Por Santiago López Acosta
La guerra ha sido una práctica inveterada de la humanidad, como si fuera una forma de ser y de hacer de las personas desde el origen, buscando en un principio, satisfactores para la sobrevivencia, pero luego, después de desarrollar la capacidad de organización y dominación, buscar tener esclavos y súbditos, además de mayores espacios territoriales para la expansión y control y obtener los mayores beneficios, materiales y humanos, desde el punto de vista político, territorial, económico, social y cultural.
Hacer la guerra ha sido durante buena parte de la historia de la humanidad una de las formas más recurrentes para crear, mantener, conservar y acrecentar diversas formas políticas, conocidas desde la época contemporánea como Estados. A través de las guerras se ha modificado varias veces el mapa y el panorama político europeo y mundial.
La culminación de la segunda guerra mundial en 1945 marcó el inicio lo que muy pronto se conocerá como la ‘guerra fría’ entre dos grandes bloques de países, el encabezado por los EE. UU., capitalistas y liberales y el liderado por la Unión Soviética (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas URSS, integrado principalmente por Rusia), de los estados comunistas o socialistas.
Esta etapa histórica tuvo un periodo de tensión muy fuerte en la llamada ‘Crisis de los misiles’, cuando la URSS tuvo estos artefactos mortíferos dirigiéndose a EE. UU., desde Cuba en 1962, en lo que parecía el inicio de una tercera conflagración mundial, misma que afortunadamente se pudo desactivar. Desde entonces, y aunque se siguieron presentando algunas guerras regionales o nacionales no tuvieron alcances globales, sobre todo por la mayor letalidad de armamentos de todo tipo y tecnología para la guerra, que se han desarrollado en forma exponencial en las últimas décadas.
La URSS y el bloque socialista se empezó a desintegrar a partir de la caída del Muro de Berlín en 1991, en lo que alguien denominó ‘el fin de la historia’, por el aparente triunfo del modelo capitalista y liberal de organización política y económica, adoptado también por la mayoría de los países de la Europa del Este que integraron el otrora bloque socialista. La apertura al mercado y a la economía liberal ha sido la característica esencial de esos países, no así la democracia política, pues han devenido, en casi todos los casos, en regímenes autoritarios, y algunos en francas dictaduras, como es el caso de Rusia y sus aliados.
Rusia regresó a su posición que vincula política y geográficamente a Europa y Asia. Ucrania obtiene su independencia, junto con el resto de 15 repúblicas que habían formado la Unión Soviética, y algunas de ellas empezaron a integrarse a Occidente, desde el punto de vista social, económico, cultural y hasta militar, al solicitar su incorporación a la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), integrada por las principales potencias de Europa Occidental (Alemania, Francia, Italia y otras), además de los EE. UU., con la pretensión de contener un ataque ruso y sus aliados. Del lado contrario, y con las mismas pretensiones se suscribió el Pacto de Varsovia.
Luego de más de 70 años de la conclusión de la segunda guerra mundial y más de 30 de la desintegración de la URSS, estos son aprovechados por Rusia para reorganizarse y fortalecerse como cabeza de un nuevo bloque, y vuelven a sonar las alarmas de la guerra con la invasión rusa a Ucrania el jueves pasado.
Rusia ha interferido, velada o abiertamente, para que las principales repúblicas que formaron la URSS, se integren a la Unión Europea y menos aún formen parte de la OTAN, aduciendo razones de su seguridad nacional.
El punto de inflexión con Ucrania se dio en 2013 y 2014, cuando un movimiento social y político que tuvo como centro la plaza de La Independencia o plaza Maidan de la capital Kiev logró el derrocamiento del presidente prorruso Viktor Yanukovich, incrementada por la toma de Crimea y el apoyo ruso a las provincias ucranianas de Donetsk y Lugansk, al reconocerlas como repúblicas independientes, han sido el pretexto de Putin para realizar la invasión.
En 2014 y 2015 se firmaron dos pactos en Minsk, capital de Bielorrusia, este si aliado abierto de Rusia, con la participación de ésta, Ucrania y representantes de las dos regiones ucranianas mencionadas, su presunta violación ha sido también motivo para el inicio de la guerra que estamos viendo. Aunque parezca un conflicto regional, los alcances trascienden a Europa misma y son globales, pues ya está afectando la economía y puede trascender a la estabilidad política y la paz mundial.
El imprescindible recurso de la diplomacia parece insuficiente y las medidas económicas, comerciales y financieras que se han tomado contra Rusia, para detener la invasión no sabemos si alcanzaran, por lo pronto todo parece indicar que tomarán el control de Ucrania.
Las potencias europeas y los EE. UU. no tienen la intención de intervenir militarmente y enfrentar al ejército ruso, sabedores de las consecuencias que eso tendría, desatar una tercera guerra de alcance internacional, quizá hasta mundial. Aunque se anuncia un encuentro entre los contendientes en Bielorrusia seguimos viendo como es aplastado el ejército y parte del pueblo ucraniano.
Vaya paradoja, al revisar la obra más importante de León Tolstoi, La guerra y la paz, un clásico de la literatura universal, que describe las guerras napoleónicas, entre 1805 y 1812, con la invasión del ‘Gran Corso’ a Rusia, desde la perspectiva de varios nobles rusos; Napoleón Bonaparte fue vencido por el clima, más que por el ejército ruso. No creo que vaya a ser ahora el caso, con los papeles invertidos. Ojalá se encuentre una solución y una salida pronto, a una amenaza que cierne sobre todos nosotros, con todo y que Putin pueda sacar ventaja, quien por el momento parece tener el control, con todo lo que puede implicar en el concierto internacional. Hay valores superiores que deben prevalecer.