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Por Salvador López Santiago

@sls1103

“Es difícil derrotar a quien nunca se rinde”.

—Babe Ruth.

Facebook me recordó que el 14 de noviembre de 2015 subí el Pico de Orizaba, Volcán que de acuerdo con el INEGI tiene una altura superior a los 5 mil 600 metros sobre el nivel del mar y pertenece a Puebla y Veracruz. A seis años de distancia, recuerdo como fue el recorrido aquella noche y no porque haya sido una muy buena experiencia, todo lo contrario, vaya que la pasé mal porque nunca había tenido tanto frío y tampoco había presentado dificultades para respirar.

Sobre esa noche de sábado y madrugada de domingo, hay varias circunstancias que recuerdo con claridad, pero me enfocaré en lo ocurrido al subir la montaña en compañía de amigos y familiares. Para comenzar, no tuvimos mayores previsiones como llevar ropa especial para las bajas temperaturas, zapatos adecuados, guantes, medicamentos e insumos indispensables, etc. —no llevamos ni siquiera lo más elemental— y mucho menos teníamos una planeación medianamente aceptable, desde ahí comenzamos mal. De cualquier manera, con franqueza debo decir que fui el único que se sintió mal y que bueno, porque en verdad es algo que no le deseo a nadie. Un paliativo fue el poder conocer al Ángel Guardián de la Montaña, Citla, un carismático perro considerado como uno de los mejores alpinistas de México que fue sepultado en la parte alta del volcán Pico de Orizaba, —su hogar en los últimos años de vida—, en septiembre de 2017.

Después de caminar aproximadamente 20 minutos, si no es que menos, comencé a tener dolor de cabeza, náuseas, problemas para respirar y prácticamente no podía mover mi cuerpo, todos, síntomas del llamado “mal de la montaña” ocasionado por la dificultad para adaptarse a la baja presión del oxígeno a gran altitud y aunque este padecimiento generalmente se presenta moderadamente, en casos extremos puede ser mortal. Evidentemente en mi caso no fue fatal, pero insisto, vaya que fue molesto, esas horas caminando parecieron eternas y como ocurre cuando tienes mucho tiempo, hubo la oportunidad de reflexionar, lo cual me permitió distraerme del dolor y el malestar, aunque sea por algunos instantes.

Me parece que más de una de las conclusiones a las que llegué ese día resultan pertinentes en medio de la pandemia más terrible del último siglo. La primerísima es que, por más adversa, compleja e incómoda que sea una situación, siempre vale la pena dar un último intento y si es posible, no desistir, porque igual que en aquella noche, aunque algo luego parezca eterno, tarde o temprano amanece. Igual que en aquella singular experiencia, en el contexto actual y siempre, es fundamental tener al lado a personas de nuestra absoluta confianza, en mi caso, como ha sido a lo largo de mi vida tuve a mi hermano —sigue y seguirá—; también esa noche me quedó claro que incluso en los momentos más extraños, es posible encontrarnos con personas dispuestas a ayudar porque así es su naturaleza y apreciar cosas aparentemente simples, pero muy valiosas, como tomarnos un momento para mirar el cielo o simplemente para meditar con franqueza introspectiva.

También es sano y deseable hacer ejercicios de prospectiva y prever los escenarios posibles, después de todo, la mejor manera de predecir el futuro es construyéndolo. En aquella ocasión, lo primero que teníamos que haber hecho era investigar sobre el lugar, condiciones climatológicas, problemas más recurrentes, sugerencias de expertos, planeación de la ruta, previsión sobre los imponderables y todo lo necesario para evitar riesgos a nuestra salud o simplemente, para hacer más seguro el recorrido. En medida de lo posible, eso mismo debemos realizar en cada situación de nuestro día a día, y al tratarse del cuidado de nuestra salud como es el caso de la pandemia, con mayor razón.

Desde ese entonces, hay personas que siguen presentes en mi vida (comenzando por mi familia), otras personas se han alejado y otras han dejado de formar parte de mis días; otras personas han llegado, algunas siguen y otras no, pero si algo conservo de aquella experiencia es la firme convicción de que nunca hay que rendirse porque incluso en ese escenario donde el esfuerzo estuvo muy mal canalizado, al final me permitió conseguir mi objetivo: literalmente no congelarme a media montaña y llegar a la cima, aunque sea paso a paso. También me queda la certeza de que mientras estemos al lado de nuestro primer círculo, siempre estaremos bien; que la generosidad para serlo debe ser demostrada sin cálculos; que vale la pena mantener la buena actitud, sobre todo cuando la respuesta lógica sea una reacción explosiva; y que justo en el momento cuando parece que todo está perdido, puede ser el paso previo para evolucionar en lo personal.

Un matiz especial de esa anécdota es que ocurrió en el Volcán Citlaltépetl, palabra náhuatl que significa “Montaña de la estrella” o “Cerro de la Estrella” y que, dice la leyenda, el dios azteca Quetzalcóatl lo subía para iniciar su camino hacia la eternidad, pero una vez en el centro, el fuego devoró su cuerpo mortal y su alma se transformó en un quetzal que voló hasta verse desde abajo como una brillante estrella; quizá es forzada la relación, pero considero que abre la puerta a reflexionar y caminar en la vida, sin caer en ingenuidad, pero siempre con optimismo e inteligencia emocional. En tiempos de pandemia, mantengamos el buen ánimo, la esperanza y con empatía, pensemos que estaremos mejor en lo personal y como parte de una colectividad. “Confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades” (El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha).

Salvador López Santiago

Es Licenciado en Derecho por la UNAM, Maestro en Ciencia Política por la UPAEP, Maestro en Derecho Electoral por la EJE del TEPJF y cuenta con estudios de posgrado en Derecho Parlamentario en la UAEMéx. Fue Consejero Electoral Distrital en el Instituto Federal Electoral (IFE) y en el Instituto Nacional Electoral (INE) durante los Procesos Electorales Federales 2011-2012 y 2014-2015, respectivamente. Asimismo, se ha desempeñado como asesor legislativo en el Senado de la República en la LXII, LXIII, la LXIV y la LXV Legislatura. Desde enero de 2020 es director editorial en Tempo, Política Constante.