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Por Javier Santiago Castillo

@jsc_santiago

Conocí al Ingeniero Heberto Castillo en 1972. Trabajaba levantando encuestas de rating para el programa Siempre en Domingo, cien encuestas en diez diferentes colonias, cien pesos por domingo laborado, cuatrocientos pesos al mes. Cuatro veces la mesada otorgada por mis padres para pasajes. Una fortuna para un estudiante. El dinero no era lo más importante, aprendí como dijera la “filósofa” María Félix: “cómo ayuda a tener los nervios tranquilos”. Lo trascendente era adquirir libros, alimento inesperado para la curiosidad por aprender algo nuevo. Pude conocer buena parte de la urbe y el rostro lacerante de la pobreza extrema, la más impactante en corazón de la ciudad. Fue una lección para aprender a mirar a través de la mirada de los otros, porque tal pareciera que vemos lo mismo, pero no es así, todos vemos desde nuestra experiencia vital, por eso tenemos visiones distintas de la misma realidad.

Silvia Millán, nuestra profesora de economía, invitó al grupo a realizar una práctica de campo, un fin de semana de mediados de mayo, ayudando a levantar información para un estudio que realizaba para ejidatarios tabacaleros de Álamo Temapache, en Veracruz. Tenía como objeto proponer un nuevo precio al kilogramo de tabaco que los ejidatarios vendían a la empresa transnacional Tabaco en Rama Sociedad Anónima. “Las habas se me cocían” por ir a la práctica, pero había que cumplir con el levantamiento de las encuestas. “No hay mal que por bien no venga”. Nos despidieron a todos los encuestadores, como los cánones de la acumulación de capital mandan: sin un peso de indemnización, éramos trabajadores a lista de raya sin ningún derecho, por eso pude asistir a la práctica a Veracruz.

La Facultad tenía un par de autobuses de pasajeros foráneos algo destartalados. Viajamos en uno de ellos prácticamente toda la noche, no existía la autopista, hasta Tuxpan para de ahí seguir a Álamo. Entre los campesinos que nos recibieron estaba Don Tanis, campesino autodidacta, conocedor del derecho agrario, con una profundidad superior al más avezado abogado especialista. Las arrugas de su rostro no denunciaban el tiempo que el cálido aire del trópico había curtido, tampoco mostraban los desvelos, la frustración de los infinitos trámites para defender los derechos de sus hermanos. Esos surcos en el rostro mostraban el temple, la serenidad ante la frustración de ver cómo se retorcía el Derecho para negar el derecho a la tierra o a un precio justo por sus productos cultivados con sus manos. También nos recibió Don Antonio Bustillos, dirigente de los ejidatarios, que se dedicaban a cultivar tabaco.

Alrededor de 30 estudiantes fuimos cobijados por la calidez de los campesinos; nos hospedaron en sus casas, nos alimentaron con los manjares que son los frijoles negros frescos, salsa molcajeteada, tortillas recién salidas del comal y café de olla. En un día recorrimos las diferentes comunidades de los ejidatarios tabacaleros entrevistándolos a ellos y a los jornaleros. Ahí nos enteramos que el asesor político de estos grupos campesinos era César del Ángel de quien no sabíamos nada.

Poco antes de partir, llegaron a Álamo Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, el Cabezón, y Romeo González, ambos dirigentes ante el Consejo Nacional de Huelga durante el movimiento estudiantil de 1968. Nos pidieron desviáramos la ruta de regreso para que ellos pudieran devolver el bocho, en el cual viajaban, a César del Ángel en la ciudad de Misantla, la solicitud fue aprobada unánimemente. Chuchín y yo acompañamos al Cabezón y a Romeo en el trayecto de Álamo a Misantla, nos contaron que venían del norte del país organizando a trabajadores del campo y la ciudad para defender sus derechos, y el Cabezón como buen retórico nos afirmó que hasta para hacer la revolución. Nos mostraron una viejísima pistola de cilindro con cañón largo, debe de haber sido calibre 38 o 45, del estilo de las usadas en el viejo Oeste. Más allá de la farolada, el discurso derramaba convicción y un optimismo desbordante.

Llegamos a Misantla al atardecer. César del Ángel no estaba en su casa, lo sacaron del cine acompañado de su esposa. Nos preguntaron si habíamos comido, obviamente no, entonces se disparó un operativo hospitalario, con velocidad inusitada aparecieron tamales de esa diversidad culinaria veracruzana y coca colas a discreción. Fue un banquete apoteótico. Si la memoria no me es infiel viajamos toda la noche, la atención de los estudiantes estuvo concentrada en las historias del Cabezón y Romeo. Llegamos a la ciudad y volvimos a la rutina de ser estudiantes.

