Skip to main content

Por Alejandro Díaz del Pino

@astronauttta

Tiene que saberlo Mariana fue escrita por Danner González durante su estancia como becario de la octava promoción de la Fundación Antonio Gala en Córdoba, Andalucía, España, entre los años 2009 y 2010. Allí convivimos artistas plásticos, interdisciplinares y escritores. El intercambio de saberes entre los becarios, el estudio, el aprendizaje, la experimentación y el descubrimiento de un lugar entonces desconocido son el motor de una novela que aborda y recoge algunos de los debates en torno a los que giraba una parte de la creación cultural y, de forma más concreta, la crítica literaria hispanoamericana durante aquellos años: el cuestionamiento de las fronteras entre géneros literarios, la reivindicación de la novela fragmentaria o los límites del apropiacionismo.

A la distancia, es probable que sin este contexto su lectura sería más compleja, aunque en ningún caso ininteligible, pues persiste en ella la vigencia contemporánea y la concepción como novela moderna. Es decir, novela de novelas: aquella que inició el propio Miguel de Cervantes y cuyo canon sigue vigente a la par que en continua revisión. El autor explora más allá de las vanguardias de los inicios del siglo XX, donde la fragmentación estaba ligada a una aparente falta de coherencia y estructura; o a los ‘beats’ como Jack Kerouac, quienes practicaban como ejercicio contracultural, la escritura automática en detrimento del uso de elementos literarios retóricos y formales tradicionales más elaborados. Tiene que saberlo Mariana funciona como un conjunto ordenado de lo descrito. Por si fuera poco, a su llegada a España, el autor portaba en su valija de experiencias vitales, como un tesoro escondido, a Efraín Huerta, a Mario Santiago Papasquiaro, a Roberto Bolaño.

Uno de los aspectos claves de la novela –desde mi punto de vista– es el del lugar como personaje, si no aun como protagonista. En este sentido, la novela acusa una gran influencia del uruguayo Juan Carlos Onetti, cuya novela La vida breve está protagonizada por el nacimiento de Santa María, ese lugar imaginario a través del que discurrirá prácticamente toda su obra e irán desfilando personajes que aparecen y desaparecen sin importar del todo qué fue exactamente de ellos. Como tampoco se sabe muy bien qué les sucede realmente a los personajes de las novelas, relatos y poemas de Bolaño.

El ensayo Postpoesía: hacia un nuevo paradigma de Agustín Fernández Mallo fue de un lado para el otro de aquel convento-residencia de jóvenes creadores. El ensayo, de forma extremadamente sintética, cuestiona los límites del propio lenguaje actualizado o, mejor dicho, aplicado a la sociedad de consumo de masas contemporánea. Encuentro mucho de esa intención arriesgada y acertada en Tiene que saberlo Mariana, aunque en esta última adquiera mayor peso el género de la novela.

Aquellos días asistimos al final de la serie Lost: volvemos al lugar como protagonista (la isla) y a la narrativa fragmentaria, esta vez en su concepción audiovisual. Y nutrida de personajes con un carácter simbólico que experimentan, a la par, vidas cruzadas. Una extensión rizomática que, como demostró el final de la ficción creada por J.J. Abrams y Damon Lindelof, el tiempo es reconocible como absoluto y no como relativo, aunque juegue con el espectador hasta un final que pueda cerrar (casi) todas las líneas abiertas. Por ahí deambula también Bioy Casares con La invención de Morel, donde las escenas se reproducen en forma de bucle fantasmagórico.

Durante la escritura de Tiene que saberlo Mariana, Danner recorrió ciudades de España y de Europa. En ella confluyen pasajes de escritores como Roland Barthes, Franz Kafka o Georges Perec, autor de Tentativa de agotar un lugar parisino. También se dan cita el cineasta Luis Buñuel y el torero José Tomás, entrevistado por un tal Joaquín Sabina. Hay espacio para conjugar, insertar, transcribir episodios de ‘la realidad’ proyectada por los medios de comunicación como la prensa, en esta hermosa ficción con altas dosis de metaficción que se desdobla como en un ejercicio de muñecas rusas, unas dentro de otras, dentro de otras, dentro de otras. ¿Cuánto de realidad y cuánto de ficción pervive en esta obra? ¿Habrá el autor intercalado entre las citas, pasajes apócrifos? ¿Seremos capaces de encontrarlos? ¿Es la literatura una cosa seria o un mero divertimento?

