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Por Javier Santiago Castillo

@jsc_santiago

“Echeverría es un asesino”, así lo dijo, sosegadamente, el viejo sindicalista del magisterio, priísta de barricada hasta el final de sus días, al iniciar el relato de cuando el expresidente era oficial mayor en la Secretaría de Educación Pública (1955-1957). Llegó al Congreso del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), reunió al grupo de sindicalistas y expresó lacónico: “a quien hay que amedrentar, a quien hay que madrear, a quien hay que meter a la cárcel o a quien hay que matar para ganar el Congreso”. Ganó quien tenía que ganar. Echeverría, era un operador político con licencia para matar.

Ese sindicalista volvió a encontrarse con Echeverría en 1974 cuando, ya presidente, encumbró a Carlos Jongitud Barrios como secretario general del SNTE, requería de un incondicional. Al estar en la oposición activa al nuevo secretario del sindicato tuvo que jubilarse prematuramente e irse a esconder a su natal Veracruz, estaba seguro que Echeverría iba mandar a matar a los disidentes. Se fue a ordeñar vacas, vender leche y queso de puerta en puerta y al partir de la vida, a fines de la década de los años ochenta, lo hizo con la conciencia tranquila y las manos limpias.

Echeverría fue un hombre producto del Sistema y uno de sus forjadores. No sólo vio nacer el régimen autoritario, sino participó activamente en su construcción. En marzo de 1946, a los 24 años, recién egresado de la licenciatura en derecho inició su carrera política, fue nombrado secretario auxiliar del presidente del Comité Ejecutivo Nacional del recién nacido PRI, el entonces coronel, Rodolfo Sánchez Taboada. Este militar bajo las órdenes del coronel Jesús Guajardo participó en el complot para asesinar a Emiliano Zapata en la Hacienda de Chinameca.

A la sombra de Sánchez Taboada se formó la generación que llegaría al poder en la década de los años setenta. Echeverría ascendió rápidamente de auxiliar a secretario Particular del presidente del PRI, junto con él crecieron políticamente Hugo Cervantes del Río y Milton Castellanos.

A la par de ser secretario particular de Sánchez Taboada se desempeñó como director general de Prensa y Propaganda del PRI (1949-1952). También fue delegado del partido en diferentes estados del país. Adolfo Ruiz Cortines nombró, al ya general, Sánchez Taboada secretario de Marina. Echeverría ocuparía el cargo de director de Cuenta y Administración de esa dependencia.

A la muerte de Sánchez Taboada (1955), dejó el puesto y fue nombrado por Ruiz Cortes oficial mayor de la SEP, entró en conflicto con el titular de la misma, José Ángel Ceniceros. El 29 de octubre de 1957 fue nombrado Oficial Mayor del Comité Ejecutivo Nacional del Partido Revolucionario Institucional, la presidencia la ocupaba el general Agustín Olachea Avilés, desde esa responsabilidad participa en la organización de la campaña presidencial de Adolfo López Mateos.

El presidente Adolfo López Mateos nombró al general Agustín Olachea Secretario de la Defensa Nacional. Sin duda alguna el general y jefe de Echeverría incidió en su nombramiento, 16 de diciembre de 1958, como subsecretario de Gobernación, el titular de esa Secretaría era Gustavo Díaz Ordaz.

Ruiz Cortines maniobró hábilmente para colocar en la silla presidencial a un personaje civil, con un pasado disidente, pero miembro del ya importante Grupo Atlacomulco, encabezado por Isidro Fabela. En la Secretaría de Gobernación, con la presencia de Díaz Ordaz y Luis Echeverría confluyeron dos grupos políticos con ascendencia militar; el primero hizo su carrera política a la sombra de los Ávila Camacho y el segundo con generales que tienen su origen en el obregonismo.

El abuelo paterno, de Luis Echeverría, el General médico militar Francisco de Paula Echeverría y Dorantes fue director del Hospital Militar y profesor en la Escuela de Medicina del estado de Jalisco y en 1899 fue nombrado subdirector del Hospital para Mujeres Dementes. Al disolverse el ejército federal, en 1914, perdió el rango y los privilegios que este le otorgaba. Su padre Rodolfo Echeverría Esparza fue funcionario medio de la Secretaría de Hacienda y Pagador en el ejército durante su estancia en Tamaulipas, donde el futuro presidente curso los primeros años de la educación primaria.

