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Por Danner González

@dannerglez

La más reciente novela de Juan Pablo Villalobos, Peluquería y letras, apenas supera las cien páginas, pero es una gran novela. Transcurre, digámoslo así, en poco más de doce horas en la vida de un hombre feliz, que responde al mismo nombre del autor. Este recurso de autoficción, que el autor utiliza a menudo, le permite hablar en tono paródico, en apariencia de sí mismo, pero también de algo que está más allá, porque “la literatura siempre es así, escribes de una cosa aunque en realidad estás hablando de otra”.

Dicho lo anterior, esta es una novela que trata “de una idea, de una forma, de la forma de una idea, de la idea de una forma, algo así”. Es probable que esta exploración de un escritor que sale a caminar con el objetivo de perderse y quizá de encontrarse, mientras experimenta el terror de la página en blanco, sea un par de cosas más: por un lado, el intento de responder a la pregunta ¿qué es la literatura?, y de manera concreta, ¿qué es la escritura alrededor de uno mismo? Por otra parte, es también un depurado ejercicio de estilo sobre los temas que obsesionan, o divierten, a Villalobos: el humor en la literatura, las historias que ganan en profundidad porque no se nos cuentan y no se nos cuentan por decisión del narrador y aléguenle al ampáyer.

Peluquería y letras es además, una carta de navegación para adentrarse en las aguas procelosas de la narrativa contemporánea: una que se cuestiona los alcances y la validez de la literatura de la experiencia frente a la literatura de la imaginación; una que debate entre la forma y el fondo; que se plantea la voluntad de ir más allá de lo obvio, trillado, del lugar común; que mide su lengua en aras de una fina ironía, de un humor en aras de lo correcto. Y finalmente, intento de cartografía política del remanso burgués en donde tan bien se está cuando se es feliz.

A lo largo de su ya sólida obra narrativa, Villalobos ha utilizado la literatura como coartada, tal como uno de sus personajes (ecuatoriano para mayores señas) en Peluquería y letras y como el protagonista-narrador de No voy a pedirle a nadie que me crea (Premio Herralde de Novela). Una coartada que encubre una tesis sobre la risa y sus resortes –esto podría explicarse con Bajtín, diría ese narrador–, con hipótesis que le hacen volver sobre los pasos de sus ancestros: Pitol, Monterroso, Ibargüengoitia, pero intentando ir más allá, explorando lo que pasó después del final de finales: Y vivieron felices para siempre.

En tiempos de brevedad y concisión, se agradecen y disfrutan novelas como las de Juan Pablo Villalobos, que no se regodean en su extensión maratónica sino que lo dan todo en los escasos metros en que, milímetro a milímetro –se nota– han planteado y planeado desde un principio la carrera.

Danner González

Especialista en comunicación y marketing político. Ha realizado estudios de Derecho en la Universidad Veracruzana; de Literatura en la UNAM; de Historia Económica de México con el Banco de México y el ITAM, y de Estrategia y Comunicación Político-Electoral con la Universidad de Georgetown, The Government Affairs Institute. Máster en Comunicación y Marketing Político con la Universidad de Alcalá y el Centro de Estudios en Comunicación Política de Madrid, España, además del Diplomado en Seguridad y Defensa Nacional con el Colegio de Defensa de la SEDENA y el Senado de la República. Ha sido Diputado Federal a la LXII Legislatura del Congreso de la Unión, Vicecoordinador de su Grupo Parlamentario y Consejero del Poder Legislativo ante el Consejo General del Instituto Nacional Electoral. Entre 2009 y 2010 fue becario de la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores en Córdoba, España. Sus ensayos, artículos y relatos, han sido publicados en revistas y periódicos nacionales e internacionales. Es Presidente fundador de Tempo, Política Constante.