Skip to main content

Por Salvador López Santiago

@sls1103

La pandemia sanitaria por el COVID19 cambió por completo la forma de concebir todas las interacciones —y las modifica conforme pasan los meses de la crisis sanitaria—, desde las personales hasta las laborales y profesionales. Por lo que hace a las últimas, si bien es cierto que modalidades como el Home Office han demostrado ser una alternativa eficiente, también lo es que existen máximas de obligada observancia y aplicación en las relaciones de trabajo —a fin de obtener los mejores resultados en contextos de respeto—.

A la distancia o en la oficina, es fundamental garantizar un adecuado clima laboral (o clima organizacional), entendido como un filtro o un fenómeno entre los factores del sistema organizacional (estructura, liderazgo, toma de decisiones), y las tendencias motivacionales que se traducen en un comportamiento que tiene consecuencias sobre la organización en cuanto a productividad, satisfacción, rotación y ausentismo. De esta manera, será más factible conseguir un ambiente de trabajo propicio en las relaciones interpersonales entre dirigentes y empleados, en virtud de que dicha sinergia está íntimamente relacionada a la moral y a la satisfacción de las necesidades humanas de sus integrantes.

Un clima laboral adecuado se traduce en productividad, buen estado de ánimo, cohesión e incluso, identidad hacia un proyecto o equipo, toda vez que ello propicia patrones óptimos por parte de los empleados de una empresa o dependencia. No hay nada más motivacional que un trabajo en donde las instrucciones y objetivos son claros; el esfuerzo y la lealtad son reconocidos; y ese reconocimiento se refleja en el trato cotidiano y porque no decirlo: en la nómina. A contrario sensu, cuando el clima laboral no es el propicio, entre otras cuestiones, provoca ausentismo y conductas nocivas que en su conjunto —paulatina o precipitadamente—, irremediablemente va a desencadenar en desgaste, descontento y fricciones.

Uno de los efectos de un clima laboral inadecuado —“tóxicos” en la jerga millennial—, es el denominado síndrome de Bornout (quemado, fundido), consistente en un tipo de estrés laboral, un estado de agotamiento físico, emocional o mental que impacta negativamente en la autoestima, y está caracterizado por un proceso paulatino, por el cual las personas pierden interés en sus tareas, el sentido de responsabilidad y hasta pueden llegar a profundas depresiones. Las causas más comunes son: la falta de control; expectativas laborales poco claras; dinámica de trabajo disfuncional; las diferencias en los valores; mal ajuste de empleo; los extremos de la actividad (monótono o caótico); la falta de apoyo social; y desequilibrio entre la vida laboral, familiar y social. Entre sus principales consecuencias se encuentran: estrés excesivo; fatiga e insomnio; desbordamiento negativo en las relaciones personales o vida en el hogar; depresión y ansiedad; abuso de alcohol y sustancias; y deterioro cardiovascular, sobrepeso y obesidad.

La relevancia de un clima organizacional adecuado es evidente y queda claro que no solo repercute en lo estrictamente laboral, sino que también tiene resonancia en otras esferas y hasta en el estado de salud de las personas. Después de todo, al menos antes de la pandemia, pasamos gran parte de nuestro día en los espacios de trabajo (además, con ayuda de las tecnologías de la información, en casa también estamos pendientes de lo que se ocupe en el día a día) y por eso vale la pena hacer lo que nos corresponda —y si podemos, más—, para que el equipo o proyecto del cual formemos parte cumpla sus metas y en dicho proceso (en medida de lo posible), se construyan grupos unidos que avanzan teniendo como estandarte los mismos principios e ideales. Como casi todo en la vida, no hay fórmulas mágicas, pero sí irreductibles que abonan a tener mayores oportunidades de éxito. Para concluir, debo hacer un paréntesis —no hacerlo sería ingratitud de mi parte—-, en medio de la pandemia más grave del último siglo, tengo la fortuna de estar en un equipo dirigido por una extraordinaria líder que fomenta un clima laboral basado en el respeto.

 

Salvador López Santiago

Es Licenciado en Derecho por la UNAM, Maestro en Ciencia Política por la UPAEP, Maestro en Derecho Electoral por la EJE del TEPJF y cuenta con estudios de posgrado en Derecho Parlamentario en la UAEMéx. Fue Consejero Electoral Distrital en el Instituto Federal Electoral (IFE) y en el Instituto Nacional Electoral (INE) durante los Procesos Electorales Federales 2011-2012 y 2014-2015, respectivamente. Asimismo, se ha desempeñado como asesor legislativo en el Senado de la República de noviembre de 2012 a la fecha, en la LXII, LXIII, la LXIV y la LXV Legislatura. Desde enero de 2020 es director editorial en Tempo, Política Constante.