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Por Lorena Torres Salmerón

Es evidente que una de las funciones que deben cumplir los grupos de oposición política consiste en regir un balance de poder del sistema político de un país; así como abonar a la discusión a partir de diferentes puntos de vista y posiciones ideológicas. Pero más importante aún, deberían asegurar una dinámica de colaboración en aras del bien común de la sociedad a cuyo gobierno aspiran

Una oposición política se define como: “la unión de personas o grupos que persiguen fines contrapuestos a aquellos individualizados y perseguidos por grupos que detentan el poder económico o político o que institucionalmente se reconocen como autoridades políticas, económicas y sociales…” (Bobbio, Matteuci, Pasquino, 2002: 1080). 

De lo anterior podemos concluir que la importancia de la oposición parte de su condición constitutiva y distintiva para la democracia moderna (Bobbio, Matteuci, Pasquino, 2002: 1083). 

Numerosos autores han teorizado acerca de la importancia y las condiciones constitutivas de la oposición, entre ellos Robert Dahl y Juan J. Linz han, incluso, planteado conceptos importantes alrededor de ésta. Se han referido, particularmente, a la distinción entre las oposiciones desleales y leales, irresponsables y responsables y, por supuesto, a las limitaciones de cada una de éstas. 

Este artículo busca extender estos conceptos, enfocándose principalmente en la irresponsabilidad de las oposiciones políticas en momentos de crisis social o económica, como ha demostrado ser la situación generada por la epidemia de Covid19 que padecemos actualmente. La irresponsabilidad, desde este punto de vista, se reconoce en la traición que han operado algunos grupos de oposición a la consideración del fin último de la política en una sociedad democrática: la de su propio beneficio. 

Las oposiciones en una democracia deberían dar cuenta de las funciones sociales que éstas deben cumplir, pues sus acciones también conllevan deberes morales. Lamentablemente, la actualidad ha demostrado un grave quebrantamiento de éstas. No me refiero, por lo menos no en este momento, al rompimiento de reglas constitucionales; más bien, a que ha sido evidente que las oposiciones políticas han buscado aprovecharse de la situación actual para atacar al gobierno con fines de su desestabilización y en atención estricta a su voluntad por relevarlo en el ejercicio del poder. La irresponsabilidad recae, por lo tanto, en descuidar y desatender el fin último de la política. 

Cabe aclarar que el funcionamiento de una oposición depende, entre otras cosas, de la cualidad de la cultura política que impera en el escenario público de un país (Bobbio, Matteuci, Pasquino, 2002: 1082). Esto deja ver que la cultura política ha marcado una pauta para desatender los fines últimos de un gobierno democrático, y persigue –a como de lugar– el poder dentro del sistema político. Hecho que se ha agudizado y vuelto más evidente con la pandemia. 

No porque el concepto busque extenderse, debemos abandonar las ideas anteriormente utilizadas por Dahl y Juan J. Linz. De acuerdo con Linz: 

“La oposición desleal es aquella que no tiene problema alguno para utilizar métodos violentos con el fin de obtener el poder … Ésta también se demuestra si no expresa su disposición para combatir la responsabilidad de gobernar o de llegar a acuerdos con el gobierno, pero su objetivo es obtener el poder a toda costa. De parte de la oposición desleal hay una subordinación de los medios a los fines”. (Reveles Vázquez, 2006: 72-73).

Claro está que, a pesar de que las condiciones no sean las mismas, las oposiciones irresponsables también han terminado por subordinar los medios a los fines. Y como bien plantea Dahl, “… encontramos una oposición que busca alcanzar sus objetivos aún a costa de la inestabilidad política” (citado en: Reveles Vázquez, 2006: 69). 

Las democracias occidentales han terminado por reconfigurar un tipo de cultura política que no debemos perseguir. Nos ha educado de las peores maneras posibles; haciendo evidente los daños sociales a los que nos enfrentamos cuando las irresponsabilidades se extienden a la opinión pública. Lo que, durante esta pandemia, se ha puesto en evidencia.  

Algunas notas periodísticas que critican las soluciones gubernamentales e incitan a la histeria colectiva a través del rechazo absoluto y ciego de la información que la autoridad gubernamental proporciona, aunque no es éste el único ejemplo de actos irresponsables cometidos por las oposiciones. El abandono de las necesidades de una sociedad durante la epidemia se ha demostrado de otras maneras, en distintas democracias y en diferentes sistemas políticos. 

Los discursos irresponsables cuestionan las formas de organización de los gobiernos actuales, impulsando la confusión y la histeria. Muchos, también, buscan incitar a la desobediencia civil. Y, si consideramos los riesgos sanitarios y económicos a que nos expone la condición pandémica, no es difícil entender cómo esto podría tener fuertes consecuencias sociales. La relación intrínseca de retroalimentación entre las opiniones públicas y las oposiciones demuestra lo peligroso de lo irresponsable. 

No debería ser necesario aclarar que aprecio y valoro la necesidad democrática del interjuego de la oposición. Este artículo no está enfocado a criticar a las oposiciones políticas por el hecho de ser oposiciones y contar con diferentes opiniones o posturas ideológicas, así como de recursos y maneras de hacerse notar. A fin de cuentas, el trabajo de la oposición consiste en mostrar alternativas. Incluso, en muchos casos, las oposiciones desleales –denominados de esta manera por Linz– han sido la única alternativa existente que ha logrado derrotar regímenes autoritarios. 

El problema que quiero señalar yace en no entender el fin último de una oposición, y el cómo no entenderlo puede causar daños sociales, a corto, mediano y largo plazos. Propagar los discursos irresponsables a la opinión pública demuestra la traición al objeto último de la política: el bien común, a como de lugar. 

Por lo pronto, es posible concluir que, en México, como en otras sociedades occidentales, la cultura política democrática está jugando una batalla contra la moral, a todas luces ilegítima, al no hacerse responsable de lo que constituye su sino: el bien social. Quizás debamos re-educarnos para entender la política desde el principio de sus raíces, para dar cuenta de que el fin último de ésta no constituye un juego de suma cero que aspira a ganar y hacer perder al prójimo, ni siquiera constituye la estrecha mira de conseguir el poder sólo por conseguirlo, sino de procurar el bien común en su más amplio sentido. 

Claro está que para que la oposición sea responsable hacen falta, entre muchas otras condiciones, un correcto funcionamiento de las instituciones; pero no está de más entender en qué estamos mal para empezar a buscar el bien. Y habrá que dar cuenta de que aquellos que buscan aprovecharse de la situación actual para aventajarse en lo político, tampoco lo están haciendo bien. 


Referencias

Bobbio, N., Matteuci N. y Pasquino, G. (2002), “Oposición” en: Diccionario de Política, México, Siglo XXI, pp. 

Reveles Vázquez, Francisco. “Oposición y Democratización: Tres Enfoques”. En: http://www.scielo.org.mx/pdf/ep/n8/0185-1616-ep-08-59.pdf Consultado: 12 de may, 2019. 

Lorena Torres Salmerón

Licenciada en Relaciones Internacionales por la Universidad Iberoamericana. Certificada en Asuntos Internacionales y Estrategia por la Universidad Sciences Po Paris. Interesada en asuntos de Ciencia Política, Instituciones y Ciudadanía.