Días después de nuestro regreso fuimos convocados a una reunión con los dirigentes del CNAC (Comité Nacional de Auscultación y Coordinación) Alejandrina, Ernestina, Víctor Hugo, Chuchín y yo. Éramos estudiantes del primer semestre de Relaciones Internacionales y Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Políticas Sociales de la UNAM. El mayorcito, yo, tenía 21 años, los demás 18, polluelas y polluelos. A esa reunión invité a Julio, amigo entrañable, de adolescencia y juventud. Llegamos a una pequeña oficina en un edificio de la calle de Vallarta 7, en la colonia Tabacalera, frente a donde está hoy el edificio de la CTM.

El mobiliario era un escritorio pequeño y sillas plegadizas. Poco a poco el espacio se fue llenando de rostros desconocidos, los saludos de buenos días compañera, compañero se multiplicaban. Nosotros bien educados respondíamos con la sorpresa reflejada en el semblante. En el escritorio estaba un güero cuarentón con lentes de baquelita, flaco y alto, a su lado un hombre de baja estatura de rasgos indígenas. Se informó de diferentes actividades organizativas en distintos lugares del país. Al llegar al punto de las actividades en Veracruz, el güero habló de la importancia de la lucha por las reivindicaciones campesinas.

Al referirse a la participación de estudiantes en Álamo, el güero soltó una tormenta verbal, por decirlo suavemente, sobre la responsabilidad que se requería para participar en la organización de los trabajadores, ya fueran del campo o la ciudad. De que no se podía participar libremente, porque se requería compromiso y disciplina, por eso quien deseara participar tenía que afiliarse al CNAC. Fue una arrastrada verbal (cagotiza, según el diccionario de mexicanismos) contra un grupo de jóvenes ingenuos y bien intencionados, después supe que a ese torrente verbal se le llamaba, elegantemente, “catilinaria”. Ante tal embate nosotros nos mirábamos desconcertados. Terminó la reunión. Caminando rumbo a la estación del Metro Revolución, Julio preguntó ¿quién es ese pinche güerejo”, respondí: creo fue dirigente en el movimiento estudiantil.

Desconocíamos que el “pinche güerejo” era el Ingeniero Heberto Castillo, fundador, al lado del General Lázaro Cárdenas, del Movimiento de Liberación Nacional, dirigente de la coalición de maestros durante el Movimiento Estudiantil de 1968, preso político, científico de renombre internacional, pintor, historiador, periodista, que ya cargaba en la espalda una década en la lucha democrática y en defensa de los derechos de los trabajadores y una visión nacionalista para el desarrollo del país.

Así me encontré por primera vez con Heberto Castillo.  Recorrimos el país de norte a sur. Las cagotizas fueron acicate. Con otros compañeros fundaríamos el Partido Mexicano de los Trabajadores, que cumple 47 años de su creación. Impulsó la unidad de la izquierda. Participó en la organización de los partidos Mexicano Socialista y de la Revolución Democrática. El 23 de agosto recordamos los noventa y tres años de su nacimiento. El poder lo halagó. Rechazó las lisonjas y la monedas. Más allá de errores políticos dejó indeleble legado de compromiso, dignidad y congruencia. Empecinado en la búsqueda de la verdad colectiva sostuvo que “En la búsqueda de la verdad tenemos que criticar a todos los sistemas de gobierno establecidos. Ninguno es perfecto, ni puede serlo…” Muchos seguimos en la brega, desde distintas trincheras, sin arriar banderas buscamos un México más justo.

Javier Santiago Castillo

Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública, con mención honorífica por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Candidato a Doctor en Ciencia Política en la misma institución. Es profesor titular “C” tiempo completo de la UAM-I, actuó en los 80's como coordinador nacional de capacitación electoral del Partido Mexicano Socialista; y representante de casilla del Partido Mexicano de los Trabajadores, de cuyo Comité Nacional formó parte. En los procesos electorales de 1991 y 1994 fue Consejero en el XXXVI Consejo Distrital Electoral del Instituto Federal Electoral en el D.F; se desempeñó como coordinador de asesores de Consejero Electoral del Consejo General en el Instituto Federal Electoral; representante del IEDF ante el Consejo de Información Pública del Distrito Federal; y Consejero Presidente del Instituto Electoral del Distrito Federal.