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Por Salvador López Santiago 

@sls1103

Cuando escuchamos el término de discurso político, es común asociarlo con un concepto de mínima o nula utilidad para nosotros y que su análisis solamente le compete a aquellas personas que, como parte de sus funciones de representación o dirección, constantemente hablan ante determinadas audiencias. 

En efecto, quienes ocupan un puesto de elección popular, en mayor o menor medida, pronuncian discursos en diferentes tipos auditorios; y quienes no ocupamos un cargo de elección popular, difícilmente lo llegamos a hacer. No obstante, conocer la estructura de un discurso político, es de utilidad para todos, en el primer caso por ser la herramienta para comunicar su trabajo propiamente y; en el segundo caso, en principio para estar enterado de los asuntos públicos que a todos nos competen (se ocupe o no un cargo de elección popular), pero también para evaluar el desempeño de nuestros representantes e incluso, para ponderar el sentido de nuestro voto en futuros comicios (recordemos que el próximo año México tendremos elecciones).  

Para hablar de la estructura del discurso político, primero se debe tener claro a qué nos referimos con dicho concepto. Sin que sea la única definición, en la obra Palabra y poder. Manual del discurso político (Yolanda Meyenberg Leicegui y José Antonio Lugo), se proporciona una muy completa, al señalar que: El discurso político es la expresión clásica por la que se lleva a cabo la comunicación política, entendida como el intercambio de información, ideas y opiniones en torno a los asuntos públicos que se da a través de la actividad de determinadas personas e instituciones, como los políticos, los comunicadores y distintos grupos de la sociedad. 

Partiendo de esta definición, queda todavía más clara la importancia de entender la estructura de un discurso político, especialmente porque el próximo año en todo el país se renovarán más de 21 mil cargos de elección popular; además, institutos políticos como el PRI o el PRD, en gran medida definen su futuro, sobre todo el último que en 2018 quedó al borde de su desaparición. 

Por lo que hace a la estructura del discurso político, si bien es cierto que no hay una fórmula perfecta para escribir un discurso, es igual de cierto que sí es posible hablar de un patrón que permite gran flexibilidad en su aplicación, para que no todos los discursos suenen igual. Para ello, el discurso se debe distribuir de la siguiente manera: Inicio; Tesis o tema principal; Cuerpo; y Cierre. 

En el inicio se busca establecer el campo de empatía entre el emisor y el receptor para lo cual, se debe dar énfasis a lo retórico y apelar a la sensibilidad del público. Algunas maneras de iniciar un discurso son: novedosa, con énfasis dramático, con una pregunta, con referencias de ubicación, con referencias personales, con una cita o una efeméride. 

La tesis o tema principal se refiere al asunto o problema público que se va a exponer en el discurso. Cuando escribimos un discurso, debemos señalar con claridad sobre qué tema se va a abordar, de lo contrario, el auditorio tendrá que adivinar o interpretar lo que se dice y con ello se corre el riesgo de que se entienda una idea totalmente contraria a la que se desea compartir. En el discurso político importa lo que se dice, pero también importa lo que entiende el auditorio. 

El cuerpo del discurso es la parte de realidad del discurso, la menos retórica, la menos inspirada, pero la que presentará al orador como alguien que conoce el tema del cual habla. Es recomendable desarrollar de dos a cinco ideas principales para apoyar la tesis con hechos, datos y cifras duras que respalden nuestra postura. De manera preferente se debe establecer una problemática y una propuesta de solución, y al ser la parte más técnica o aburrida, se sugiere incorporar transiciones para que los receptores sigan nuestras ideas con mayor facilidad. Algunos ejemplos de transiciones son: “pero”; “permítanme considerar otro asunto”; “cambiando de tema”; “por ello”; “por otro lado”; “en este orden de ideas”; “ahora bien”.

En el cierre, igual que en el inicio del discurso, nuevamente se debe dar énfasis a lo retórico y apelar a la sensibilidad del público. Los buenos discursos deben tener un cierre fuerte porque un mal final puede echar a perder todo el esfuerzo anterior. Una clasificación de los discursos políticos los divide en cierre resumen y cierre empaque. En el cierre resumen se hace una recapitulación de ideas a la mitad del discurso o cuando ya se ha avanzado dos terceras partes del mismo. En el cierre empaque el orador cierra el círculo y vuelve a articular, en una conclusión, la tesis y todos o algunos de los temas que presentó en el discurso. 

Con esta estructura como guía para analizar un discurso político, es oportuno precisar que su principal función es persuasiva, porque busca despertar la confianza del público a quien va dirigido y obtener su apoyo. Además, cabe destacar que un discurso político contundente permite mejorar la imagen del político; y contribuye a construir y mantener la legitimidad, la que a su vez deriva en la confianza. Para que estemos ante un buen discurso político, éste debe estar bien estructurado que tenga una contextualización adecuada, un contenido técnico y, por supuesto, el poder de exaltar emociones transmitidas a través de historias que se cuentan. Así de importante es el adecuado diseño de un discurso político, no se trata simplemente de hablar por hablar, hay que comunicar bien y generar empatía e identidad. 

Salvador López Santiago

Es Licenciado en Derecho por la UNAM, Maestro en Ciencia Política por la UPAEP, Maestro en Derecho Electoral por la EJE del TEPJF y cuenta con estudios de posgrado en Derecho Parlamentario en la UAEMéx. Fue Consejero Electoral Distrital en el Instituto Federal Electoral (IFE) y en el Instituto Nacional Electoral (INE) durante los Procesos Electorales Federales 2011-2012 y 2014-2015, respectivamente. Asimismo, se ha desempeñado como asesor legislativo en el Senado de la República de noviembre de 2012 a la fecha, en la LXII, LXIII, la LXIV y la LXV Legislatura. Desde enero de 2020 es director editorial en Tempo, Política Constante.