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Alejandra Cerecedo Constantino

@alejandraconst

Mientras escribo, alguien está tocando el piano en el departamento de abajo. Debo confesar que no me gustan los sonidos repetitivos (limpiaparabrisas, timbres, notificaciones). No soy muy adepta a los perros ni a los animales en general, (a veces, ni a los niños). En ocasiones pienso que quizás solo me gustaría tener hijos porque escuché por ahí que es la forma en que alcanzamos el máximo nivel de humanismo y yo generalmente suelo considerarme muy humana. 

Pero, ¿qué será aquello que nos hace humanos? Aunque me cuesta trabajo concentrarme con música, (soy de las que necesita silencio absoluto) me alegró escuchar que el hijo de mis vecinos estaba practicando el Himno a la Alegría, (unas semanas atrás escuchamos violencia intrafamiliar, “no lo patees, es un niño”, tuve que gritar por la ventana ¿qué está pasando?). Se llama Mateo, lo sé porque el día siguiente su mamá le habló para comer, “de postre hay pastel de zanahoria y pay de plátano” dijo con voz fuerte, como para que escuchara todo el edificio olvidando la noche anterior. 

Por ello, en estos tiempos de confinamiento la cultura es esencial; el arte, la música, la literatura. Los derechos culturales establecidos por la Agenda de Desarrollo Sostenible 2030 también son derechos humanos relacionados con la identidad individual y colectiva. Celebro la mirada multidisciplinar del gobierno para enfrentar esta crisis y comunicar de forma loable desde temas como la salud mental, hasta no discriminación y manejo del estrés. 

En una videoconferencia de Mario Riorda, Capacidades estatales para comunicar la crisis y el riesgo para el INAP Argentina, él comentaba que en el caso de la crisis derivada de la epidemia de 2005, el Informe a petición de la Comisión Europea para evaluar el abordaje de la emergencia por el virus H1N1: Science, H1N1 and society: Towards a more pandemic-resilient society, reveló que uno de los problemas más significativos de la gestión de dicha crisis, fue que no incorporó la mirada de las ciencias sociales.

Por lo que, tal como señala Mario incorporar esa mirada multidisciplinar e involucrar a la sociedad en la creación de parámetros del riesgo intenta evitar también lo que una serie de autores nórdicos denominan los Santuarios para líderes, que constituyen la atribución cuasi mística del liderazgo, de creer que hay cosas que otros no ven cuando son tan humanos como todos, independientemente de su expertise o su inteligencia particular. Eso es quizás, como diría Rubén Aguilar, “Lo que el presidente quiso decir” hace unas cuantas mañaneras. 

Esta situación inesperada nos ha llevado también a enfrentarnos a dilemas éticos en todo el mundo; restricciones de movilidad, supervivencia, luto. Hemos sido testigos de las conductas terribles que ocasiona el mal de la ignorancia. Hay N cantidad de personas que hasta hace algunas semanas no creían que la pandemia fuera real, argumentando que era un engaño del gobierno.

“La gente cree en las conspiraciones porque es una manera de creer que, en el fondo, el horror tiene un orden y un sentido, aunque sea un sentido malvado. No soportamos el caos, pero lo cierto es que la vida es pura sinrazón. Puro ruido y furia”. Señala Rosa Montero en Lágrimas en la lluvia.

Lo cierto es que la incertidumbre, la negación y la ignorancia nos alejan de toda comprensión racional. Nos apartan de lo humano y en ocasiones, eso que, en lo personal considero lo verdaderamente humano se confunde, se distorsiona, pasa a un plano distinto. 

¿A qué me refiero? Me topé hace unos días con una nota de El País titulada La muerte, el duelo y los rituales. “Y es que nosotros no debíamos renunciar, por más peligros que haya, a aquello que también nos hace humanos: los rituales que llevamos a cabo ante el vacío” señalaba Emiliano Monge.

