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Don Canilla Chopeada
@CanillaChopeada

Un viejo político veracruzano solía decir que la política es diálogo perpetuo, no chingazo constante. En eso ando pensando ahora que ya pasaron los mandarriazos de la elección y todo parece comenzar a sosegarse. Yo por lo pronto ya me puedo sentar aquí en mi mesa del rincón, sin que lleguen todo el día candidatos buscando el voto y candidotes buscando acomodo en una chambita que les deje, como decía mi abuela, masqueséa una pizcachita.

La cosa es que ya más tranquilos todos, y todos ganones (a según su decir), a mí todo esto me huele al retorno de los tiempos en que El Que Partía y Repartía el Queso Desde Palacio Nacional, decidía quién se quedaba con qué y por cuánto tiempo. La neta, padre. Cosa de mirar nomás, cómo se repartieron las gubernaturas. Bueno, más bien se agandallaron, porque los morenos del Pejeyac ganaron por goliza. Mandaron un bulto en Querétaro –sin agraviar a la doña Abeja Maya– pues ya lo sabían perdido, le regalaron una gubernatura a sus aliados los Verdes, y cuando vieron perdido Nuevo León por la torpeza de su candidata y la mojigatería de los regios, porque a ver, paréntesis: ¿En qué otro pinche Estado a alguien le importa si su candidata se lleva con los del Nexium? Yo el único Nexium que conozco acá en mi tierra de palmeras borrachas de sol, es el que uso para la úlcera y que dicho sea de paso, es re bueno y es recaro.

Pero volvamos al ajo: Una vez que el Primer Cottonhead de la Nación vio que Nuevo León estaba perdido para su causa, se acordó de que entre sus dizque malquerientes, había un Pelón, de esos que están clavados en Tinieblas, que deshojaba margaritas un día sí y otro también, para que, desde Palacio Nacional lo lastimaran aunque sea con el pétalo de un desdén, un malgesto, una frase pa chingarlo en la mañanera por tanta carta enjundiosa que ha mandado.

Se habrá percatado el lector, o la lectora (pues ya son tiempos de lenguaje inclusive), que me estoy refiriendo al político de Alvarado y ex gobernador de nuestra patria chica, Dante Delgado, mejor conocido como Caballo Loco, El P-Dante, o el Cabeza de Rodilla. No jueguen, muchachos, que esto es serio. Dante, Dante, orejas de elefante, cuentan que le decían en la primaria sus compañeritos. Y es justamente orejas de elefante lo que necesita un buen político, porque la virtud principal del Hombre de Estado debe ser escuchar, más que hablar. Y el ex alvaradeño, que se siente cordobés, lo supo bien. Envió sus dardos envenenados a Palacio en forma de misivas y luego se sentó a esperar el acuse de recibo.

El cartero de Palacio no tuvo quién le contestara, o al menos eso parecía, hasta que un día en Palacio Nacional, el Primer Cabecita de la Nación se levantó, hizo sus cuentas, vio que Mario “La Chacandica” Delgado la estaba cagando y que le iban a faltar votos en el Congreso y en el apellido del pendejete aquel, encontró la respuesta a su problema: Delgado. El señor Delgado.1

Se acordó entonces el Presidente de los tiempos de las concertacesiones, en que la oposición fingía serlo, pronunciaba encendidos discursos en las Cámaras (el derecho de pataleo, le llamaban los conocedores) pero a la hora de la hora se cuadraban con los mandamases y votaban alineaditos y marcando el un-dós, un-dós al compás que Palacio Nacional marcara. Se acordó el Presidente que le habían contado que el Pelón Mirinda llevaba ya varios años construyéndole un contrapeso al Pelón de Jalisco (no es albur, hablo de Alfaro) que le andaba quitando fuerza en la franquicia hasta con el Yuawii. Se acordó que Alfonso Durazo (a quien había mandado como diputado por MC antes de que existiera Morena) le contó cómo Dante comenzó a pastorear al hijo de Colosio allá por 2014, invitándolo como “consultor externo” del partido naranja. El chamaco no sabía ni qué chingados estaba haciendo allí, pero el colmilludo de Dante lo placeaba, lo presentaba en sociedad y de paso lo refaccionaba con muy buenas vituallas, que no morrallas.

