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Por Javier Santiago Castillo

@jsc_santiago

La guerra es un hecho social tan antiguo como la humanidad misma. Desde la perspectiva de ciertos autores la violencia aparece, como fenómeno humano, derivado de nuestra naturaleza animal. Donde priva la fuerza como forma única de resolver las disputas. Para el mundo occidental, inmerso en la tradición judeo-cristiana la violencia se ha dado hasta entre hermanos. El “cainismo” se ha trasplantado de las disputas entre los seres humanos a las disputas entre Estados. Abundar en la reflexión sobre la invasión rusa a Ucrania obliga a recuperar la teoría de la guerra justa.

A lo largo de la historia se ha buscado justificar la guerra, que es, junto al genocidio, una de las expresiones máximas de la violencia humana. Esa justificación nace al clasificar a la guerra entre justa e injusta. El primero en plantear esta dicotomía es San Agustín (396-430), al descartar las guerras ofensivas. En su teoría no tienen cabida los argumentos a favor de glorias, de conquistas, o de expansiones imperiales.

Nuestros clásicos griegos y latinos, tan preciados, como Platón, Aristóteles y Cicerón eran partidarios de las guerras de conquista o de sometimiento para obtener esclavos. Aunque, Aristóteles se manifestó en contra de la guerra entre polis y Cicerón consideró que era lícito luchar por la supremacía del imperio o por la búsqueda de gloria. Sin que fuera un argumento explicito, se puede deducir que, estos personajes, consideraba justa la guerra de conquista.

Como ya mencionamos San Agustín (354-430) es el iniciador de una concepción dicotómica de la guerra, que es enriquecida por Santo Tomás (1224-1274), Francisco de Vitoria (1483-1546) y Hugo Grocio (1583-1645). En el centro de esta visión se encuentra el planteamiento de que la paz posee un valor en sí misma, pero a la vez se considera que algunas situaciones de paz son malévolas. La tradición Agustino-tomista expone tres causas que justifican la guerra justa: venganza (castigo o sanción) de las injurias; castigo a un pueblo que permite, que los suyos, cometan injusticias con otros y; exigir reparación, en tierras o bienes, de parte de quienes cometieron injusticias.

Santo Tomás abona la concepción al establecer como regla general que un acto de defensa debe ser proporcional a la agresión: “el hombre está más obligado a proveer a su propia vida que a la ajena”, pero, el afectado debe proceder de modo proporcional y con recta intención (no actuar con exceso de codicia y/o crueldad). De otra manera una guerra iniciada por causa justa puede desembocar en una guerra injusta.

Vitoria enriquece la visión de la guerra justa al considerar que los individuos deben defenderse de los abusos de los gobernantes. En consecuencia, se convirtió en precursor de la defensa de los derechos naturales. A la vez agrego una cuarta causa a la guerra justa: el Estado podía intervenir más allá de sus fronteras para “proteger a los individuos de la tiranía de los señores barbaros”, en casos de atentado masivo al derecho a la vida. El derecho de los individuos es superior al de su propio Estado.

A Grocio lo podemos considerar precursor de la guerra preventiva, “la primera causa de la guerra justa es la injuria todavía no hecha que se dirige al cuerpo o a las cosas”. Aunque establece tres limitaciones: la mera constatación del rearme de los vecinos/enemigos no constituye justa causa para iniciar una guerra; antes de decidir la guerra debe optarse por la diplomacia y; sólo se puede actuar desde la certeza de las evidencias, de que se va a llevar a cabo un ataque.

Michael Walzer (1935-?) es el principal exponente contemporáneo de la teoría de la guerra justa, hay quienes lo consideran, en buena medida, heredero de la tradición cristiana. Aunque una aportación metodológica relevante tiene que ver con bajar varios escalones en el nivel de abstracción, así como recurrir al método inductivo tomando casos concretos y aplicando una interpretación propia.

Las aportaciones de este autor a las causas de la guerra justa son: renegociar el” ius in bello”, que son las reglas humanitarias que deben de prevalecer en el campo de batalla; la “emergencia suprema”, que lleva a la trasgresión de las reglas del “ius in bello”; actualiza el debate en torno a la responsabilidad de un Estado de “culpa in vigilando” cuando no cuida que grupos armados irregulares agredan a otro Estado vecino; mantiene como causa justa la guerra de defensa ante una agresión; es partidario de una intervención por causas humanitarias, pero con la condición de que la transgresión a los derechos sea generalizada; el concepto de “guerra preventiva” lo sustituye por el de guerra anticipatoria, que tiene tres características: manifiesta intención de dañar; preparación activa, que muestra peligro evidente y; el no actuar bélicamente incrementa los riesgos.

Este recorrido teórico nos lleva a considerar, en primer lugar, la campaña mediática global que ha calificado la invasión rusa a Ucrania como una guerra de agresión, sustentada en una ambición expansionista atada al sueño del retorno al pasado imperialista, no soviético, sino zarista. Si consideramos la invasión desde esta perspectiva unicausal, irremediablemente llegamos a la conclusión que Ucrania esta realizando una guerra justa y Rusia, al ser el país agresor, esta efectuando una guerra injusta.

Desde la perspectiva de Rusia, también unicausal, se cae en que es una guerra justa porque la invasión tiene como objetivo evitar la amenaza de instalación de armas nucleares en su frontera, si Ucrania ingresa a la OTAN. En consecuencia, es una guerra anticipatoria.

Los análisis superficiales tienen su raíz en la interpretación unicausal de los hechos sociales y la guerra es una construcción social compleja. El esfuerzo consiste en intentar desentrañar las múltiples causas. El espacio de este artículo es insuficiente para analizarlas a profundidad.

Al menos se pueden apuntar algunos factores relevantes: es una guerra de dos bandos capitalistas; la globalización económica está en crisis, por el crecimiento de la desigualdad en los países desarrollados; los Estados Unidos como la hiperpotencia económica, militar, cultural, política e ideológica se ha desgastado y sólo mantiene su predominio en el campo militar; el surgimiento de China como potencia económica tiende a desplazar en este campo a Estados Unidos; Rusia con su riqueza energética afectaba la hegemonía estadounidense en Europa; la debilidad de la UE se manifiesta en la ausencia de una política militar y económica independiente de los Estados Unidos; el predominio ideológico del imperialismo de los derechos humanos y de la democracia, como justificación para la invasión y destrucción de naciones enteras; los nacionalismos ruso y ucraniano; los intereses de las industrias armamentista y energética norteamericana y; el afán estadounidense por dirigir los destinos del mundo.

La guerra entre hermanos (el cainismo) está sacando a flote los actos de barbarie de ambos contendientes. Ante el fracaso de la política la pregunta que es necesario responder es ¿A quién beneficia con la guerra? Algo es seguro ni a Rusia, ni a Ucrania. Estos países sólo suman los muertos y la destrucción.

Javier Santiago Castillo

Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública, con mención honorífica por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Candidato a Doctor en Ciencia Política en la misma institución. Es profesor titular “C” tiempo completo de la UAM-I, actuó en los 80's como coordinador nacional de capacitación electoral del Partido Mexicano Socialista; y representante de casilla del Partido Mexicano de los Trabajadores, de cuyo Comité Nacional formó parte. En los procesos electorales de 1991 y 1994 fue Consejero en el XXXVI Consejo Distrital Electoral del Instituto Federal Electoral en el D.F; se desempeñó como coordinador de asesores de Consejero Electoral del Consejo General en el Instituto Federal Electoral; representante del IEDF ante el Consejo de Información Pública del Distrito Federal; y Consejero Presidente del Instituto Electoral del Distrito Federal.