Por Pamela Robles
@_PamRo_
En México existe la creencia de: “el que no tranza, no avanza”. Quien sigue las reglas general-mente es visto como tonto y quien las rompe como un “chingón”. Parece que el valor de la honestidad está más que olvidado en nuestro país.
En la película “La ley de Herodes”, el personaje de Vargas, interpretado por Damián Alcázar, tiene la muy recordada frase: “…lo que no sabe es que los mexicanos somos más chingones”, cuando trata de tomarle el pelo a un gringo en la carretera. Les tengo una mala noticia: además de ser más chingones, también sufrimos mayores niveles de estrés.
Estudios de psicólogos de la Universidad de Harvard han demostrado que ser honesto no incrementa nuestra actividad cerebral, mientras que la mentira o los comportamientos deshonestos requieren mayor actividad neuronal, lo que causa estrés. Un estudio similar del University College de Londres encontró que la decencia se encuentra más satisfactoria a nivel cerebral en comparación con el engaño.
Muchos de nosotros seguramente no hemos hecho un autoexamen de consciencia para saber si somos honestos o no. Varios podríamos decir que sí lo somos, no hemos robado, no somos corruptos, no mentimos, hemos llevado una vida muy correcta, ¿seguros? No sé ustedes, pero yo sí he dicho una mentira “piadosa”, me he pasado un alto manejando mi auto, copié en algún… algunos exámenes, etc. Pero, ¿qué tanto es tantito?
Si somos muy puristas con el significado de la palabra honestidad, muchos de nosotros no hemos sido honestos varias veces. ¿Seremos malas personas?, ¿nos vamos a ir al infierno?, ¿deberíamos de juzgarnos y ser juzgados? El profeta Muhammad dijo: “Cuando la honestidad desaparezca, entonces esperen la llegada de la Hora (el Día del Juicio).
No seamos tan extremos, según Confucio existen tres niveles de honestidad: Li, la honestidad que busca únicamente el propio beneficio; Yi, la que persigue no sólo el propio interés, sino el principio moral de la justicia, basado en la reciprocidad y; por último: Ren, consiste en ponerse en el lugar hipotético de la propia vida futura, y la de las generaciones pasadas y venideras, y elegir no hacer o decir nada que pueda manchar el honor o la reputación de alguien.
En términos más sencillos, “hay de maldades a maldades”. Pasarnos un alto con precaución, que no lleguemos a lastimar a nadie, no nos hace honestos, pero tampoco nos hace las peores personas del mundo. Robarle el dinero de las limosnas a un invidente en la calle… eso sí creo que nos puede reservar la silla de los enjuiciados… pero ¿si la que lo roba, es una madre desesperada que tiene a dos niños que no han comido en varios días?…
La honestidad es un concepto muy complicado para ser analizado en unas cuantas líneas en este artículo. Mi intención sólo es que reflexionemos sobre el tema, que nos demos cuenta que la deshonestidad nos perjudica a nosotros mismos, y en casos extremos, podemos traerles problemas a más personas. En mi opinión, lo más importante siempre será ser honestos con nosotros mismos y, sobre todo, no pensar que somos tontos (por no decir una palabra más fuerte) por seguir las reglas.
En México seremos mejores personas cuando ser honesto esté bien visto y aplaudido. Empecemos por nosotros mismos a la hora de pagar o no una mordida, al bajar algún contenido de autor en internet, al meternos en una fila y en muchas más situaciones que se nos presentan día a día. Si los demás lo hacen, dejemos que se hagan daño ellos mismos. Nosotros no ganaremos ningún premio a “la persona con mejores valores”, pero sí tendremos mejor salud mental, menos estrés, y, tal vez, contagiemos buenos hábitos.