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Por Danner González
@dannerglez

Gracias a la generosidad de mi amigo Javier Santiago Castillo, mi biblioteca cuenta con la colección completa de “La costumbre del poder”, serie de novelas de Luis Spota que en su tiempo fueron referencia obligada para quienes buscaban empaparse de los usos y costumbres del poder político en México. Durante décadas la serie cayó en el olvido, y con ello, las referencias de ciertas formas de hacer política que agonizaban. No fue sino hasta 2017, que Siglo XXI volvió a editar las seis novelas, las cuales resultan muy ilustrativas para entender los años de la política posrevolucionaria: Retrato hablado (1975), Palabras mayores (1975), Sobre la marcha (1976), El primer día (1977), El rostro del sueño (1979) y La víspera del trueno (1980).

Luis Spota fue en su tiempo un superventas, a pesar de no formar parte de las caravanas de la intelectualidad orgánica. Su escritura incomodaba por igual tanto a los poderosos de la política como a los capos de la República de las letras. Era un incómodo que decía escribir para “la inmensa minoría” y como resultado de ello, sus ediciones se agotaban rápidamente hasta sobrepasar en su época el millón y medio de copias vendidas. Basta una rápida mirada a las reseñas de entonces para notar el resentimiento o la aversión de los intelectuales a los que él criticaba.

Ya el 1 de enero de 1978, Nexos, el sempiterno medio de Oligarcamín, había publicado una furibunda reacción contra las novelas de Spota, consignada en su sitio web pero que, al menos ahora, no aparece firmada por autor alguno. En ella se refiere a El primer día como “medio parásito”, “folletín no imaginativo”, “salsa sin chile” y otros adjetivos del estilo que parecen sacados del Diccionario Personal de Injurias (alguien por favor edítelo ya), de Diego Fernández de Cevallos.

El 1 diciembre de 1979, Soledad Loaeza, insigne investigadora del Colegio de México carga de igual forma y en el mismo medio contra Spota:

“Toda caricatura simplifica, destaca y exagera los rasgos de su modelo. En la serie de Spota sobre el poder, los lugares comunes adquieren la categoría de axiomas de validez universal y los estereotipos aspiran a la dimensión humana. (…) Las obras aquí tratadas responden más a un clima político peculiar que a un momento de las letras mexicanas.”

La animadversión que concita Spota se repite: Emmanuel Carballo habría de llamarlo “chapucero artístico y moral”; otros le acusarían de oficialista –y es probable que en cierto momento lo fuera–, pero eso no excluye que sus obras construyen un mapa de lo no dicho y de lo no escrito hasta entonces sobre la política mexicana al uso. En “La costumbre del poder”, los nombres de los personajes y las ciudades descritos son ficticios pero a menudo reconocibles. En La víspera del trueno, sexta y última parte de la serie, que en su decimoquinta edición (1980) anunciaba 150 mil ejemplares prevendidos, se consigna la relación de los personajes principales de la saga. La lista alcanza 106 nombres en orden alfabético.

Es verdad que Spota no es Balzac o Dickens, pero fue un reportero que escribió novelas que buscaron iluminar los sitios oscuros de la política del siglo XX. En donde los intelectuales acusaban ausencia de literatura o falta de pulsión narrativa, es posible ver retratos fidedignos de pajarracos de medio pelo encumbrados por seguir las reglas de su tiempo, o por la bendita coyuntura del momento. Sus personajes descollan a menudo por su falta de brillantez, lo cual no es culpa del escribidor, sino de una realpolitik brutal en donde en lugar de ideas, se tienen ocurrencias.

Hace algunos años, un maestro de teoría política me dijo refiriéndose a un ex gobernador, de quien hubiera podido presumir amistad como ningún otro: “Yo digo por cortesía que es mi amigo, pero él no tiene amigos, tiene intereses”. Estoy seguro de que el maestro había leído a Spota, así como es posible notar en las frases del Presidente actual, un perfecto conocimiento del sistema político retratado en “La costumbre del poder” y hasta una atenta lectura del autor en comento. Con los años se ha acentuado el descrédito y el deshonor de una clase política sin clase que por no leer, no lee ni en defensa propia. Se hace antipolítica, se atisban toda suerte de personajes en cargos para los que no tienen ni formación, ni disposición ni un mínimo conocimiento de los mínimos esenciales de lo público. A menudo incluso parece que ciertos nuevos estilos de hacer política consisten en no hacer política. Tiempos inciertos, confusos, en los que no vendría mal volver a Spota.

Danner González

Especialista en comunicación y marketing político. Ha realizado estudios de Derecho en la Universidad Veracruzana; de Literatura en la UNAM; de Historia Económica de México con el Banco de México y el ITAM, y de Estrategia y Comunicación Político-Electoral con la Universidad de Georgetown, The Government Affairs Institute. Máster en Comunicación y Marketing Político con la Universidad de Alcalá y el Centro de Estudios en Comunicación Política de Madrid, España, además del Diplomado en Seguridad y Defensa Nacional con el Colegio de Defensa de la SEDENA y el Senado de la República. Ha sido Diputado Federal a la LXII Legislatura del Congreso de la Unión, Vicecoordinador de su Grupo Parlamentario y Consejero del Poder Legislativo ante el Consejo General del Instituto Nacional Electoral. Entre 2009 y 2010 fue becario de la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores en Córdoba, España. Sus ensayos, artículos y relatos, han sido publicados en revistas y periódicos nacionales e internacionales. Es Presidente fundador de Tempo, Política Constante.