Por Javier Santiago Castillo
@jsc_santiago
Los científicos hablan de la existencia de millones de virus, no se conoce la mínima parte de ellos. Los del sida, la familia de los coronavirus y el ébola, en el pasado no muy lejano, causaron preocupación y pánico. La influenza y las gripes desde tiempo inmemorial cobran su cuota de vidas anualmente. Con todos ellos la humanidad ha aprendido a convivir. Tenemos que hacer lo mismo con el COVID-19, aunque pronto tendremos vacuna y tratamiento para tratar la enfermedad, no será suficiente para controlarlo, derivado de la virulencia del contagio.
El centro del debate, esta semana, en el mundo, es el reinicio de las actividades económicas, en México se está convirtiendo en un punto de disenso, contribuyendo a la polarización política, la cual no acarrea, de ninguna manera, beneficios o bienestar a la población. Cuando el centro del debate debería ser cómo construir la nueva forma de vida, en la que la actividad económica es una parte, pero sólo eso, una parte de un todo más amplio que es la vida humana y, sin perder de vista nuestra relación íntima con la naturaleza, tan íntima como que formamos parte de ella.
Es desde estas premisas bajo las cuales debemos analizar y proponer acciones para el regreso a la nueva normalidad. En nuestro país, en este momento vivimos una polarización ideológica entre sectores importantes del empresariado e intelectuales y el gobierno de la República.
Debemos crear conciencia de que nuestra forma de vida cambiará. Lo cual conlleva aparejado no sólo la transformación de las formas de convivencia, sino la transformación del aparato productivo que establezca una nueva relación con el medio ambiente y garantice la sana distancia, el fortalecimiento de los servicios de salud, en general, de la investigación científica, la disminución radical de la pobreza, programas de vivienda digna, mejores hábitos alimenticios y tantas cosas más.
Las élites política y económica tienen que cambiar su visión de considerar el poder y la ganancia como la médula del impulso de su actividad. Una lección de la crisis derivada de la pandemia es sin duda alguna de que el Estado, tan vapuleado en las últimas décadas, es una institución indispensable para garantizar, no sólo la convivencia social, sino para salvaguardar la vida humana y contribuir a la salud del planeta.
Hasta los más recalcitrantes partidarios del libre mercado, del mercado autorregulado, claman hoy por la intervención del Estado para salvar la economía y, naturalmente, sus intereses. Tal vez es el momento de que se percaten de que su idea del mercado autorregulado es una utopía y su búsqueda ha construido relaciones sociales injustas y discriminatorias que benefician a una minoría, expolian a la mayoría y han ido destruyendo nuestro hábitat natural. Se está buscando atender las consecuencias de la pandemia, es de suma relevancia ubicar también las causas. Tiene que darse una acción dual, lo cual permitiría prever nuevas calamidades.
Es aquí donde el Estado juega un papel fundamental para cambiar nuestra forma de vida, al definir un rumbo por medio de la creación e implementación de políticas públicas que tiendan a la construcción de un Estado de Bienestar conceptualmente renovado. No podemos mantenernos anclados a la concepción de Estado de Bienestar de la década de los años treinta o los de la segunda posguerra mundial, que se limitaba a satisfacer ciertas necesidades básicas de la masa trabajadora. Hoy es indispensable que la concepción de Estado de Bienestar sea mucho más amplia e incluya a otros sectores sociales desfavorecidos, pero no sólo a ellos, sino también a los sectores medios e incluso a los integrantes de la elite económica, porque el día de hoy lo relevante es crear las condiciones de convivencia social que permitan garantizar la vida, en condiciones de bienestar material y de satisfacción emocional de todas las personas.
Por el momento, es de suma relevancia dejar de lado la improvisación, que ha estado presente en la atención a la pandemia, y planear la reactivación de las actividades económicas cuidadosamente, poniendo en primer plano la salud de los trabajadores y enfocada a la construcción de una nueva forma de vida. Por eso, es sensato la no reactivación de actividades económicas no sustantivas, cuando nos encontramos en la cresta de los contagios del Covid-19. Aparejado a lo anterior tiene que revisarse cuidadosamente la apertura de las microempresas, como son las peluquerías, papelerías, vidrierías, boneterías, relojerías, etc.
Que la propuesta empresarial de cada unidad productiva elabore sus propios protocolos sanitarios y que la autoridad lo certifique es conveniente, nosotros agregaríamos que la autoridad vigile el cumplimiento de los protocolos. En otros países se están implementando otras medidas, como son la disminución del tiempo de la jornada laboral y la reducción del número de trabajadores por turno y que quienes laboran en unidades administrativas puedan realizar la mayor parte de sus actividades en su hogar. En los grandes almacenes deberá establecerse un aforo máximo de clientes, con el claro objetivo de mantener la sana distancia.
El ámbito educativo tiene su propia complejidad, pero dada la tendencia que tiene la pandemia y las fechas del ciclo escolar, muy bien puede darse por concluido en la educación básica, secundaria y bachillerato. Aparejado a esto debe de diseñarse una estrategia para que en el siguiente ciclo escolar los profesores incluyan temas y actividades para subsanar las deficiencias del actual. A nivel universitario se ha estado implementando la educación a distancia, pero debe acompañarse de medidas flexibles para que los estudiantes al volver a las aulas puedan subsanar las deficiencias de la enseñanza virtual y regularizar su situación académica.
Es el momento en que las instancias del Estado dejen de lado la modorra discursiva, la intransigencia inerte y hagan gala de sensibilidad y proactividad buscando alternativas para la construcción de una nueva forma de vida. El primer paso tendría que ser renegociar la deuda pública para tener recursos frescos; diseñar un plan para que los 13 millones de mexicanos que no tienen agua potable obtengan acceso a ella; transformar la industria alimentaria para terminar con la comida chatarra; innovar el transporte público; elaborar un plan nacional de salud preventivo para disminuir el sobrepeso y la obesidad que es del 72.5% en la población adulta, mientras que en el caso de los niños la cifra es de 37.7%; definir estrategia para atenuar el golpe del desempleo (se calcula millón y medio de puestos de trabajo perdidos en la economía formal) y el crecimiento de la pobreza (10 millones de personas más).
El timonel que diera un rumbo cierto en medio de la crisis debiera ser el Estado, en cambio nos encontramos con acciones reactivas y no proactivas, con improvisación y no con previsión y planeación. La coyuntura es favorable para que el Estado asuma el papel central que le corresponde en la salvaguarda de la sociedad, pero nos encontramos ante acciones reactivas y no proactivas, sin visión de largo plazo. Ante una élite en el poder sin capacidad de trazar una perspectiva de futuro, al final, a pesar de los discursos redundantes e inertes de significado, quien pagará el costo humano y económico de la crisis será el pueblo y los más afectados, como siempre, serán los más pobres.