Por René Cervera Galán
Viene a mi mente cuando se discutió como llamarles a los candidatos que no competían con el registro de un partido político, hubo la tentación de llamarles candidatos ciudadanos, mi voz se alzó en contra porque llamarlos así significa que quienes se afilian a un partido político no son ciudadanos.
Seguramente hubo otras voces que opinaron lo mismo, porque la mía en solitario no pesa, razón por la cual siempre estoy buscando unirme a un coro. El caso es que terminó por plantarse como candidatos sin partido.
Hay una tendencia de dividir sociedad civil, de partidos políticos, los primeros manejan temas parciales de interés político y social y los segundos deberían hacerlo integralmente de la misma manera que ciudadanía, civismo, democracia y libertad están en el mismo paquete.
Los ciudadanos más interesados en el quehacer político deberían como actitud cívica pertenecer a un partido político para promover la democracia y de hacerlo libremente.
Ser ciudadano significa formar parte de un ámbito social, con derechos y responsabilidades, ser ciudadano o ciudadana es quien tiene voluntad propia, responsabilidad y respeto por los conciudadanos.
Una entidad tutelada no es ciudadana, a la niñez se le reconocen sus derechos en el entendido que sus responsabilidades están pospuestas.
Separar a la sociedad civil de los partidos políticos, es considerar que los partidos políticos se engendran en espacios diferentes a los de la sociedad, con visiones distintas y que vienen de otro universo, se dice que las organizaciones sociales que se alimentan de la sociedad civil promueven la pluralidad y hay que aclarar que la pluralidad en una democracia se da por si sola, va acompañada de la reflexión de manera natural. Si insistimos en impulsarla entonces ya es insidia.
Una relación clientelar entre autoridades y electores rompe con el civismo y las acciones corporativas no son democráticas.
La democracia es una convivencia entre personas responsables, en ella se procura que la voluntad de la ciudadanía está tomada en cuenta en toda su normatividad, que quienes legislan coinciden con la voluntad de quienes los eligieron.
Motivo de polémica es si los electores votan por la persona o por el partido y eso depende de diferentes factores uno de ellos es el grado de civismo, si la comunidad vota por la persona hay menos conciencia social que si vota por el programa de gobierno, podemos estar seguros de que en una elección para diputados el voto es por el partido y en una elección para la jefatura de gobierno cobra importancia la persona.
De lo que podemos estar convencidos es que para los electores y electoras lo que convence no es el género de la candidatura, insistir en la paridad de género para ocupar un cargo de elección popular es invadir la autonomía de los partidos políticos, los derechos de la militancia y violentar la voluntad de los electores, si el voto es libre, esa libertad inicia con el voto sin camisa de fuerza de los militantes del partido político y concluye con el voto ciudadano.
Si debemos de tener certidumbre de que nuestro voto es respetado, ésta se rompe si para garantizar la paridad de género el voto se modifica.
El bien que protege la democracia es el respeto a la voluntad ciudadana y el instrumento de la democracia es la elocuencia. Entender que otorgar cargos de elección popular como compensación histórica, es insinuar que un cargo en el gobierno es un pastel más que una seria responsabilidad y no es garantía de que la mujer tendrá mejores condiciones de vida, así como fue que un presidente norteamericano descendiente de africanos haya terminado su mandato, sin mejorar las condiciones de ese segmento poblacional ni en USA ni en el mundo.
El padrón electoral lo componen 53% de mujeres, obligar a que los cargos sean por fuerza la mitad femeninos es no reconocer la capacidad de la mujer para lograrlo por si sola, la desventaja que puedan tener debe quitarse con el poder de convencimiento no a través de una normatividad que genera ficción.
La ciudadanía no es un otorgamiento del Estado, es un reconocimiento implícito. El Estado no genera ciudadanía, es la ciudadanía la que genera un Estado democrático, nos hace miembros de la comunidad, nos hace sustancialmente libres, nos hace electores y elegibles en las funciones públicas, si un sector de la sociedad hace parcialmente suyas preocupaciones políticas no compite con partidos políticos se complementan.
En la democracia no es lícito que un órgano de gobierno invada la voluntad de los electores, al contrario, lo suyo es hacer valer la voluntad popular generando condiciones de igualdad, pero sin tocar el sentido del voto.
En la democracia se entiende que la ciudadanía cuenta con las condiciones para elegir a quien considera con los mejores elementos por su posición política, su sensibilidad social, su responsabilidad, su intelecto, su temple, y esto se encuentra presente o ausente en ambos géneros.
Hay mujeres que tienen más capacidad política que el común de los hombres y hay hombres que tienen más capacidad política que el común de las mujeres y por eso deben gobernar, pero no porque hay que alcanzar cuotas de género.
Actuar con calidad ciudadana, con responsabilidad cívica, ampliando la convivencia democrática, es ejercer la libertad.