Sí, esta novela puede ser también concebida como un diario de a bordo de una travesía contada por lo opuesto a un náufrago: el testigo de un trayecto circular por terrenos vírgenes o recién explorados. La intriga, la ironía y la perplejidad acompañan esta obra como acompañaron a su autor durante aquellos días, con una inagotable capacidad de convertir la extrañeza en fascinación, propia de un escritor con todas las del oficio.

Decía que, en la exploración de los linderos entre géneros literarios, Tiene que saberlo Mariana indaga también en estilos propios del ensayo o el periodismo. Añadiría que es una celebración de lo vivido, incluso no siendo lo vivido siempre feliz; un homenaje de lo leído; de lo adquirido, en definitiva. De Dante Alighieri a Rodrigo Fresán, no son pocos los autores, clásicos y contemporáneos, que tienen algo que decir en un compendio de fragmentos que configuran una novela estructurada en tres partes, donde se dan cita lo conceptual y literario con lo estrictamente canónico y literal: la estructura tradicional de tres actos enfrentada a elementos experimentales para el desarrollo de los relatos genera una dialéctica que invita a la reflexión y que induce, por tanto, a nuevos significados.

Las tramas avanzan a través de citas, versos y diarios de personajes como César Matos, un alter ego que asume, de forma completamente fortuita y desconocida según el propio autor, un papel similar al alter ego de Antonio Machado, el maestro Juan de Mairena, en su obra homónima, donde distintos personajes (alumnos como el señor Martínez) son parte de una obra ensayística, fragmentaria y hasta un punto muy menor, novelada.

Existe en Tiene que saberlo Mariana un avance de la narración con componentes novelescos, de entre los cuales el esencial es la intriga. Como en Lost. Un ejercicio donde el juego entre realidad y ficción atraviesa varias fronteras de forma zigzagueante, pero en donde la moneda, si ha de caer hacia un lado, lo hace del lado de la novela.

Me gusta la capacidad de Danner González para proyectar ficciones a partir de una ficción construida a partir de una realidad siempre subjetiva y, por tanto, parcial. Esta frase ininteligible puede resumirse en: ¡Viva la metaficción! A cada momento, suceden en nuestras vidas cosas reales, tan reales que nunca sabemos qué hacer con ellas, o cómo expresarlas. La persona que es capaz de narrarla a otra persona (¡incluso a sí misma!) ya ha fabricado, obligatoriamente, una capa de ficción: ha utilizado los recursos retóricos y de estilo a su alcance para construir una historia. Todo, absolutamente todo lo que nos concierne, en el momento en que le ponemos las piezas como un puzle para narrarlo pasa a ser un poco ficción. La dificultad para el creador es qué hacer con esa ficción primigenia, hasta dónde llevarla y cómo. Estamos ante una novela que afronta ese desafío para hacer de este, el conflicto. Está ejecutada de una forma magistral en el sentido más machadiano de ‘maestro’.

Si quieren descubrir qué tiene que saber Mariana tendrán que pasar por Andalucía, por un convento de Córdoba, por varias ciudades de España, por capitales de Europa, por toda América Latina, por detectives salvajes, poetas suicidas, ‘performers’ y por una Santa María onettiana. Tendrán que vérselas con Bolaño y Papasquiaro, con el final de Lost retransmitido a la vez para todo el planeta a la misma hora y con esta presentación a la que nunca deberán hacerle demasiado caso. No pierdan más el tiempo. Acomódense. Pasen. Se enciende la pantalla o se abre el telón o, aún mejor, vamos pasando de página. Que comienza Tiene que saberlo Mariana.

 

En Málaga, a 31 de octubre de 2021

Alejandro Díaz del Pino

Poeta y periodista español (Málaga, 1984). Autor de Carretera abierta al amanecer. Premio de Poesía Andalucía Joven 2010.