Tal vez, la relación familiar más importante, políticamente hablando, fue la de su suegro José Guadalupe Zuno, artista y político jalisciense, gobernador de su estado (1924-1926) firme obregonista. La cercanía fue tal, que el General Obregón apadrinó el bautizo de María Esther Zuno Arce futura esposa de Luis Echeverría y su acta de nacimiento da fe de la presencia como testigos, del acto de registro, del general Álvaro Obregón, el General Lázaro Cárdenas y el General Aron Sáenz. Muy probablemente José Guadalupe recomendó a su joven yerno, primero, con el general Sánchez Taboada y, luego con el general Olachea.

En la subsecretaria de Gobernación Echeverría supervisaba los ramos de población, política migratoria y los penales federales y la readaptación social. Con toda certeza en los nombramientos de Mario Moya Palencia y de Carlos Gálvez Betancourt, sus cercanos, en la dirección general de cinematografía y en la Oficialía Mayor tuvo algo que ver la influencia, de su padrino político, el Secretario de la Defensa Nacional, Agustín Olachea.

El 15 de noviembre de 1963 el secretario de Gobernación, Díaz Ordaz, fue postulado candidato del PRI a la presidencia de México y presentó su renuncia cargo. López Mateos nombró a Echeverría como encargado del despacho de la misma, hasta el fin de su gobierno. A partir del primero de diciembre de 1964 hasta 1969, cuando renuncia para asumir la candidatura a la presidencia, será Secretario de Gobernación.

La clase política posrevolucionaria amalgamó diversas características: espíritu constructor de una nación autónoma, edificadora de un Estado de Bienestar, honradez versus ánimo patrimonialista de los bienes públicos y un autoritarismo en ocasiones ferozmente represor. Echeverría es un personaje sincrético, donde confluyen todas esas características.

Paradójica resulta su política exterior tercermundista y no alineada con ser un anticomunista delirante que ante cualquier disidencia veía una intención de demoler el Estado y, uno de los tres presidentes mexicanos que estuvieron en la nómina de la CIA, los otros fueron Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz (“Nuestro Hombre en México. Winston Scott y la historia secreta de la CIA”, Jefferson Morley). Algunas instituciones creadas por Echeverría permanecen otras desaparecieron, como hombre del sistema sintetizó sus claros oscuros aderezados con una personalidad megalómana obsesionada por la continuidad del poder personal y que su nombre quedara esculpido en la historia.

La apertura democrática fue un edulcorante creída y saboreada por algunos intelectuales prestigiados al grado de acuñar la frase “Echeverría o el fascismo”. Pero su talante criminal ha quedado revelado por su complicidad en la represión del movimiento estudiantil de 1968 y múltiples actos de represión en contra de la insurgencia sindical y campesina durante su sexenio, actos de los cuales no se le puede excusar su responsabilidad. Los “Halcones” se llamó la palomilla de adolescentes en que participaron Luis Echeverría y López Portillo. Los “Halcones” se llamó la banda paramilitar que masacró a los estudiantes el 10 de junio de 1971.

En 1973, Echeverría ofreció al ingeniero Heberto Castillo plazas en la administración pública para los miembros de su organización política. El ingeniero no aceptó, era un dardo envenenado que buscaba la cooptación. Ese mismo año fue detenido, junto con Demetrio Vallejo, y golpeado con saña al salir de la Procuraduría General de la República y dirigirse a la Secretaría del Trabajo, pues su titular, Porfirio Muñoz Ledo, los había convocado a una reunión. Ese era el estilo personal de tratar a quienes no se sometían a sus designios.

Hace años, me sugirieron ir a conversar con Echeverría, pues las conversaciones con él eran interesantes. No fui. Emocionalmente no hubiera resistido intercambiar opiniones con un personaje que tenía esculpido su nombre en la historia como un asesino.

Javier Santiago Castillo

Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública, con mención honorífica por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Candidato a Doctor en Ciencia Política en la misma institución. Es profesor titular “C” tiempo completo de la UAM-I, actuó en los 80's como coordinador nacional de capacitación electoral del Partido Mexicano Socialista; y representante de casilla del Partido Mexicano de los Trabajadores, de cuyo Comité Nacional formó parte. En los procesos electorales de 1991 y 1994 fue Consejero en el XXXVI Consejo Distrital Electoral del Instituto Federal Electoral en el D.F; se desempeñó como coordinador de asesores de Consejero Electoral del Consejo General en el Instituto Federal Electoral; representante del IEDF ante el Consejo de Información Pública del Distrito Federal; y Consejero Presidente del Instituto Electoral del Distrito Federal.