Pinche Caballo Loco, dijo el Máximo Cabecita de Algodón mientras se planchaba el Gallito Feliz, y entonces lo supo: Caballo que alcanza gana, se dijo, y eufórico entendió que acababa de concebir una carambola a tres bandas: una Gran Concertacesión que dejara contentos a todos. Le entregaría al partido de Dante el gobierno de Nuevo León, y con eso este tendría el contrapeso que necesitaba para ponerle una cuñita a Alfaro, que ya se estaba convirtiendo en un dolor de tompiates para el Presidente. De paso se chingaría al PRI en una plaza importante como Regiolandia. Le entregaría también a Dante la alcaldía de Monterrey para el Colosio Junior, a cambio de que el candidato naranja al gobierno de Sonora declinara por el Borrego Gándara, con lo que MC perdería credibilidad en ese estado pero ayudaría a consolidar el triunfo de Durazo, quien de paso estaría muy contento de que su ahijadito Donaldo fuera presidente de los hijos del cabrito naciente. ¡Pinche jugadón! Y de paso me agenciaré los votos de MC en el Congreso, se dijo el Presidente. ¡Me cae que soy bien chingón!

Necesitó unos minutos, pocos pero que le parecieron una eternidad, para recobrar la compostura. No cabía de júbilo. Durazo sería el encargado de buscar a Dante. Dile que se te ocurrió a ti, le dijo el Presidente. ¡Felicidades, Alfonso, has tenido una gran idea, te estamos en deuda! Durazo bajó la cabeza y al salir sintió el poder con que lo subyugaba el Presidente. Era como en los viejos tiempos. Volvió pronto. Dice Dante que también quiere el diez por ciento de la votación en Veracruz, le escuchó decir el Presidente a un Durazo temeroso, apocado, que esperaba la ira del Señor. El Señor se quedó callado solo un instante, un instante que al sonorense le pareció una eternidad. Luego soltó una sonora carcajada, así como se ríen en el trópico los zascandiles: “Ah qué pinche Dante, es como los toros pastueños, siempre derrotan pa’ la querencia. Dile que sí, Alfonso, dile que sí, y díselo como cosa tuya, dile que no pudiste hablar conmigo, pero que tú hicistes el compromiso”: pero dile que no chingue, le vamos a dar el 8 por ciento de la votación, más de 8 es vanidad. Así se hará señor, dijo Durazo, mientras pensaba que en Nuevo León estaban incubando unos monstruos de los que no podría hacerse responsable, gigantes con pies de barro.

Eso estaba soñando yo, mis queridos lectores y lectoras, cuando me despertó el tintinear de un mesero que llamaba con enjundia al galopino que sirve la leche para los cafés. Andaba reapendejado el muchacho, pero no más que yo. Eso pasa con la canícula en esta nuestra tierra, nuestra agua. Me sequé con la mano derecha la frente. Luego le di unas suaves palmadas al paliacate que se encargaba de guardarme el cuello de un mal aire, o de disimularme un poco la papada. Estaba bañado en sudor. Ya a mi edad no debo echarme más de dos lecheros por la tarde y una bomba, me dije, mientras me ponía a escribir mi pesadilla, más que nada porque a los bad dreams, como dicen en mi natal Chacaltianguis, hay que espantarlos, no vaiga ser que se vuelvan veraces.

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1. NOTA DE LA REDACCIÓN: Nuestro autor, al motejar al personaje en cuestión como “Chacandica”, alude a una forma jarocha de referirse a una tarentola mauritanica, mejor conocida como salamanquesa, que no es otra cosa que un pequeño reptil blanco, muy blanco, níveo diríase, de ojos igualmente claros, dorados, como rellenos de purpurina, de la familia Gekkonidae. Siendo un hábil trepador, habita en los resquicios de las casas del territorio veracruzano, como en muchas otras del Mediterráneo. Por las noches, la güera chacandica hace notar su presencia mediante decididos chasquidos. Cuando se las agarra, las chacandicas sueltan la cola y huyen, con miedo pánico. Hasta aquí la referencia, con el puntual señalamiento de que la redacción no comparte los adjetivos del autor, pero respeta el ejercicio de su libertad de expresión, por injuriosa que esta sea.

La Canilla Chopeada.

La canilla es un larguirucho pan trenzado, con sal y manteca, que ingieren los jarochos con el mañanero lechero, sin albur. El ritual, más bien político, da lugar a toda serie de elucubraciones, profecías y juicios sobre el acontecer cotidiano. Si es jarocho es grillo, dice la sabiduría popular. Y si no se chopea, es una triste galleta de agua. El autor escribe desde una mesa del rincón del Café de la Parroquia, sufre várices involuntarias y confiesa: “Tengo sesenta… y pico”.