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Por Salvador López Santiago

@sls1103

La crisis sanitaria que enfrentamos como humanidad ha puesto en evidencia las carencias que padecemos como sociedad, las debilidades de los gobiernos y, también hay que decirlo, las deficiencias que tenemos en la esfera personal.

A menos de tres meses de concluir uno de los años más complejos de la historia contemporánea, aún parece lejano el 31 de marzo cuando el Consejo de Salubridad General (CSG) encabezada por el presidente de la República reconoció como emergencia sanitaria por causa de fuerza mayor a la epidemia de enfermedad generada por el virus SARS-CoV-2 (Covid-19). Han pasado más días, semanas y meses de los que hubiésemos pronosticado el 28 de febrero del presente año (cuando la pandemia por el coronavirus comenzó oficialmente en nuestro país), pero lejos de perder el ánimo, es tiempo de reflexionar.

Como nunca, el tiempo se ha mostrado como el gran tirano que destruye todo a su paso a cada instante, de manera muy lamentable el número de contagios y decesos no han presentado una reducción constante, basta decir que hace unos días a nivel mundial rebasamos el millón de muertes por coronavirus y a nivel nacional, la cifra superó los 82 mil decesos. El final del túnel todavía es incierto, no es extraño que solo Campeche esté en verde dentro del semáforo epidemiológico elaborado por la Secretaría de Salud.

Si el momento en el que realmente logremos vencer a la pandemia está lejano, el regreso presencial a clases en 2020 prácticamente es impensable –especialmente en el nivel básico–. Sobre este aspecto, vale la pena hacer un par de reflexiones. Por un lado, llama la atención ese círculo vicioso en el que padres de familia y docentes expresan su inconformidad por la falta de compromiso en el hogar o en la escuela, respectivamente; y por el otro lado, cada vez son más evidentes las deficiencias del sistema educativo nacional.

Un porcentaje preocupante de la niñez mexicana, además de sufrir un prolongado confinamiento, ha padecido una política pública en materia educativa poco eficaz que se traduce en complicaciones para adquirir conocimientos, las escuelas están cerradas, los maestros y maestras han tenido que cambiar sus clases presenciales a una modalidad en línea, y niñas, niños y adolescentes están en casa realizando sus tareas y actividades escolares, situación que ha exhibido asimetrías sociales entre los alumnos –no todos viven la misma realidad–. Al respecto, estoy convencido de que lo más importante es proteger la salud de las niñas y los niños, al final del día, es preferible que se pierda un ciclo escolar a que la salud sea afectada o peor aún, que haya decesos.

No obstante, vale la pena hacer un bosquejo sobre el origen de las deficiencias del sistema educativo nacional. De esta manera, es claro que una de las principales causas tiene que ver con los malos hábitos de lectura y la mínima o nula comprensión de los contenidos que los alumnos leen durante su formación académica.

Esto no es una afirmación aventurada. De acuerdo con el Módulo sobre Lectura (MOLEC) 2020, elaborado por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) los mexicanos leemos 3.4 libros al año y los principales motivos por los que la población de 18 años que declaró no leer son la falta de tiempo (43.8%) y la falta de interés, motivación o gusto por la lectura (27.8%). Según el Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (PISA, por sus siglas en inglés), elaborado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), los estudiantes mexicanos tienen un puntaje bajo en lectura, matemáticas y ciencias.

Actualmente, un alto porcentaje de los estudiantes de educación básica no saben leer y mucho menos entienden lo que leen. Sobre las problemáticas a las que se enfrentan al momento de incentivar el gusto por la lectura entre las niñas y los niños, Savater (1997), en la obra El valor de educar expone que, si se produce en una situación burocrática, si al libro se lo maltrata como instrumento de ejercitaciones (copias, resúmenes, análisis gramatical, etc.), sofocado por el mecanismo tradicional “examen-juicio”, podrá nacer la técnica de la lectura, pero no el gusto. Los chicos sabrán leer, pero leerán solo si se les obliga.

Ante este panorama, el desafío que tenemos sociedad y gobierno radica en propiciar el gusto por la lectura, a fin de que los alumnos del nivel básico logren mejorar sus hábitos de estudio, así como involucrarse de forma activa y responsablemente en su entorno social, económico, político y jurídico. En materia educativa, la gran lección que nos deja la pandemia es que resulta impostergable hacer que el derecho a la educación sea una realidad en los hechos y no una simple aspiración.

Por las niñas y los niños de México, vale la pena intentarlo. Se trata de un proceso que requiere de tiempo y entre más pronto iniciemos, más rápido estaremos cerca de materializar ese anhelo, en lo que ello ocurre, desde nuestras respectivas esferas de actuación, hagamos lo que este a nuestro alcance para que las niñas y los niños disfruten esa etapa de su vida.

 

Salvador López Santiago

Es Licenciado en Derecho por la UNAM, Maestro en Ciencia Política por la UPAEP, Maestro en Derecho Electoral por la EJE del TEPJF y cuenta con estudios de posgrado en Derecho Parlamentario en la UAEMéx. Fue Consejero Electoral Distrital en el Instituto Federal Electoral (IFE) y en el Instituto Nacional Electoral (INE) durante los Procesos Electorales Federales 2011-2012 y 2014-2015, respectivamente. Asimismo, se ha desempeñado como asesor legislativo en el Senado de la República de noviembre de 2012 a la fecha, en la LXII, LXIII, la LXIV y la LXV Legislatura. Desde enero de 2020 es director editorial en Tempo, Política Constante.