Me quedé pensando en las diferentes concepciones que existen de lo humano, de los rituales; a estos últimos, Byung-Chul-Han, (el filósofo vivo más leído en todo el mundo, coreano por cierto), los define como acciones simbólicas que generan una comunidad sin necesidad de comunicación y señala que en las sociedades actuales, abunda más bien la comunicación sin comunidad. Por ende, la desaparición de los rituales atiende a que la comunidad está desapareciendo. 

Entonces ¿un ritual nos hace más humanos y nos ayuda a crear comunidad? No necesariamente. Al contrario, creo que es la comunicación y no la falta de ésta (en el caso de los rituales), lo que nos une y nos acerca más. Un tema muy complejo que me causa extrañeza es el apego al cuerpo. 

En el caso de México las medidas han sido más flexibles que en otros países en cuanto a movilidad. En el IMSS se está aplicando un lineamiento de manejo general de cadáveres con diagnóstico confirmado o sospechoso de COVID19, el cual busca establecer la conducción ética sobre el transporte y disposición final de personas fallecidas, con medidas para reducir el riesgo de infección a familiares. Este lineamiento comprende (entre otras cosas) la entrega de los cuerpos a familiares, dar aviso al servicio funerario y en caso de realizar funerales, estos deben ser de máximo 4 horas con féretro cerrado y no más de 20 personas con sana distancia.

Dicen que dejar de recordar destruye el mundo pero, me pregunto si se necesita un cuerpo para recordar. “Si supieran la liberación que trae consigo la muerte, no pedirían cargar con un cuerpo” señalaba José Vasconcelos, quien concebía a la muerte como “el bendito instante en el que la bestia aspira a ser alma, espíritu puro que solo conoce la alegría”. Lo he estado estudiando estos últimos días, o más bien investigando sobre el trasfondo y contexto del libro que me regalaron: “A la sombra del ángel”. 

En esas búsquedas encontré una nota sobre Antonieta Rivas Mercado, hija del arquitecto Rivas Mercado, quien diseñó el Ángel de la Independencia. Antonieta fue una gran promotora de la cultura y fue amante de Vasconcelos. Una noche antes de su suicidio en la catedral de Notre Dame en París, ella le preguntó si la necesitaba, Vasconcelos respondió que “ningún alma necesita a otra”. Es de entenderse que si no necesitaba un alma o al menos eso decía menos iba a necesitar un cuerpo. 

Pero volviendo al tema que nos atañe, hace unos días platicando con los amigos del Diplomado de la UNAM, preguntaron si estábamos a favor de las medidas coercitivas, todos respondimos que no porque en algún momento se violan derechos. Casi por finalizar, el Mtro. Carlos Garza mencionó que él esperaba que todos saliéramos mejores de esto. Nuestro amigo español mencionó “no lo creo, el gobierno…” antes de terminar la frase Carlos respondió: “A mí no me importa el gobierno, me importa lo que hagamos tú y yo. 

Esos son los momentos que me gusta guardar. Yo sí creo que vamos a salir mejores de todo esto. Aunque no coincido con el apego desmedido a los cuerpos (sin vida) y con que sean los rituales (que forman parte de lo físico) lo necesario para crear comunidad, actualmente estos forman parte de nuestra idiosincracia y no nos podemos cegar de la realidad. Creo que lo que sí nos hace humanos, aparte de las pasiones, es entender la otredad. Eso se aprende a través de la cultura y sobre todo de la sensibilización; lo contrario a ello no es el odio sino la ignorancia. Considero que en la medida en que vayamos entendiendo al otro (y a nosotros mismos), podremos llegar a un más elevado nivel de humanismo, practiquémoslo. 

 

Alejandra Cerecedo

Licenciada en Publicidad y Relaciones Públicas por la Universidad Veracruzana (UV), Estudiante de Ciencia Política y Administración Pública en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) Estudiante del Diplomado en Análisis Político Estratégico por el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) Cuenta con un curso en Technology Entrepeneurship por Universidad de Stanford. Ha sido premiada con un Master en Alta Dirección por la Organización Continental de Excelencia Educativa (ORCODEE) Actualmente es columnista en The Mexican Times, Roastbrief y las revistas Campaigns & Elections y Líder Veracruz.