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Por Santiago López Acosta

@LpezSantiago

Lo que parecía imposible ocurrió, el estallamiento de una nueva guerra en Europa, después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el 24 de febrero pasado tropas rusas invadieron Ucrania. Lo que en un principio parecía una guerra donde en breve tiempo la otrora potencia que encabezaba la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) controlaría su antigua aliada; pero no sucedió así.

El ahora celebre presidente ucranio Volodimir Zelenski desde el inicio marco el derrotero, cuando le ofrecieron sacarlo del país respondió que no ocupaba un “aventón” sino “parque” para encabezar la defensa. Solicito la intervención de las potencias occidentales, aglutinadas en la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), organismo internacional de carácter militar, integrado por los principales países de Europa Occidental y los Estados Unidos de América (EEUU).

Ante el riesgo de que una intervención directa podría escalar el conflicto en mayores proporciones, las potencias decidieron una estrategia de bloqueo financiero, económico y de todo tipo posible contra Rusia, además de proporcionar apoyo económico, militar y tecnológico a Ucrania para defenderse.

En las primeras semanas Rusia amenazó Kiev, la capital ucrania, para tomar el control, pero la resistencia fue mayor, y se ha tenido que retirar hacia el norte del país para concentrarse en la región de Donbás (Donetsk y Luhansk), donde rebeldes prorrusos combaten contra fuerzas ucranianas desde 2014, y el presidente ruso Vladimir Putin ha reconocido como territorios separatistas.

Desde que comenzó la guerra, la cifra de personas que han perdido la vida es difícil de cuantificar o estimar, y los balances varían según el organismo o el gobierno que ofrezca los datos. Sin embargo, más o menos coinciden en que más de 50,000 soldados de ambos bandos han muerto, así como alrededor de 10,000 civiles fallecidos, entre ellos 400 niños y más de 600 menores heridos de gravedad.

Según la ACNUR (Agencia de Naciones Unidas para Refugiados), 14 millones, más de la cuarta parte de la población de Ucrania, han tenido que dejar sus hogares, más de 6 millones a los países vecinos y a otros más distantes como los EEUU, y 8 millones dentro del territorio ucranio. Esto vino a incrementar considerablemente la cifra global de refugiados y desplazados en más de 100 millones, con datos de la misma ACNUR.

El jefe del ejército ruso ha dicho que las pérdidas de las fuerzas armadas ucranias han ascendido a alrededor de 30,000 efectivos, de los cuales 14,000 han fallecido, de las cuales el Gobierno de Zelenski ha reconocido al menos 10,000.

Por su parte, el Estado Mayor de las fuerzas armadas de Ucrania asegura que entre el 24 de febrero y el 22 de agosto, Rusia ha perdido alrededor de 45,400 soldados, así como 234 aviones, 198 helicópteros, 1199 tanques, además de armas y equipo.

Independientemente de la veracidad de las cifras, los saldos de la guerra son terribles en términos de vidas humanas, desplazados y refugiados y la perdida de ciudades y múltiples bienes materiales también, y la maquinaria destructiva continua, sin que se visualice alguna forma para detenerla.

El mundo observa esta guerra preguntándose si puede haber salidas para la paz, las vías diplomáticas han resultado infructuosas, ante la cerrazón de Putin y el empoderamiento de Zelenski por el apoyo de algunas de las principales potencias de occidente y el posible ingreso de Ucrania, vía fast track, a la Unión Europea y a la OTAN, condiciones inadmisibles para Rusia, aduciendo su seguridad nacional, además de aristas políticas, históricas y estratégicas.

6 meses es un periodo muy largo para una guerra convencional, hoy en día, pero como hemos visto, ésta continuara por más tiempo, sin que podamos determinar cuánto y cuales podrán ser las alternativas de solución, Por lo menos la intensidad ha disminuido, ante las mayores bajas de la otrora potencia militar y el reforzamiento de la inicial víctima.

Después de este breve repaso de la guerra Rusia- Ucrania, vemos con tristeza y preocupación como los datos de muertos, desplazados y desaparecidos en nuestro país en los últimos años, no se quedan atrás, sin que tengamos ninguna guerra declarada o convencional, pero la delincuencia organizada, principalmente, pero también la común, han sentado sus reales y las estructuras estatales de seguridad pública, en los tres ámbitos de poder, han sido incapaces de detener y de evitar la violencia, que se ha generalizado en buena parte del territorio nacional.

No tenemos datos, dentro de los múltiples homicidios, de cuantos corresponden a los delincuentes, a los integrantes de los cuerpos de seguridad pública y los militares acaecidos, como tampoco de los civiles, que sin tener que ver en los enfrentamientos, han resultado afectados; solo sabemos que son miles. El tema de la inseguridad y la violencia ha escalado vertiginosamente los últimos años hasta convertirse en el principal y más preocupante para la sociedad mexicana en su conjunto.

Sin seguridad no hay desarrollo económico, ni estabilidad social, ni tranquilidad familiar y personal. Algo tenemos que hacer como sociedad para detener este deterioro, aparentemente irrefrenable, sin la cual no hay futuro.

No sabemos cuándo ni cómo terminara la guerra Rusia-Ucrania, como tampoco cuándo ni cómo cesará la violencia y la inseguridad en nuestro país.

Santiago López Acosta

Es Doctor en Ciencias Jurídicas, con el grado de suma cum laude por la Universidad de Granada, España. Consejero Electoral del Instituto Electoral del Estado de Guanajuato desde 2014. Ha sido profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad De Lasalle Bajío, en la Universidad de Estudios Profesionales de Ciencias y Artes, y de la Facultad de Derecho, hoy División de Derecho, Política y Gobierno del Campus Guanajuato de la Universidad de Guanajuato. Ha publicado más de 40 ensayos y artículos especializados en publicaciones estatales y nacionales, revistas y libros colectivos, es coautor del libro “Derecho Administrativo del Estado de Guanajuato”, en coautoría con el Dr. Jorge Fernández Ruiz, Editorial Porrúa, México 2008 y coordinador de la obra “Centenario de la Constitución Mexicana de 1917” editada por el Instituto Electoral del Estado de Guanajuato y el Tribunal de Justicia Administrativa del estado de Guanajuato. Además, ha sido articulista de distintas revistas nacionales y estatales. Profesionalmente se ha desempeñado en diversos cargos dentro de la administración pública federal, estatal y municipal, en la Ciudad de México y en el estado de Guanajuato, en organismos electorales, federal y locales. Ha sido asesor y consultor en materia jurídica, política y de la administración pública.