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Por Salvador López Santiago

@sls1103

¡Hoy quien no es distinto, es invisible!

Un discurso es poderoso cuando conecta e involucra a quienes lo escuchan. Sin embargo, la mayoría de los mensajes, desde aquellos basados en lugares comunes y en narrativas monótonas —discursos de maquila—; hasta algunas piezas discursivas de extraordinaria confección y destacada exposición, en el mejor de los casos, logran mantener la atención en el momento: sin poder afianzarse en el imaginario colectivo. ¿Qué sucede?, ¿por qué no le creen al orador?, ¿por qué no trascienden los mensajes?, ¿por qué se pierden en el olvido? Aunque la respuesta es compleja, me aventuro a decir que ese fracaso obedece principalmente a la ausencia de armonía entre lo que se comunica y lo que representa el orador y, sobre todo, a la carencia alma.

Si queremos construir discursos poderosos, es decir, que sean interesantes e inspiren a los oyentes, es necesario salir de lo convencional y de la zona de confort que ofrecen métodos arcaicos, que además de ser predecibles, están completamente superados. En un mundo absorbido por la frialdad de los datos duros y la imposición de la inmediatez, la columna del discurso político tendría que ser un binomio formado por historias y emociones que generen sinergias virtuosas alrededor de una causa.

Actualmente, no es suficiente que un mensaje sea claro, directo y preciso; hoy más que nunca, también es indispensable construir lazos de empatía e identidad entre el orador y el oyente. En esta lógica, el ABC de los discursos poderosos se basa en la trilogía indisoluble de: “Atrapar, Brillar y Conquistar” porque a partir de esta ruta, habrá mayor posibilidad de que nuestro discurso pueda superar el filtro del tiempo.

Un discurso estará más cerca de Atrapar, Brillar y Conquistar cuando su contenido sea innovador, valiente, emotivo y, sobre todo, congruente con la esencia de quien lo pronuncia, así lo podemos apreciar con grandes oradores como Belisario Domínguez, Ricardo Flores Magón, Isabell Allende, José Mujica, Martin Luther King, Barack Obama, Michelle Obama, Angela Merkel, Porfirio Muñoz Ledo, Pablo Iglesias, Heberto Castillo y tantos líderes sociales —a nivel nacional e internacional— que en su tiempo y circunstancias tuvieron el atrevimiento de romper con los paradigmas establecidos para comunicar.

La gran enseñanza de los célebres discursos de la historia de la humanidad es que siempre vale la reconfigurar los esquemas impuestos. En mi opinión, ese debería ser el objetivo al comunicar y la fórmula para hacerlo es: “Atrapar, Brillar y Conquistar” con mensajes bien articulados en los que se cuenten historias que apelen a las emociones, pero que también establezcan soluciones asequibles a preocupaciones, exigencias e inquietudes; y por supuesto, que guarden congruencia con la imagen, expresiones, trayectoria y todo lo que transmite la conducta cotidiana del orador—naturalidad y franqueza—. Hoy es un buen momento para pasar de los discursos tradicionales, a la época de mensajes con sustancia, autenticidad y alma.

Salvador López Santiago

Es Licenciado en Derecho por la UNAM, Maestro en Ciencia Política por la UPAEP, Maestro en Derecho Electoral por la EJE del TEPJF y cuenta con estudios de posgrado en Derecho Parlamentario en la UAEMéx. Fue Consejero Electoral Distrital en el Instituto Federal Electoral (IFE) y en el Instituto Nacional Electoral (INE) durante los Procesos Electorales Federales 2011-2012 y 2014-2015, respectivamente. Asimismo, se ha desempeñado como asesor legislativo en el Senado de la República en la LXII, LXIII, la LXIV y la LXV Legislatura. Desde enero de 2020 es director editorial en Tempo, Política Constante.