Salvador López Santiago
@sls1103
“Cuando hago el bien, me siento bien, cuando hago el mal, me siento mal, y esa es mi religión”.
—Abraham Lincoln.
En diciembre de 2011 fui designado como consejero electoral ciudadano por el entonces IFE, ahora INE, en el Distrito Electoral Federal 39 del Estado de México. En honor a la verdad, atendí esa convocatoria con escepticismo debido a todos los estigmas que existían y siguen existiendo alrededor de la organización de las elecciones, pero al final resultó ser una experiencia que me dejó mucho aprendizaje, basta decir que en aquella ocasión hubo recuento total en las tres elecciones: presidente, senadores y diputados federales.
Desde entonces he tenido la oportunidad de desarrollarme profesionalmente en cuestiones electorales y legislativas —en mayor medida—, por estas actividades, a lo largo de estos años he coincidido y conocido a simpatizantes y militantes de casi todos los partidos políticos. Aunque no es menor el número de quienes denigran el arte de hacer política —de todos los colores—, puedo decir con franqueza que una cifra importante es respetable por sus principios y convicciones.
No podría generalizar y decir que en un partido político u otro, están los buenos o los malos; sería incorrecto dividir tajantemente entre blancos y negros –es amplio el abanico de tonalidades que coexisten–. Digo esto, porque en más de una ocasión he escuchado que uno de los grandes problemas de alcaldes, legisladores, gobernadores, etc., es que mientras su encargo puede durar tres o seis años, les queda el desprestigio para toda la vida.
En principio me parece una afirmación temeraria y hasta injusta, pero en todo caso, es una reflexión recurrente entre en el imaginario colectivo. Según el último “Ranking Mitofsky en México. Confianza en Instituciones”, con una calificación de 5.3 en una escala de 10, de las 19 instituciones evaluadas, los partidos políticos tienen la confianza más baja entre la ciudadanía y los diputados están en el penúltimo lugar con una calificación de 5.7. La Encuesta Nacional de Cultura Cívica (ENCUCI) 2020, elaborada por el INEGI señala que el 76.4% de la población de 15 a más años dijo confiar poco o nada en los institutos políticos mientras que 21.8% dijo tener mucha o algo de confianza en ellos los partidos políticos.
A pesar de este panorama, considero que el sistema de partidos mexicano cumple con su función esencial de permitir y regular la competencia que hace posible el acceso al poder político y como consecuencia de ello, el ejercicio legítimo del gobierno. Lo anterior, derivado del importante proceso democratizador empujado desde las fuerzas de izquierda durante las últimas décadas, el cual ha dado paso a dos transiciones y un cambio de régimen que inició en 2018.
Es fundamental continuar con el fortalecimiento de los derechos político-electorales de la ciudadanía, pero también lo es corregir lo que se deba corregir —con objetividad y autocritica— para democratizar los partidos políticos. Mientras se avanza en este pendiente de la democracia en México, en mi opinión, como ciudadanos tenemos la tarea de involucrarnos más en los asuntos públicos, a través de los partidos políticos, de la sociedad civil organizada o desde la trinchera que estimemos más idónea, lo realmente relevante es hacer que la soberanía nacional reconocida y plasmada en el texto constitucional no se limite al momento de emitir nuestro voto, sino que se manifieste de manera cotidiana.
En esta aspiración conjunta, estimo que los principios y las convicciones tendrían que ser parámetros obligados, porque solamente así estaremos más cerca de acabar con prácticas antidemocráticas como cacicazgos, dedazo, amiguismos y otras que derivan en procesos internos obscuros rodeados de incertidumbre. Es urgente que los partidos políticos se asuman como auténticos entes de interés público con agendas que privilegien la atención y respuesta de las demandas de la población; y de forma paralela fomenten la participación ciudadana en los procesos políticos. El contexto político-electoral que vivimos —con miras hacia el 2024— hace indispensable que los partidos políticos permitan a la ciudadanía que así lo quiera, involucrarse en los procesos políticos; no solo para aumentar el volumen del padrón de afiliados o militantes, sino con la finalidad de realmente abanderar las causas comunes, que en escenarios ideales tendrían que estar dirigidas a buscar el bienestar social.