sido muy distintos al sumar 44 puntos con 16 partidos perdidos –ocupando el lugar 14 en la Liga–. 

Contra toda lógica, en dos años pasaron de jugar en Championship –segunda división– a triunfar en lo más alto. En ese proceso que ni siquiera el aficionado de los foxes más optimista habría imaginado, nombres como Schmeichel, Morgan, Drinkwater, Mahrez y Vardy habían reído, llorado, sufrido y ganado. En la temporada mágica, de ser un equipo que solo conocían en su casa y que había sido armado con jugadores que en otros equipos no eran considerados o cuya carrera estaba en una mala racha o cerca de terminar; rompiendo toda quiniela, el Leicester estuvo en los debates, análisis y charlas deportivas en todo el planeta, sobre todo en las últimas jornadas.  

La explosión de color azul y dorado que revistió el eufórico festejo significó el fracaso de las plantillas multimillonarias y el triunfo del virtuoso binomio conformado por la esperanza, el trabajo y la disciplina –necesario en todos los ámbitos de la vida–. En otras palabras, demostraron al mundo que, en el fútbol soccer como en la vida, se pueden tener las condiciones más favorables e igual fallar; y al revés, se puede tener todo en contra y al final salir adelante. Además, siempre hay revanchas, a veces son inmediatas y en otras ocasiones hay que ser pacientes, pero llegan.

Lo dije antes, lo digo ahora y lo diré las veces que sean necesarias, el fútbol soccer tiene diversas bondades. Aunque son muchas, quizá la más significativa es que no excluye a nadie –es el deporte más democrático que existe–. Igual se práctica en los complejos deportivos más lujosos, como en el terreno más sencillo –la pasión es la misma en un campo empastado que en uno de tierra, uno de asfalto, o simplemente en la calle con los amigos–. Bueno, es tan generoso que ni siquiera se necesita ser hábil para practicarlo y divertirnos, es suficiente un balón.

Son varias las enseñanzas de esta hazaña deportiva, pero en mi opinión, una de las más importantes tiene que ver con la capacidad de adaptarse a las circunstancias, enfrentar los desafíos con optimismo, saber potenciar nuestras virtudes y tener claridad sobre los objetivos que buscan un conjunto de personas. Me parece que, guardadas proporciones, esta lección es pertinente en la contingencia que se vive a nivel nacional y mundial. Pronto regresaremos a nuestras actividades normales.      

 

Salvador López Santiago

Es Licenciado en Derecho por la UNAM, Maestro en Ciencia Política por la UPAEP, Maestro en Derecho Electoral por la EJE del TEPJF y cuenta con estudios de posgrado en Derecho Parlamentario en la UAEMéx. Fue Consejero Electoral Distrital en el Instituto Federal Electoral (IFE) y en el Instituto Nacional Electoral (INE) durante los Procesos Electorales Federales 2011-2012 y 2014-2015, respectivamente. Asimismo, se ha desempeñado como asesor legislativo en el Senado de la República de noviembre de 2012 a la fecha, en la LXII, LXIII, la LXIV y la LXV Legislatura. Desde enero de 2020 es director editorial en Tempo, Política Constante.